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El desencanto: así renuncié a poder ser magistrado del Tribunal Supremo
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Jesús López-Medel

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El desencanto: así renuncié a poder ser magistrado del Tribunal Supremo

Es fundamental para la efectividad de un Estado de derecho el papel del poder judicial, pero este ha ido empoderándose con excesos y hasta altivez, a veces situándose por encima de la ley y no tratando con igualdad a las partes

Foto: Edificio del Tribunal Supremo. (Europa Press)
Edificio del Tribunal Supremo. (Europa Press)

Es triste tener que renunciar por causa de convicciones/decepciones —en última instancia, desencanto—, a la posibilidad de tener un cargo muy honorable. Pero estar dispuesto a asumir tareas públicas nuevas requiere ánimo firme, convencimiento y, por supuesto, ilusión. Cuando esto falla, lo mejor, aunque sean aquellas labores muy relevantes y honrosas, es apartarse del objetivo inicial.

Es lo que me ha acontecido y lo comparto, con cierto pudor, como experiencia y reflexión. No hay vanagloria, sino una gran pena.

Ante la convocatoria hace cuatro años de una plaza de magistrado del Tribunal Supremo, Sala de lo Contencioso Administrativo, por el turno de juristas de reconocido prestigio, solicité participar. No en vano, mi vida profesional de casi 40 años, siempre en el servicio público y teniendo por centro los intereses generales, ha girado sobre la materia indicada, aplicándome a ella con gran intensidad, tanto teórica como en la práctica, también ante el TS y el Tribunal Europeo. Incluso, debo añadir, con pasión, pues siempre me sentí especialmente motivado por lo aprendido del profesor Enterría sobre la gran importancia que tiene el control judicial del poder.

Comparto mi experiencia, que no es solo personal, sino que probablemente no sea la única y puede ser representativa de otras. El problema es estructural, y, como tal, de indudable trascendencia y complejidad. El anterior Consejo General de Poder Judicial (CGPJ) con su abrumadora mayoría, tras una designación inicial por dos años (por méritos políticos del electo entonces), intentó cubrir esa vacante para el Tribunal Supremo, estando ya muy expirado su mandato y en funciones. Una ley del Parlamento impidió continuasen esos abusos.

Dudas crecientes

Eso hizo que a la plaza a la que concurrí se demorara cuatro años. ¿Qué ha sucedido en este tiempo? En mi sentir, una merma de la credibilidad y confianza de muchos ciudadanos (me incluyo) en la Judicatura, cuyo mayor desprestigio desgraciadamente lastra a muchos otros jueces verdaderamente imparciales, incluso comprometidos. Algunos, muy empoderados, que quieren resaltar, con soberbia, lo maravillosos que son, no le hacen favor a la imagen de la Judicatura. No pocos silentes son cómplices de los no honorables. A cada vez más españoles nos asaltan crecientes dudas y, en algunos casos, hemos percibido, cada vez más, situaciones de arbitrariedad y prepotencia.

Eso me ha afectado bastante también a mí, que he sido progresivamente consciente de que este ambiente estaba dinamitando mi ilusión. Lo que en principio sería un honor para cualquier jurista, el tener una oportunidad de llegar al Tribunal Supremo ya no lo era. Eso me ponía en una tesitura de ponderar con honestidad mi decisión.
Fui convocado de pronto y mucha premura a una presencia telemática de diez minutos para solo nueve días después, y no pude resolver mi debate personal interno en tan breve tiempo de concurrir o no.

En ello estaba cuando pregunté por email si era posible realizar la exposición presencialmente y no hubo contestación. Silencio administrativo. El desarrollo telemático de la entrevista fue muy fría, gélida y creo que con otros aspirantes sucedió lo mismo. La colocación dispersa de los cinco vocales presentes sin apenas mirar a la cámara (esto es, al compareciente que buscaba una plaza en lugar tan insigne) expresaba mucha lejanía e indiferencia. Se mostraban despectivos ante un trámite que más parecía una formalidad que un mecanismo de selección para el Tribunal Supremo. Lo que yo viví fue que la indispensable amabilidad y cordialidad, fueron inexistentes y carentes de la actitud exigible a quienes no están examinando a un bachiller. A los 10.00 minutos y cero segundos, quien presidía, me cortó muy bruscamente mi intervención.

El prerreparto

Percibida la falta total de empatía y también de respeto, volví a mi anterior reflexión personal de fondo, incluso, reforzada. Aunque pudiese tener pocas posibilidades, pues no tengo ni padrinos ni madrinas políticos, convencido ya de que previamente ya estuviese diseñado el prerreparto de los cromos (plazas convocadas), la mermada confianza en el sistema que le envuelve y mi radical independencia (la cual es un factor negativo) reforzaron, tristemente, mi falta de ilusión.

Por ello, pocos días después, en noviembre, procedí a comunicar por registro a la Presidencia, junto a los motivos, a la retirada de mi candidatura a la plaza a la que aspiraba en la Sala III del Tribunal Supremo. Lo hice con mucho dolor, pues en otros tiempos, con otras formas o con un ambiente judicial menos contaminado, habría sido un honor. Pero lo hago, con acierto o no, por coherencia, honestidad y con mucha tristeza.

Considero fundamental para la efectividad de un Estado de derecho el papel del poder judicial, pero este, en general, ha ido empoderándose con excesos y hasta altivez, a veces situándose por encima de la propia ley y no tratando con igualdad a las partes. El a veces surrealista protagonismo judicial, incluso no sujeto a límites o tolerados por otros jueces y por un muy desacreditado CGPJ, se ha extendido. Estos excesos, haciendo primar con frecuencia ideologías, amistades, padrinazgos e incluso intereses, no son puros.

Si los ciudadanos apenas se enteran de lo que fluye debajo de la 'política judicial' en el sentido más pérfido, quienes conocemos más internamente lo que sucede y tenemos sensibilidad, acaso excesiva, incluso para mostrar preocupación porque cuando la Justicia como valor es, al menos en mí, un aliento, las injusticias, especialmente las propiciadas por el sistema, duelen más. Me ha entristecido, pero me sentí liberado entonces al retirar mi candidatura y quería compartir mi experiencia. Como jurista y como persona he sentido estos años minorada la confianza en la Judicatura, y por supuesto, en ese órgano, CGPJ, que es una coctelera de intereses.

*Jesús López-Medel, abogado del Estado.

Es triste tener que renunciar por causa de convicciones/decepciones —en última instancia, desencanto—, a la posibilidad de tener un cargo muy honorable. Pero estar dispuesto a asumir tareas públicas nuevas requiere ánimo firme, convencimiento y, por supuesto, ilusión. Cuando esto falla, lo mejor, aunque sean aquellas labores muy relevantes y honrosas, es apartarse del objetivo inicial.

CGPJ
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