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La campaña desesperada de los candidatos del PP
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La campaña desesperada de los candidatos del PP

El hecho de que las municipales y autonómicas precedan en muy pocos meses a las generales produce efectos muy crueles para los candidatos locales del partido gobernante; huelen el pánico

Foto: Mariano Rajoy, acompañado por la secretaria general del partido, la candidata a la Comunidad de Madrid,, y el candidato a la reelección en La Rioja. (EFE)
Mariano Rajoy, acompañado por la secretaria general del partido, la candidata a la Comunidad de Madrid,, y el candidato a la reelección en La Rioja. (EFE)

Un buen amigo mío suele decir que cuando discute con su mujer sobre el color de las cortinas le tranquilizaría saber que sólo se está hablando del color de las cortinas. Pero nunca es así: en el fondo de esas contiendas familiares casi siempre hay muchas más cosas que la que dio origen a la discusión. Por eso suelen desembocar en bronca o en rendición humillante de una de las partes.

Del mismo modo, a los candidatos municipales y autonómicos del PP les daría una gran tranquilidad saber que el voto del 24 de mayo sólo va de lo que la convocatoria dice que va. Desean con toda su alma creer que los ciudadanos se disponen a evaluar serenamente la gestión de cada alcalde y de cada gobierno autonómico y a decidir quién debe hacerse cargo de esos gobiernos en los próximos cuatro años. Claman en el desierto tratando de llamar la atención sobre los logros de su gestión o sobre las propuestas de sus programas. Inundan las redes y los espacios públicos con mensajes cargados de patriotismo local o regional, una especie de ¡Viva mi pueblo! a la desesperada buscando activar no sé qué atávicos resortes emocionales para salvarse de la quema que se avecina.

Pero en el fondo de su corazón saben que las cosas no van a ser así. El hecho de que las municipales y autonómicas precedan en muy pocos meses a las generales produce efectos muy crueles para los candidatos locales del partido gobernante cuando éste ha caído en desgracia de forma irremisible. Excepto para los andaluces, el 24 de mayo será la primera ocasión de votar desde que el PP llegó al Gobierno. Y lo que mucha gente se dispone a hacer es expresarsu opinión sobre lo que ha sucedido en España durante los últimos tres años y medio. Van a dar una enorme patada a Rajoy en el culo de sus alcaldes y de sus presidentes autonómicos.

La experiencia demuestra que la estrategia de despegarse en campaña de las siglas de tu partido no funciona, más bien resulta contraproducente

No es la primera vez que esto sucede. En 1995 muchos buenos alcaldes socialistas y unos cuantos presidentes autonómicos apreciados por su gestión fueron víctimas de la descomposición política del PSOE en el último tramo del gobierno de Felipe González. Vieron la tarjeta roja sin haber hecho nada para merecerla. Y en mayo de 2011 ocurrió lo mismo: había un masivo veredicto social de culpabilidad hacia Zapatero y la primera consecuencia de ese veredicto fue que el PSOE perdió prácticamente todo su poder territorial. “Compréndanlo, no es nada personal”, dijeron los ciudadanos a tantos alcaldes socialistas mientras les señalaban el camino de la calle.

Algo muy parecido le va a ocurrir ahora al PP, y ellos lo saben. Este tipo de tsunamis que nacen de una sociedad enfurecida se ven venir y no hay forma de escapar de ellos. Da igual que diseñes campañas muy localistas (“lo importante es tu ciudad”, “vota por tu pueblo”, “la región que queremos” o mil y un lemasigualmente inanes que ya se han probado hasta la saciedad) o muy personalistas, mostrando enorme la imagen del candidato y casi invisibles las siglas del partido (“Presidente Monago, lo mejor está llegando” es lo primero que se lee al entrar en la web del PP de Extremadura, en una imagen en la que han desaparecido la sigla y el logo del partido). A los candidatos y a los dirigentes nacionales del PP se les ve el pánico en cada cosa que hacen y dicen, y solo ese pánico puede explicar algunos de los errores increíbles que están cometiendo estos días.

