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Ramiro Villapadierna

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¿Cómo descolonizar el mantón de Manila?

El mantón fue un símbolo de elegancia mestizante antes de la moda "multicultural" y, como pieza de vestir atravesó modas, si bien Galdós recordaba que por su naturaleza total y prestancia flexible, debía ser un adorno refractario a las modas

Foto: Imagen del desfile 'El mantón de Manila: de Cantón a Sevilla. 100 años de Juan Foronda'. (EFE/Raúl Caro)
Imagen del desfile 'El mantón de Manila: de Cantón a Sevilla. 100 años de Juan Foronda'. (EFE/Raúl Caro)

Tirando del hilo del mantón sale la historia completa de la primera globalización del mundo; una circularidad que posee todo lo hispano y que pudo propiciarse solo por el coraje de los barcos de la Armada y el genio individual de navegantes, geómetras, misioneros y comerciantes de la compañía de Indias.

De capullos a tesoros, pues; del custodiado secreto del gusano y la morera de China, a entretejer tres continentes y llegar a pasear por la Gran Vía, alcanzando a cotizar hoy por una fortuna.

Así se constituyó esa seña de identidad de Madrid, que Galdós llama “madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros”, y que parecen un lienzo envolviendo la espalda de una mujer castiza.

Cerca de 30.000 kilómetros de rumbos y puertos recorrió el mantón, en la mayor ruta continua de la historia de la navegación humana: el legendario Galeón de Manila.

placeholder Exposición 'La Ruta del Mantón de Manila, la feliz unión entre Asia, Hispanoamérica y España'. (Casa de América)
Exposición 'La Ruta del Mantón de Manila, la feliz unión entre Asia, Hispanoamérica y España'. (Casa de América)

Conocido también como la Nao de China, el bajel navegaba de partida los 1.300 kilómetros del Mar de China, entre los mercados de Cantón y el puerto de Manila, antes de buscar superar los 15.000 kilómetros del tornaviaje, por un Pacífico insondable, hasta arribar a Acapulco, en Nueva España.

De ahí a lomos de mulas y carretones, los valiosos tejidos cruzaban los 800 kilómetros del istmo americano, hasta Veracruz, sobre la costa caribe, antes de ser embarcados de nuevo y navegar 9.000 kilómetros hasta el puerto de Cádiz, pasando por La Habana.

Aún debía atravesar Sierra Morena y 600 kilómetros hasta alcanzar la corte de Madrid, donde lo lucieron los hombros de la Duquesa de Alba y también los de una lavandera del arroyo del Manzanares, contribuyendo a ese singular desclasamiento que produjo el “majismo”.

Atuendo en los salones, pero también de las cigarreras, España le puso flecos a lo que en México ya era el rebozo habitual y el huipil de la mujer mesoamericana, cambiados los dragones por quetzales guatemaltecos y flores del paraíso en Panamá. Vázquez Parladé recuerda que la sociedad mexicana puso de moda el mantón antes que la peninsular y que, en Nueva España, sedas y bordados fueron gran industria.

El mantón fue un símbolo de elegancia mestizante antes de la moda “multicultural” y, como pieza de vestir atravesó modas, si bien Galdós recordaba que por su naturaleza total, y prestancia flexible y pegadiza, debía ser un adorno refractario a las modas.

placeholder Exposición 'La Ruta del Mantón de Manila, la feliz unión entre Asia, Hispanoamérica y España'. (Casa de América)
Exposición 'La Ruta del Mantón de Manila, la feliz unión entre Asia, Hispanoamérica y España'. (Casa de América)

En aquel Madrid aún incoloro y de calles polvorientas, el mantón llenó las calles de rosas de pasión sobre hombros descarados: envolverse en él era como vestirse con un cuadro; en tanto, en el sur, el flamenco lo adoptaba ya como algo tan propio que creó bailes para él, convirtiéndolo en una extensión más del cuerpo y el braceo de la bailaora. Pastora Imperio o La Macarrona fueron sus embajadoras.

“Un mantón de la China-na-na, te voy a regalar” dice el boticario de la seguidilla en "La verbena de la Paloma”. El sainete lírico se debió a la prosa de Ricardo de la Vega y a la música de Bretón y llevaba calzado el subtítulo de “ El boticario y las chulapas y celos mal reprimidos”, reflejando la promiscuidad de la nueva sociedad urbana.

Y el nuevo descreimiento de la mujer chulapa: “Venga el regalo, si no es de broma”, así como la vocación de presunción y garbeo a que invitaba: “y llévame en berlina-na-na, al Prado a pasear”; paseo por donde hasta hoy los madrileños salen a refrescarse, y a ver y ser vistos.

En aquel Madrid aún incoloro y de calles polvorientas, el mantón llenó las calles de rosas de pasión sobre hombros descarados

Numerosas obras del siglo XIX y principios del XX ilustran la popularización del mantón, del que la mujer hizo bandera y, a la que este, mediante su lucimiento y movimiento ondulante, mutó en “mujer de bandera” para la posteridad. También aparece la expresión “flecos sueltos” donde antes se decía “cabos sueltos”, de herencia marinera.

