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Sánchez, el concierto catalán y la política 'bullshit'
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Ramón González Férriz

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Sánchez, el concierto catalán y la política 'bullshit'

Según el presidente entiende la política, las palabras no son importantes. Firmar un documento no significa estar de acuerdo con él. Ni tampoco en desacuerdo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece para hacer balance del curso político. (Europa Press/Eduardo Parra)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece para hacer balance del curso político. (Europa Press/Eduardo Parra)
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Durante dos décadas, la palabra “federalismo” ha servido para que los socialistas catalanes señalizaran que su postura política en materia territorial no es la misma que la de los independentistas, pero tampoco la de los centralistas. Pasqual Maragall la convirtió en un fetiche sinónimo de “izquierda catalana”. Decenas de académicos han dedicado buena parte de su carrera a discutir sobre sus implicaciones económicas e institucionales. Numerosas iniciativas de la sociedad civil la han adoptado como si fuera la clave para resolver el encaje de Cataluña en España. Sin embargo, nunca ha sido fácil saber en qué consistía la propuesta de una España federal. ¿Era muy distinta de la autonómica? ¿Requería el fin de la excepcionalidad vasca y navarra? ¿O era necesariamente una solución asimétrica?

Ayer, en una comparecencia en la que el presidente Pedro Sánchez se mostró más errático de lo habitual, el término dejó de ser una propuesta política honesta, aunque confusa, y se convirtió en una simple herramienta de su poder. El pacto del PSOE con ERC para que esta apoye a Salvador Illa como nuevo presidente de la Generalitat, dijo, es “un paso hacia la federalización del Estado”. No lo es. El federalismo requiere el establecimiento de mecanismos de decisión multilaterales entre las partes de un país, con un órgano —que podría ser el Senado— que establezca reglas más o menos objetivas y obligue a esas partes a llegar a consensos. Pero este pacto refuerza lo contrario: la bilateralidad y la discrecionalidad. Lo peor, sin embargo, no es que el presidente haya retorcido la palabra. Es que ya da igual. Da igual qué proyecto encarna. Da igual si, mediante este proyecto de “federalización”, España está “más unida”, como dijo Sánchez, o no. En la medida en que puede darle el poder al PSOE, es una palabra buena y oportuna, y su significado lo decidirá el líder del PSOE de acuerdo con las circunstancias y las necesidades del momento.

Indiferencia a la verdad

A principios de este siglo, el filósofo estadounidense Harry G. Frankfurt hizo célebre un concepto que denominó bullshit. En inglés, significa literalmente “mierda de vaca”, y suele utilizarse en esa lengua para describir palabras estúpidas o irrelevantes. Pero Frankfurt afinaba un poco más. Describía como bullshit aquellas palabras que se utilizan en contextos como la política para intentar persuadir a los demás, para convencerles de la bondad de una idea, pero que el hablante utiliza sin preocuparse por si son verdad o mentira. El mentiroso sabe que está diciendo una mentira. El hipócrita sabe que dice una cosa porque es socialmente más aceptable que otra. Al bullshitter, sin embargo, esas consideraciones le traen sin cuidado. Cree completamente irrelevante si una expresión se corresponde o no con su significado o con el mero principio de realidad, siempre y cuando sirva a su propósito.

La deriva del presidente hacia el uso arbitrario de las palabras, y su indiferencia hacia su significado real, es tal que ya no parecen fiarse de él ni los miembros de su partido, ni los de su Gobierno, ni los de su coalición parlamentaria ni sus potenciales socios en Cataluña. Para empezar, es muy probable que los cambios legales que requiere esta propuesta no gocen de la mayoría parlamentaria suficiente para que salga adelante. Los líderes socialistas de otras regiones, como Aragón o Castilla-La Mancha, ya se han mostrado en contra. Además, quien debería implementar el concierto pactado sería solo una de las dos partes firmantes, la representada por el propio PSC-PSOE. Oriol Junqueras, el presidente de ERC, la otra parte firmante, ya ha dicho que no se fía y que el partido se reserva la posibilidad de retirar el apoyo si el PSOE no cumple lo estipulado. De hecho, es probable que los militantes de Esquerra rechacen el pacto. Pero lo más bullshit de todo es que, en caso de aprobarse, ya sabemos que el PSOE no cumplirá lo estipulado. Lo saben los propios firmantes socialistas. Pero eso es irrelevante. Esto no tiene nada que ver con la verdad ni con la mentira. Sino con la conveniencia.

Esta deriva ya quedó clara en el documento que firmaron los representantes del PSOE con Carles Puigdemont en Bruselas para conseguir su apoyo a la investidura de Sánchez. Muchos pensaron que el partido había vendido sus principios al utilizar el léxico, y asumir las reivindicaciones, del independentismo. Pero no se trataba de eso: según el presidente entiende la política, las palabras no son importantes. Firmar un documento no significa estar de acuerdo con él. Ni tampoco en desacuerdo. Es solo una herramienta práctica. El ambiguo plan fiscal pactado con ERC es otro paso en esa dirección: ¿qué más da lo que se diga si luego puede decirse que nunca se dijo, o que significaba otra cosa, o que quien lo critica es de derechas?

Los ciudadanos adultos sabemos que la mentira es parte consustancial de la política. Es algo irritante, pero sería estéril sorprenderse demasiado: eso no va a cambiar. Sin embargo, el uso bullshit de palabras como “federalismo” o “unida”, por no hablar de la expresión “concierto solidario”, que también ha circulado estos días, significa que estas, usadas de determinada manera, no significan nada. O peor: que hay una parte importante de la población que está dispuesta a creer en un significado azaroso si así se lo piden.

Durante dos décadas, la palabra “federalismo” ha servido para que los socialistas catalanes señalizaran que su postura política en materia territorial no es la misma que la de los independentistas, pero tampoco la de los centralistas. Pasqual Maragall la convirtió en un fetiche sinónimo de “izquierda catalana”. Decenas de académicos han dedicado buena parte de su carrera a discutir sobre sus implicaciones económicas e institucionales. Numerosas iniciativas de la sociedad civil la han adoptado como si fuera la clave para resolver el encaje de Cataluña en España. Sin embargo, nunca ha sido fácil saber en qué consistía la propuesta de una España federal. ¿Era muy distinta de la autonómica? ¿Requería el fin de la excepcionalidad vasca y navarra? ¿O era necesariamente una solución asimétrica?

Pedro Sánchez Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)
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