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Tribuna
Por
La banda de Sánchez
Cuando llegue el final de la escapada, ¿cuál será el balance? La banda y sus socios podrán decir "que nos quiten lo bailado", y los restantes españoles se verán obligados a regenerar su nación y rehacer su Estado
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Utilizo la palabra banda en su segunda acepción según el diccionario de la Academia: "Parcialidad o número de gente que favorece y sigue el partido de alguien". O sea, que decir "la banda de Sánchez" es tanto como decir "la gente de Sánchez", en la que es forzoso distinguir entre la gente variopinta, más antigua y próxima a él, que le sigue fielmente desde el comienzo de su aventura, y la gente que se ha sumado más tarde a su proyecto, al calor del éxito. No hay que confundir esta banda con el Partido Socialista, que presenta una nutrida hoja de servicios a España, pese a haber sufrido a lo largo de su historia achaques iguales a los de los otros partidos.
Por tanto, el Partido Socialista no es la banda de Sánchez. Esta es otra cosa: es, dentro del partido, un grupo muy cohesionado, audaz y sin complejos, que ha desarrollado una exitosa actividad en tres etapas: 1ª. La banda ocupa y se hace con el control del Partido Socialista. 2ª. La banda, ya ocupado y controlado el Partido Socialista, se hace con el gobierno de España. 3ª. La banda, ya ocupado y controlado el gobierno de España, está en trance de hacerse con el Estado mediante la ocupación de todas sus instituciones, cuya tarea ha acometido con la ayuda venal e inestable de otros partidos o bandas (caben matices) de izquierda radical y nacionalistas periféricos de vario pelaje e idéntico empeño. Se trata de un nuevo Pacto de San Sebastián, más heterogéneo y mucho más grosero que el primero, el que trajo la Segunda República. Es un pacto de socorros mutuos sin otro móvil que el medro propio de cada banda, que es obscenamente exhibido con ostentación y escarnio.
La figura esencial de la banda de Sánchez es él: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Lo primero que hay que decir de él es que no es un personaje vulgar, sino que tiene algunos atributos en grado eminente: altísima concepción de sí mismo, querencia extrema por el poder, ambición sin límites, constancia impávida, capacidad de adaptación inagotable, ausencia de todo tipo de prejuicios y límites, así como una concepción sumamente elástica de lo que son la verdad y la mentira, hasta el punto de que ambas caben para él dentro de un cambio de opinión. Aunque quizá adolezca de alguna carencia, tal y como se insinuó en Paiporta, que conforme también su personalidad. Lo que no obsta para que sea el líder de la banda, con ventaja sideral sobre sus segundos, que no son nada sin él. Lo que le permite: 1º. Conservar y ampliar su poder personal. 2º. Neutralizar a las personas e instituciones que se le enfrentan y a las que desdeña. 3º. Provocar situaciones en las que él sea el protagonista.
Al lado de Sánchez están los dirigentes y asimilados. Ninguno le hace sombra, ni aspira a sustituirle. Son unos arribistas más o menos dotados de capacidades profesionales y de más o menos tino. Algunos han sido útiles al líder, pero ninguno de ellos ha sido determinante. Se han subido a un tren en marcha y solo se apearán de él, si pueden, antes de que descarrile. No son patriotas: han postergado los intereses nacionales españoles cuantas veces ha convenido a los suyos. De hecho, se han comportado con España como si fuese un país conquistado.
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Están luego los militantes. Hay, entre ellos, aquellos a los que les va bien con el sanchismo, por lo que están dispuestos a defenderlo con uñas y dientes. No tienen escrúpulos en hacer alardes de progresismo en beneficio propio. Pero son más, sin duda, los militantes que guardan la honrada memoria de un pasado reciente (hasta que Zapatero asumió el poder), en el que ser socialista equivalía a defender una patria reconciliada, constitucional, con voluntad de progreso y justicia social, y celosa de su dignidad nacional y de su integridad territorial. Pero estos militantes callan. ¿Por qué? Porque -dicen- peor es la derecha. Son gente de una fe granítica, berroqueña. Se les puede aplicar, con toda razón, una expresión acuñada en su día para otros: "inasequibles al desaliento".
Y quedan, al fin, sus votantes. Viven su vida, a veces con esfuerzo, bajo una incesante propaganda, cuando no de una calculada desinformación facilitada por unos medios sectarios, que se refocilan con fruición en serlo. Estos votantes son fieles a la inercia de su tradición. En su buena fe, no se sienten manipulados. Y tampoco nadie les ha ofrecido en los últimos años, con autoridad moral suficiente para ello, otra propuesta sugestiva, venga de donde venga. Es decir, no ha surgido un líder en España. Y, si ha apuntado o aún apunta alguno, ha sido y es neutralizado por los apparatchik que velan por los intereses inmediatos de su partido. Les va en ello el ser o no ser.
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Así se sostendrá la banda de Sánchez hasta que su propio desvarío la lleve a una ruina inexorable, sin que la oposición haya acertado a cortar antes su sostenido desafuero. Y cuando llegue el final de la escapada, ¿cuál será el balance? La banda y sus socios podrán decir "que nos quiten lo bailado"; y los restantes españoles se verán obligados a regenerar su nación y rehacer su Estado…, si pueden.
Utilizo la palabra banda en su segunda acepción según el diccionario de la Academia: "Parcialidad o número de gente que favorece y sigue el partido de alguien". O sea, que decir "la banda de Sánchez" es tanto como decir "la gente de Sánchez", en la que es forzoso distinguir entre la gente variopinta, más antigua y próxima a él, que le sigue fielmente desde el comienzo de su aventura, y la gente que se ha sumado más tarde a su proyecto, al calor del éxito. No hay que confundir esta banda con el Partido Socialista, que presenta una nutrida hoja de servicios a España, pese a haber sufrido a lo largo de su historia achaques iguales a los de los otros partidos.