Con el golpe de abanico, el mantón es probablemente el complemento más castizo y expresivo de la mujer en todo ese desarrollo urbano, y al igual que aquel entraña mensajes y temáticas, entre las que destaca la flora, la fauna y la figura humana.

La primera mantiene el toque oriental con la flor de loto pero España le incorpora la rosa, relacionada con la Pasión, así como lirios, romero y margaritas, con idea de pureza, impaciencia o fidelidad; o piñas y racimos, ilustrando el conocimiento o la prosperidad.

placeholder Exposición 'La Ruta del Mantón de Manila, la feliz unión entre Asia, Hispanoamérica y España'. (Casa de América)
Exposición 'La Ruta del Mantón de Manila, la feliz unión entre Asia, Hispanoamérica y España'. (Casa de América)

La figuras humana respeta el origen oriental, remitiendo a la familia imperial o a divinidades; sus adiciones de marfil producían el efecto de que los mantones sonaran al paso de las mujeres embozadas. Entre la fauna destacó el ave fénix, el pavo real y las mariposas, aunque también tigres y dragones, con idea de resistencia o alegría.

En Andalucía, lo floral era más apreciados y fue difundido también en el flamenco. Estilos clásicos resultantes fueron el mantón de macetón, con bambús, y el de las cigarreras, con claveles. Interesa saber que los mantones desvaídos por el tiempo se llaman “de ala de mosca” y son muy cotizados.

Los chinos habían sido los creadores del tejido de seda, 4.000 años antes, y su fabricación devino en secreto de estado, con castigo capital para quien sacase gusanos del país, lo que ilustra el aprecio a la par que la economía que entrañaba.

Una leyenda “La Diosa de los gusanos de seda” cree que habría sido la emperatriz Lei-tzu la que descubriese el gusano de la seda, tras observar las roídas hojas de sus moreras. Alguno de los capullos rescatados habría caído en una taza de té, lo que propició que se desleiera y al extraerlo revelase la suavidad de su textura.

Los españoles conocen por primera vez la seda bordada en Manila, en el siglo XVI, y su colorido va a contrastar con el gusto luctuoso dictado por la moda de los Austrias, lo que retardó su difusión. Al revés de como sucedería en el siglo XIX, donde su desplazamiento hacia las clases populares lo produce, no solo una mayor implantación industrial, sino el abandono del colorido por las clases altas, en pro de modas textiles de Londres y París, de tonos más monótonos.

Se puede decir pues que la seda pasó así, del árbol al abrigo del rebozo americano, y de ahí a la maja, la manola y a la chula, en un proceso de ornamentación cada vez más sofisticado, y coloreando por igual el tablao o el salón condal.

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Con el apogeo del viaje romántico, el mantón sería inmortalizado por pintores, en España como en América o Filipinas, como Sorolla, Anglada Camarasa, Ramón Casas, Cabral Bejarano, Romero de Torres, Saturnino Herrán, Juan Luna o Ignacio Zuloaga.

Galdós rememora a aquella madrileña con el “hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza (…) al mismo tiempo señoril y popular”; y agrega: “la industria moderna no inventará nada que iguale a la ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño y aquella brillantez de color que iluminaba las muchedumbres.” Añade que, cuando la mujer lo sacaba del arca para la ocasión, era como “dar al viento un himno de alegría en el cual hay una estrofa para la patria”.

Hoy un buen mantón constituye una de las prendas más sofisticadas del armario de una mujer, especialmente si es heredado. En tanto, ha pasado de engalanar unos hombros de mujer a adornar balcones. De su preciso porte se aprecia el arte de una “caída” desmayada; y, aunque pareciera que no hay un modo de llevarlo, lo que probablemente si haya, sea una forma incorrecta: Sin gracia y seguridad.

[La Oficina del Español e Hispanidad 2024 buscan responder, con un seminario internacional sobre descolonización, la exposición El mundo del mantón de Manila y el proyecto de Sergio Ramírez de un Mapa Literario Hispanoamericano de Madrid, a la última importación cultural estadounidense que se ha tragado el Ministro de Cultura, Ernest Urtasun, cual hamburguesa y café con soja. El 8 de octubre, a las 9h se inaugura en el Auditorio de Alcalá 31, el seminario Cómo acabar de una vez con el mestizaje y el día 9 se abrirá al público la exposición El mundo del mantón de Manila.]

*Ramiro Villapadierna, Director de la Oficina del Español.

Tirando del hilo del mantón sale la historia completa de la primera globalización del mundo; una circularidad que posee todo lo hispano y que pudo propiciarse solo por el coraje de los barcos de la Armada y el genio individual de navegantes, geómetras, misioneros y comerciantes de la compañía de Indias.

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