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Javier de Andrés

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El nuevo nacionalismo vasco

La izquierda, y radical, ha tomado el testigo identitario del nacionalismo ante la anuencia de sus antiguos líderes

Foto: Celebración del Aberri Eguna (día de la patria vasca) en Pamplona. (EFE)
Celebración del Aberri Eguna (día de la patria vasca) en Pamplona. (EFE)

No es fácil quitarle los tópicos a un fenómeno político del siglo XIX como lo es el nacionalismo vasco. Es cómodo identificarlo como la carcundia sabiniana que se nutría del odio racial a todo lo que venía del sur del Ebro. Sin embargo, reiterar lo que pasó no es suficiente para saber lo que pasa.

Sin dejar de homenajear a Sabino Arana, desde el Gobierno vasco se ha alentado un efecto llamada de la inmigración extranjera basada en rentas ventajosas que no requerían contraprestaciones. Sin encontrar ninguna identidad con otras comunidades españolas, el presidente del PNV es oriundo de Soria así como el lehendakari lo es de Burgos. Sin que le haya costado el puesto, Aitor Esteban ha dicho que su sucesor podría llamarse Hassan.

La presidenta de la Fundación Sabino Arana comparó este año a Sabino Arana con Martin Luther King. Ambos tenían un sueño, decía muy orgullosa. Sí, claro, pero antagónicos. Lo que yo me pregunto es cuál de los dos se sentiría más dolido por la comparación, si el predicador americano o el fundador del PNV. Todo da igual.

Más allá de lo que puedan sentir muchos militantes del PNV respecto a la pureza racial, el nacionalismo étnico (como el catolicismo más severo) hace ya tiempo que declinó dejando su espacio a otro nacionalismo de corte cultural basado en la lengua y en las tradiciones.

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El cambio de este nacionalismo racial al cultural lo describió magistralmente Xabier Arzalluz cuando dijo aquello de "Yo no soy racista. Yo prefiero a un negro, negro, que hable euskera que a un blanco que lo ignore". Arzalluz se avenía con estas palabras a lo que estaba ocurriendo en la sociedad vasca y con ello doblegaba sus convicciones sobre la negritud a la conveniencia de una sociedad, ya que no racial, sí culturalmente homogénea.

Esas palabras del presidente del EBB fueron en el año 1994 y, sí, son ya del siglo pasado. Tras cuatro décadas de pertinaz ejercicio de proselitismo lingüístico desde los poderes públicos, la escuela vasca ha logrado que se extienda el conocimiento del euskera, pero apenas ha conseguido la ampliación de su uso. Todo ello, a la espera de incorporar a las estadísticas de uso del idioma al tercio de niños que son hijos de extranjeros y que, con frecuencia, se manejan mejor en árabe que en castellano.

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Asentar la idea de nación en el siglo XXI sobre las preferencias culturales fue una elección arriesgada. El mundo escoge con velocidad online sus gustos musicales, cinematográficos y deportivos. La juventud vasca viaja, estudia, conoce y, a veces, vuelve, otras, no. Varios estudios indican que el saldo migratorio en la franja de edad universitaria es muy desfavorable para la demografía vasca. El crecimiento poblacional (escaso) llega por la inmigración, y con ella su música, su fiesta y sus menús. La identidad vasca no puede ser cultural, tiene que ser multicultural, multiétnica, multisexual, multiprogre.

Muchas banderas palestinas, iconografía LGTBI+ y de lucha "antifa". Ese viene siendo este verano el decorado de los recintos feriales en Euskadi. El mismo que se puede encontrar el primero de mayo en Londres, Ámsterdam, Turín o Vallecas. En euskera, es verdad, pero la misma lucha: Ezker Iraultzailea. La misma revolución, las mismas consignas, los mismos símbolos.

El nacionalismo racial cayó, el nacionalismo cultural decayó y el nacionalismo ideológico, de izquierdas, claro, se expandió.

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La izquierda radical es la que hoy llena en Euskadi el espacio público. ¿Lo hace con apología racial? No. ¿Lo hace con los elementos que caracterizaban a la sociedad vasca: laboriosidad, inversión, confianza en sus empresarios, la familia y la misa diaria? Tampoco.

Hoy la identidad vasca que inspira al nacionalismo no es ni el Rh ni la Virgen de Begoña, es la doctrina woke y la misma agenda progre que podréis ver en la puerta de la sede de Podemos en Teruel. La misma que ha llevado a PSOE, Bildu y al PNV a apoyar el repertorio legislativo de Irene Montero, la política fiscal de María Jesús Montero y el gasto público y clientelar de Sánchez.

En Euskadi no hay incendios porque domina la izquierda, en Euskadi hay mejores sueldos porque hay lucha obrera. Y se lo creen y hacen categoría de ello. Porque es la nueva referencia del nacionalismo vasco a la que el PNV se ha sumado, por convicción o por conveniencia o porque la pusilanimidad es la expresión propia de la decadencia.

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La izquierda, y radical, ha tomado el testigo identitario del nacionalismo ante la anuencia de sus antiguos líderes. Una izquierda que ha negado violentamente la entrada a los recintos festivos a policías, que ha empapelado las ciudades con alusiones a la revolución socialista y con carteles de apoyo a la organización terrorista Hamás, sustituta emocional de ETA, y de los presos, esos a los que el Gobierno vasco va soltando gratuitamente para cumplir con el guion marcado en la comunión progre.

No es posible explicar el fenómeno político que se vive ahora en Euskadi desde los tópicos fraguados en el siglo pasado. El tiempo pasa y hay un nuevo nacionalismo vasco basado en la identidad de izquierdas, liderado por la izquierda radical y a la que se ha sumado el nacionalismo tradicional.

No es fácil quitarle los tópicos a un fenómeno político del siglo XIX como lo es el nacionalismo vasco. Es cómodo identificarlo como la carcundia sabiniana que se nutría del odio racial a todo lo que venía del sur del Ebro. Sin embargo, reiterar lo que pasó no es suficiente para saber lo que pasa.

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