El plan de despegarse de su sigla de referencia y tratar de salvarse por su cuenta ya lo han intentado antes muchos candidatos cuando han visto que la marca con la que se presentaban estaba irreparablemente averiada. La experiencia demuestra que el plan no funciona, más bien resulta contraproducente, pero está visto que aquí nadie escarmienta en cabeza ajena.

Algunos candidatos del PP se empeñan en actuar como si en esta votación sólo se tratara del color de las cortinas y procuran que se les note lo menos posible que son del PP. Es humano intentarlo, pero es inútil. Mucho más inteligente será Esperanza Aguirre en Madrid, que a buen seguro no sólo no renegará del PP sino que susurrará a gritos que ella representa al “auténtico y genuino PP” frente a todas las renuncias y blandenguerías de Rajoy

Los candidatos de Podemos y de Ciudadanos, en su mayoría figurantes anónimos, esperan un aluvión de votos al rebufo del glamour de sus etiquetas

Hay candidatos que esconden la marca y candidatos que se esconden tras la marca. En esta ocasión los que esconden la marca deteriorada son los del PP y los del PSOE; y los que se esconden tras la marca son los candidatos de Podemos y los de Ciudadanos, en su mayoría figurantes anónimos que esperan un aluvión de votos al rebufo del glamour de sus flamantes etiquetas.

Esta vez el beneficiario de la caída del partido en el poder no va a ser el otro gran partido nacional, sino los nuevos actores que han irrumpido en el escenario: en el caso del PP, principalmente Ciudadanos (Podemos se beneficia sobre todo del suicidio de IU y de la incapacidad del PSOE para salir de las aguas pantanosas en las que se quedó estancado hace cuatro años).

El hecho novedoso es que, a doce días del inicio de la campaña y a cuatro semanas de las elecciones, lo único que sabemos con certeza es que no sabemos casi nada de lo que va a ocurrir. Nunca hubo una situación tan abierta en vísperas de la cita con las urnas. En todas las ocasiones anteriores, a estas alturas ya estaban perfectamente definidos los battlegrounds de la campaña: dos o tres comunidades autónomas y un puñado de grandes ayuntamientos en los que se decidía el resultado político de las elecciones. En todos los demás territorios se sabía de antemano quién gobernaría y quién no. En consecuencia, la estrategia de los partidos se concentraba en esos pocos territorios importantes de resultado incierto y se dejaba a su propia inercia la campaña en el resto del país.

Hoy, toda España es un 'battleground'. Es probable que no haya mayorías absolutas en ninguna de las comunidades autónomas

Hoy, toda España es un battleground. Es probable que no haya mayorías absolutas en ninguna de las 13 comunidades autónomas ni en la mayoría de los grandes municipios;y eso significa que en la noche del 24 de mayo conoceremos el resultado aritmético de las elecciones pero no su resultado político. Para ello habrá que esperar a la formación de los gobiernos municipales y autonómicos. Sólo entonces sabremos quién ha ganado y quién ha perdido estas elecciones, y puede que ese recuento nos depare alguna sorpresa.

De momento, al menos hasta que las elecciones generales terminen de establecer la nueva configuración política de España, más que a la cultura de los pactos tendremos que acostumbrarnos a la cultura de los gobiernos en minoría haciendo equilibrios cada día para sobrevivir. Ahora sí vamos a conocer lo que es el cambalache permanente.

Un buen amigo mío suele decir que cuando discute con su mujer sobre el color de las cortinas le tranquilizaría saber que sólo se está hablando del color de las cortinas. Pero nunca es así: en el fondo de esas contiendas familiares casi siempre hay muchas más cosas que la que dio origen a la discusión. Por eso suelen desembocar en bronca o en rendición humillante de una de las partes.

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