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España está mutando de un sistema parlamentario a uno presidencialista
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Ramón González Férriz

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España está mutando de un sistema parlamentario a uno presidencialista

En un régimen parlamentario, si los proyectos del primer ministro son rechazados, este debe buscar nuevas alianzas o convocar elecciones. Sánchez está actuando ahora como el líder de un sistema presidencial

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe los aplausos de la bancada socialista tras intervenir en un pleno del Congreso de los Diputados. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe los aplausos de la bancada socialista tras intervenir en un pleno del Congreso de los Diputados. (EFE/Mariscal)
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La Constitución española contiene una anomalía: define nuestro sistema como una "monarquía parlamentaria", pero llama "presidente" al jefe del Ejecutivo. En otros sistemas parecidos, en los que el rey también es el jefe de Estado —como es el caso de Dinamarca, Suecia o Reino Unido—, el jefe del Ejecutivo se llama "primer ministro". Y en los sistemas parlamentarios republicanos como Italia o Alemania, el "presidente" es el jefe de Estado, y tiene un papel mediador no ejecutivo, mientras que el jefe de Gobierno se llama "primer ministro".

Tal vez esto parezca, además de un trabalenguas, una mera curiosidad para estudiosos de la política comparada. Y ha sido casi irrelevante durante los cuarenta y siete años de democracia española. Pero ahora empieza a resultar algo más llamativo, porque estamos experimentando una lenta mutación constitucional. No me refiero a la paulatina transformación de un sistema cuasi federal en un sistema cuasi confederal, de la que ya hemos hablado mucho. Sino a algo que está pasando más desapercibido. En esta legislatura, nuestro sistema de gobierno se está transformando: está pasando del parlamentarismo a una extraña versión de presidencialismo.

Dos sistemas, dos normas

En un sistema parlamentario, hay elecciones generales en las que se escoge un parlamento, y ese parlamento escoge al primer ministro. La supervivencia del primer ministro, pues, depende de que cuente con mayoría parlamentaria. En ocasiones puntuales, una iniciativa suya puede no contar con ese apoyo. Pero su ausencia, dice la costumbre, no debe ser sistemática.

De modo que, en la mayoría de los sistemas parlamentarios, no sucedería lo que ha ocurrido este mes de septiembre en nuestro país. El martes pasado, la mayoría rechazó una proposición de ley para transferir a Cataluña las competencias en materia de inmigración. Antes, se opuso al proyecto de reducir la jornada laboral a 37,5 horas. En el periodo de sesiones anterior, el Gobierno también acumuló derrotas —o se retiró antes de perder las votaciones— en proyectos relativos a la fiscalidad de las empresas energéticas, la Agencia Estatal de Salud Pública, la ley del suelo o la prohibición de la prostitución, entre otras. Además, el Gobierno está operando con unos presupuestos prorrogados; el año pasado ni siquiera presentó una nueva propuesta porque sabía que no saldría adelante y, aunque este año se ha comprometido a presentarlos, Pedro Sánchez, nuestro presidente/primer ministro, ha asegurado que seguirá gobernando aunque no se aprueben. Y lo más probable es que no se aprueben.

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Hay algunas excepciones, pero lo normal es que si en un sistema parlamentario se produce esta sucesión de derrotas, el primer ministro emprenda una rápida búsqueda de nuevas alianzas, sea sustituido, o dimita y convoque elecciones. Sin embargo, Sánchez no ha hecho nada de eso. Hace un año dijo que seguiría gobernando "con o sin el apoyo [del] poder legislativo" y eso es, en efecto, lo que está haciendo. Eso significa que da por hecho que su puesto no depende de la mayoría parlamentaria, y que por lo tanto el nuestro es un sistema presidencial.

En Estados Unidos, es normal que un presidente —que es elegido en unas elecciones presidenciales — y la mayoría del Congreso —que es elegido en otros comicios— sean de partidos diferentes. Eso dificulta la gobernabilidad, pero nadie espera que el presidente dimita y convoque elecciones si los legisladores no sacan adelante una propuesta suya, porque eso no afecta a su legitimidad. En Francia, el Gobierno actual no está logrando recabar los apoyos necesarios en la Asamblea para aprobar los presupuestos del año que viene, pero eso no significa que Emmanuel Macron —el jefe de Estado, pero en su caso muy particular, no del Gobierno— deba irse, sino que tiene que escoger a un nuevo primer ministro que negocie otros presupuestos diferentes. Javier Milei es presidente porque ganó las elecciones presidenciales argentinas, pero la presencia de su partido en el legislativo es muy pequeña y por eso están saliendo adelante leyes que él no apoya.

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Podemos discutir qué sistema es mejor. No es fácil dirimirlo, aunque la mayoría de los países europeos cuentan hoy con un sistema parlamentario, no el presidencial, que es más habitual en América. Pero lo realmente raro del caso español es que, aunque constitucionalmente es un sistema parlamentario, cada vez se comporta más como uno presidencial.

Una mutación tras otra

Uno de los riesgos más importantes de los sistemas presidencialistas, como es el caso de Estados Unidos y Francia, pero también de México, por ejemplo, es que sus presidentes se conviertan en "monarcas absolutos electos". Es decir, que concentren el poder en sí mismos y pasen por encima del legislativo. Para evitar eso, en estos regímenes muchas veces las elecciones presidenciales y las legislativas están separadas en el tiempo y se limitan los años que el presidente puede permanecer en el cargo.

Sánchez ha decidido que quiere lo mejor de los dos mundos. El parlamentarismo, para ser elegido primer ministro gracias a una mayoría heterogénea aunque no sea el más votado y poder ser reelegido indefinidamente. Y el presidencialismo, para gobernar ignorando que carece de apoyo parlamentario. Una mutación a medida.

La Constitución española contiene una anomalía: define nuestro sistema como una "monarquía parlamentaria", pero llama "presidente" al jefe del Ejecutivo. En otros sistemas parecidos, en los que el rey también es el jefe de Estado —como es el caso de Dinamarca, Suecia o Reino Unido—, el jefe del Ejecutivo se llama "primer ministro". Y en los sistemas parlamentarios republicanos como Italia o Alemania, el "presidente" es el jefe de Estado, y tiene un papel mediador no ejecutivo, mientras que el jefe de Gobierno se llama "primer ministro".

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