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Lo que el PP puede aprender de la derecha alemana sobre la inmigración
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Ramón González Férriz

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Lo que el PP puede aprender de la derecha alemana sobre la inmigración

El líder democristiano compitió con la derecha radical en cuestiones migratorias y le salió mal. Tener un discurso sólido y al mismo tiempo moderado y compasivo es difícil, pero es la mejor opción

Foto:  Friedrich Merz, candidato a canciller de la CDU. (EFE)
Friedrich Merz, candidato a canciller de la CDU. (EFE)
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Hace dos semanas, un hombre afgano mató a dos personas en Baviera. Todos los partidos alemanes consideraron el hecho un acto terrorista y lamentaron que el autor siguiera en el país a pesar de que se había emitido una orden de deportación. Pero Friedrich Merz, el líder del centro-derecha, y probable canciller tras las elecciones del 23 de febrero, fue más allá.

Presentó en el Bundestag un plan que incluía cerrar las fronteras a todo inmigrante que no llegara a ellas con permisos. Algunos puntos, probablemente, vulneraban la ley. Y, pese a que la moción no era vinculante, generó un gran enfrentamiento. Al final, se aprobó, pero con los votos del partido de derecha radical Alternativa para Alemania (AfD). Merz ha reiterado que no va a gobernar con la AfD y que apoya la existencia de un cordón sanitario contra ella, pero afirmó que no tenía más opción que aceptar sus votos. Su partido se dividió en dos. Angela Merkel, su predecesora, le regañó en público. Poco después, Merz presentó una nueva moción, esta vez de carácter vinculante, que restringía la reunificación familiar y daba a la policía poderes especiales para acelerar las deportaciones. Varios miembros de su partido votaron en contra y no salió adelante.

Merz tiene una intención de voto del 30%, e iba a ganar las elecciones cómodamente con su discurso económico, basado en la desregulación y las bajadas de impuestos. Pero no se resistió a la tentación de intentar rentabilizar también la inmigración, el tema predilecto de la AfD, que ronda el 20% en las encuestas. Fue un error de cálculo, porque ha puesto en evidencia que su partido no tiene una posición unánime y, al dar aún más protagonismo a este debate, le ha hecho un regalo a AfD. Una gran mayoría de alemanes está de acuerdo en imponer un mayor control a la inmigración ilegal. Pero Merz no podría haberlo hecho peor.

Las dudas de la derecha

Hoy, todos los partidos conservadores tradicionales tienen dudas sobre qué hacer con la inmigración. El auge de la derecha más radical se debe a que la ha puesto en el centro de su programa y está logrando convertirla en una obsesión. ¿Hay que copiar su mano dura, como pretendía hacer Merz y han hecho también los republicanos franceses o los tories británicos? ¿O hay que distinguirse de ella y mantener un discurso robusto, pero más matizado y compasivo?

Hasta ahora, el PP ha hecho lo segundo. La semana pasada, en la Asamblea de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso dio una estupenda réplica a la portavoz de Vox que le acusó de malgastar el dinero de los madrileños "regalando" asistencia sanitaria a inmigrantes ilegales. "No pienso negarle la asistencia sanitaria a nadie que está en la Comunidad de Madrid, sea cual sea su situación personal", dijo la presidenta. El PP nacional no se ha negado a apoyar cuestiones como el reparto de inmigrantes irregulares llegados a comunidades receptoras y la regularización de centenares de miles de inmigrantes que llevan años trabajando en España que no tienen un pasado delictivo. Y hace algo, si cabe, más importante: en general, y con algunas excepciones como Xavier García Albiol, el alcalde de Badalona, no utiliza un tono despectivo ni apocalíptico al hablar de inmigración. Es la demostración de que se puede ser partidario de restringirla y, al mismo tiempo, mostrarse humano. Pero se trata de la postura políticamente más difícil, frente a una izquierda que considera que no hay un problema migratorio, y la derecha radical, que cree que la civilización occidental va a morir a causa de él.

El PP tendrá la tentación de adoptar un discurso más estridente, pero el fiasco de Merz debería convencerle de que sería un error

Pero el hecho es que la preocupación por la inmigración aumenta, incluso cuando no se producen tragedias como la de Baviera. Según el CIS, durante unos meses del año pasado fue para los españoles el mayor problema del país. A Vox no le dañó abandonar las coaliciones de gobierno autonómicas en protesta por la acogida de inmigrantes irregulares, y sigue creciendo, aunque con un porcentaje de votos muy inferior al de partidos semejantes en Europa. El ecosistema de influencers de derecha radical, cada vez mejor organizado, se ha dado cuenta de que, si se centra en esa cuestión, puede dominar el debate público.

Todas estas tendencias se agravarán. Y el PP tendrá la tentación de adoptar un discurso más estridente. El fiasco de Merz, o el declive de los republicanos franceses y los tories ante sus adversarios más radicales, debería convencerle de que sería un error. La discusión sobre la inmigración es completamente legítima, como lo es la postura de quienes creen que hay que ser mucho más restrictivo contra la ilegal (pese a que se equivocan al creer esta está representada, sobre todo, por africanos que llegan en barca; en realidad, se trata sobre todo de latinoamericanos llegados en avión). Es imprescindible defender los valores de tolerancia, igualdad y laicismo frente a los inmigrantes musulmanes que predican el odio. O poner medidas efectivas contra quienes han convertido la delincuencia en su forma de vida.

Pero todo esto puede hacerse sin anunciar todos los días el apocalipsis, exigir medidas ilegales o deshumanizar a una parte de la población, mucha de la cual no tiene nada que ver con el radicalismo ni con la delincuencia. No es fácil. El PP lo está intentando. Por el bien de todos, pero también por el suyo, si no quiere regalarle a Vox el monopolio del discurso sobre la cuestión, debería mantenerse en esa posición.

Hace dos semanas, un hombre afgano mató a dos personas en Baviera. Todos los partidos alemanes consideraron el hecho un acto terrorista y lamentaron que el autor siguiera en el país a pesar de que se había emitido una orden de deportación. Pero Friedrich Merz, el líder del centro-derecha, y probable canciller tras las elecciones del 23 de febrero, fue más allá.

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