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La pulsión suicida de la política española
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Ramón González Férriz

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La pulsión suicida de la política española

Los políticos hacen exigencias maximalistas sobre la corrupción, el feminismo o los títulos educativos. Luego las incumplen ellos mismos. Es como si construyeran voluntariamente el cadalso al que luego les llevarán sus adversarios

Foto: Imagen de archivo del Congreso de los Diputados. (EP/Jesús Hellín)
Imagen de archivo del Congreso de los Diputados. (EP/Jesús Hellín)
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Con frecuencia, los políticos prometen lo que no pueden cumplir. En ocasiones, se enfrentan a acontecimientos que no son capaces de gestionar. Y mienten para salir del paso. A veces eso supone su descrédito o el final de su carrera. Es algo inherente a la política.

Sin embargo, llevamos un tiempo sumidos en una dinámica aún más inquietante: los políticos crean voluntariamente las circunstancias que, más tarde, les acorralan o les llevan a la ruina. Es la pulsión suicida de la política española.

De la corrupción al feminismo

Pedro Sánchez construyó su carrera sobre la reiteración de que sus gobiernos serían los de la "honradez intransigente". Ganó una moción de censura con el argumento de que era imprescindible expulsar del poder a un PP corrupto. Pero inmediatamente después de llegar a la presidencia, por lo menos tres de sus más estrechos colaboradores empezaron a llevar a cabo prácticas corruptas. Hoy, su mujer y su hermano están siendo investigados por tráfico de influencias. Y el partido que lidera posiblemente pagaba a una persona para que desacreditara a los agentes de la Guardia Civil que reconstruían los hechos. "El hedor de la corrupción del PP empieza a ser insoportable", dijo en 2016 Sánchez. "Sánchez, en apuros", dijo el Financial Times nueve años después.

El PP fue también víctima de su entusiasmo justiciero. Poco después de que se confirmaran periodísticamente los casos de corrupción en el Gobierno, Alberto Núñez Feijóo decidió poner en el centro de su estrategia opositora la denuncia de la corrupción socialista. Él y los demás líderes de su partido fueron implacables e insistentes. Al cabo de unos pocos días, se conoció la presunta corrupción de Cristóbal Montoro.

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Podemos colocó el feminismo en el centro de su estrategia en 2017; el PSOE alardeó de que el Gobierno de Sánchez era "el más feminista de la historia". Una vez en el poder, Podemos impulsó la ley de protección de la libertad sexual, una de cuyas consecuencias fue la reducción de penas para violadores. Uno de los fundadores del partido, Íñigo Errejón, que insistió en su compromiso con el feminismo, fue denunciado por agresión sexual y tuvo que dejar la política. Parece que los tres miembros de la trama corrupta del PSOE colocaron a mujeres jóvenes en puestos de trabajo de empresas públicas para los que no estaban cualificadas y existen grabaciones en las que parece que se repartían prostitutas.

A principios de este verano, los ministros del PSOE, liderados por Óscar Puente, celebraron el descubrimiento de que la diputada del PP Noelia Núñez había mentido en su currículum e insistieron hasta que dimitió. Su entusiasmo creció a medida que se supo que no era el único caso, y lo convirtieron en el centro de su tarea de oposición a la oposición. La trágica ironía fue que, cuando el entorno del PP se puso a buscar casos parecidos en el bando socialista, se descubrió que uno de los más veteranos dirigentes del PSOE valenciano, y hombre de confianza de la ministra Diana Morant, José María Ángel, había falsificado su título universitario. Tuvo que dejar la política. Morant le defendió y no encontró otro recurso que decir que también debía dimitir Pedro Rollán, el presidente popular del Senado, que mostraba títulos dudosos en su currículum.

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En 2012, Pablo Iglesias censuró a Luis de Guindos por poseer "un ático de lujo" de 600.000 euros; seis años más tarde, Iglesias y su esposa se compraron un chalé del mismo precio. En 2015, el nacionalismo catalán basó su estrategia en la transmisión de que la independencia de Cataluña era inevitable e inminente; Gabriel Rufián afirmó que le quedaban 18 meses en el Congreso porque entonces Cataluña ya no formaría de España; hoy, ante el evidente fracaso del procés, dicen que nadie debe juzgarles por no haberlo logrado. Vox basó su estrategia ideológica en la defensa de la doctrina de la iglesia y la recuperación de los valores que esta defiende en una España crecientemente laica; después de convertir la inmigración en su principal reclamo electoral, sin embargo, ha convertido a la iglesia en un adversario ideológico.

Los ejemplos son casi infinitos. Podría parecer que se trata de simples promesas incumplidas, de mentiras o de hipocresía. Pero en realidad es algo peor y responde a un patrón suicida. Los partidos elaboran estrategias comunicativas basadas en el maximalismo ideológico para transmitir su superioridad moral. Establecen unos estándares éticos elevadísimos para sus rivales y para la sociedad. Con el tiempo, se demuestra que son incapaces de cumplir las reglas que ellos mismos han querido imponer. En última instancia, son juzgados de acuerdo con esos baremos. Es como si ellos mismos construyeran el cadalso al que más tarde intentarán llevarles esos rivales y esa sociedad.

Se trata de un ciclo pernicioso que solo alimenta la sensación de que la política se basa en el cinismo y la competición nihilista. Y que en realidad ya es más un gran acto teatral de choque y disputa que un asunto relacionado con la gestión. Se trata de una verdadera pulsión: crear tú mismo las condiciones que te llevarán al descrédito o, quizá, al final de tu carrera.

Con frecuencia, los políticos prometen lo que no pueden cumplir. En ocasiones, se enfrentan a acontecimientos que no son capaces de gestionar. Y mienten para salir del paso. A veces eso supone su descrédito o el final de su carrera. Es algo inherente a la política.

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