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Tribuna
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El choque entre Barcelona y Madrid irá a más. No solo por el nacionalismo
La rivalidad entre las dos ciudades es histórica. Pero ahora forma parte de una tendencia global que hace que las grandes capitales crezcan y el resto del territorio se sienta agraviado
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Hace diez días, en la Conferencia de Presidentes autonómicos, Salvador Illa dijo que la nueva financiación de Cataluña era un modelo de "solidaridad" que contrastaba con "la insolidaridad de aquellos que practican la deslealtad fiscal". Se refería, por supuesto, a Madrid.
Esa afirmación forma parte del torpe argumentario con el que el PSOE defiende el pacto fiscal que Sánchez concedió a ERC a cambio de la investidura de Illa, y con el que culpa al PP y a Isabel Díaz Ayuso de cualquier cosa que le incomode. Pero, al mismo tiempo, recoge una idea más profunda que parte del empresariado barcelonés repite con frecuencia: que Madrid compite de manera injusta.
Según esta percepción, su política de impuestos bajos, sumada a la presencia en ella de las sedes de muchas grandes empresas nacionales y multinacionales, y de las principales instituciones del Estado, hacen que disponga de ventajas indebidas respecto al resto de España, cuyos recursos humanos y materiales succiona. Y eso le permite crecer a un ritmo muy superior.
Algunos políticos catalanes reconocen que también a ellos les gustaría bajar los impuestos para hacerse con parte de esa competitividad, pero aseguran que no pueden porque la Generalitat ha generado una cultura política basada en un enorme gasto público al que casi ningún ciudadano está dispuesto a renunciar. Pero, en todo caso, esa es la idea: Madrid crece demasiado y centraliza demasiado poder económico. Las demás regiones, empezando por Cataluña, pero cada vez más otras, deben hacerse con herramientas defensivas —como el concierto— e impedir en lo posible que Madrid siga abriendo la brecha entre ella y el resto.
Trump afirmó que su misión consistía en "drenar la ciénaga" de Washington. Su mensaje se basa en el odio a lo que encarna Nueva York
Se puede discutir si Madrid tiene derecho a aprovechar su capitalidad para competir con ventaja frente al resto del país —mi opinión es que, con límites, sí: si media Cataluña piensa que una región puede autodeterminarse, es de suponer que otra puede escoger su política fiscal—. Pero, sea como sea, las grandes tendencias económicas, sociales y culturales de la actualidad están reforzando la pujanza de casi todas las capitales. En contra de lo que se esperaba hace dos décadas, las nuevas tecnologías, y la nueva economía en general, basada en la información, los servicios de alto valor añadido y las finanzas, no han dispersado el talento y el crecimiento, sino que lo han concentrado aún más en las grandes ciudades. A causa de este fenómeno, ha aumentado la aversión que buena parte de los países sienten hacia sus capitales, cada vez más ricas y, perciben, más distintas del resto de la nación.
Londres, París, Nueva York
Esta separación está estructurando buena parte de la política occidental. La campaña a favor del Brexit, por ejemplo, se basó en la dicotomía entre la extraordinaria pujanza de Londres y el declive del resto del país. Según sus partidarios, la riqueza de la capital —habitada por esnobs que desprecian a los agricultores, son demasiado cosmopolitas y se beneficiaban desproporcionadamente de la pertenencia a la UE— se construía a costa de los pueblos y las ciudades secundarias. Algo parecido sucede en Francia. Allí, durante siglos, París ha centralizado la cultura, las finanzas y la formación de las élites del Estado, pero esto no parecía producir un resquemor insuperable porque el resto del país era razonablemente rico, como puede advertir cualquiera que pasee por Burdeos o Marsella. Ese relato se ha roto, y hoy quien explota la divergencia es sobre todo la derecha radical. Esta ya forma parte de las élites capitalinas, pero basa su política en el odio a ellas.
Lo mismo sucede en Estados Unidos. Durante su primera presidencia, Donald Trump afirmó que su misión consistía en "drenar la ciénaga" que era Washington, la capital política del país. Pero buena parte de su mensaje a las bases republicanas se basa también en el odio de estas, lo que encarna Nueva York, la capital financiera y mediática, con su mezcla de valores liberales, esnobismo y unas muestras de riqueza en ocasiones obscenas.
¿Cuánto tardarán Castilla y León, La Mancha o Extremadura en cuestionar abiertamente la brecha que Madrid está abriendo?
Berlín y Roma son casos distintos, quizá porque forman parte de países cuya estructura actual es mucho más reciente. Pero en España, muchos consideran que los medios de comunicación nacionales no cuentan la vida real del país, sino que están absortos en una pequeña burbuja que ni siquiera abarca todo Madrid, sino, con suerte, los barrios del interior de la M-30. Cada vez son más frecuentes las quejas por la construcción de infraestructuras de energías renovables en zonas rurales cuyo destrozo, sienten algunos, se convierte en kilovatios que van a parar a Madrid. Los bares de Galicia o Asturias que rechazan a la masiva clientela madrileña son anecdóticos, pero es un hecho, según el INE, que, en más de la mitad de las provincias españolas, la comunidad de origen de la mayoría de turistas que llegan es Madrid.
El choque entre Madrid y Barcelona va a crecer. Este siempre estará alimentado por el nacionalismo catalán. Pero hoy forma parte de una dinámica global aún más poderosa que beneficia a las grandes ciudades abiertas y dinámicas —aunque en el caso de Madrid, como en el de Londres o Nueva York, eso pueda implicar unos servicios públicos de segunda categoría— frente al resto del país. Barcelona quiso luchar contra eso con el independentismo y le salió mal. Ahora quiere intentarlo con el concierto. Mi apuesta es que será en vano. La duda es cuánto tardarán Castilla y León, Castilla-La Mancha o Extremadura en cuestionar abiertamente la brecha que Madrid está abriendo con todos los demás.
Hace diez días, en la Conferencia de Presidentes autonómicos, Salvador Illa dijo que la nueva financiación de Cataluña era un modelo de "solidaridad" que contrastaba con "la insolidaridad de aquellos que practican la deslealtad fiscal". Se refería, por supuesto, a Madrid.