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Un saludo para todos

No se me ocurre una manera más española, más nuestra, más sobria y bonita de terminar cualquier discusión

Foto: Agreden al cómico Jaime Caravaca, excolaborador de David Broncano, en pleno 'show'. (X/@ceciarmy)
Agreden al cómico Jaime Caravaca, excolaborador de David Broncano, en pleno 'show'. (X/@ceciarmy)

El pasado lunes un humorista murciano recibió un par de guantazos durante su actuación de mano de un supuesto ultra con el que se había sobrepasado en Twitter, insultando al hijo de este.

El hecho en sí parece irrelevante. Un altercado más, como los muchos que pueblan nuestro timeline. Pero empezó a resonar más allá de las fronteras digitales cuando todos (me incluyo) empezamos a ver en aquella batalla arquetipos del gran conflicto civil que sufrimos.

Que si uno representaba la integridad de la defensa de la familia. Que si el otro quería defender la futura libertad sexual de un bebé. Que si uno era ultra. Que si otro había colaborado con Broncano (¡!).

Y ahí, en ese instante, la pelea se convirtió en una metáfora de todas nuestras filias y fobias. Del bien y el mal. Todos tomamos partido y sentimos que uno de los bandos nos representaba más que el otro. Nos reímos del cómico tirado en el suelo tras el puñetazo o dijimos que el ultra era un nazi. Tertulianos de toda índole y pelaje empezaron a justificar o acusar. Elaboramos argumentarios mentales para arrojar luz a la parte de la historia que nos convenía. Algunos, incluso, empezaron a buscar sus propios agravios con un “pues a mí una vez me dijeron… Se van a enterar”.

Foto: Imagen: iStock/Printstock. Opinión

Entendimos, entre todos, que esa era la dinámica. Había habido una pelea, ¿cómo no nos íbamos a sentir todos víctimas de una agresión? ¿Acaso no éramos todos una víctima? Cada uno identificaba al agresor dentro de su pelea particular. No entendimos la razón de ninguno que no fuera el nuestro. Nos comportamos como lo hacemos con todo lo público. Estamos entrenados ya todos en la lógica binaria.

Y cuando el conflicto empezaba a tornarse goyesco, cuando ya rozaba el hastío al que estamos acostumbrados, cuando parecía que toda esperanza estaba perdida, en ese preciso instante llegó la ilusión; un mensaje de disculpas del cómico entendiendo que su broma había cruzado todos los límites y una aceptación por parte del otro afirmando que él también defendía su libertad de expresión.

Toda esa bronca termina con “Un saludo”. Dos palabras, parcas y sosas, que parecen más propias de un mail de atención al cliente, pero que, en este caso, encierran en su significado la belleza de quien entiende que ha hecho mal y lo reconoce.

Al final, estábamos todos intentando aleccionar a uno de los dos personajes de esta historia y la lección la hemos recibido nosotros. Porque han sido ellos los que han decidido que, a veces, lo valiente y lo justo es dar un paso atrás. Reconocer la razón en el otro es mucho más valiente, mucho más honroso que azuzar la propia. Entender que “un saludo” vale oro cuando lo ofreces a quien te ha hecho daño es comprender esas palabras tan manidas y manoseadas como concordia y convivencia.

Así que desde esta tribuna me gustaría decir que gracias. Quiero dar las gracias al cómico inapropiado y al padre coraje ultra. Gracias por la lección. Por lo menos yo tomo nota. Espero que en estos días oscuros de garrote y razones podamos decirnos “un saludo”. Un saludo a aquellos que están en frente. Al final no se me ocurre una manera más española, más nuestra, más sobria y bonita de terminar cualquier discusión. Así que desde esta tribuna…. ¡Un saludo para todos!

*Abelardo Bethencourt, licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y cofundador y director general de Ernest.

El pasado lunes un humorista murciano recibió un par de guantazos durante su actuación de mano de un supuesto ultra con el que se había sobrepasado en Twitter, insultando al hijo de este.

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