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Ojalá que no sea esto la nueva política
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Ojalá que no sea esto la nueva política

El PP ha sufrido un varapalo, el PSOE ha ocupado algunas plazas, Podemos ha asistido a su primer combate y Ciudadanos aprende a ser bisagra. Todo ello en una nube de gobiernos inestables

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, junto a su hijo Luca, y el número dos de su candidatura, Gerardo Pisarello (i), en el balcón del ayuntamiento. (EFE)
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, junto a su hijo Luca, y el número dos de su candidatura, Gerardo Pisarello (i), en el balcón del ayuntamiento. (EFE)

Grandes fastos y celebraciones en el campo de la izquierda después de la jornada de constitución de ayuntamientos y elección de alcaldes. Cautivo y derrotado el ejército pepero, las fuerzas del progreso han alcanzado casi todos sus objetivos. Ahora vienen los gobiernos autonómicos, pero la historia será muy parecida.

Aparentemente, todos ganan menos el PP:

Podemos ha asaltado los cielos en cuatro de las cinco mayores capitales del país (incluyo a Valencia porque no tardaremos en ver a Compromís formando parte del frente de izquierdas que se está gestando para las generales).

Al PSOE le ha tocado una generosa pedrea de ayuntamientos y un lote inesperado de gobiernos autonómicos: nunca se obtuvo tanto poder con tan pocos votos. El frente interno, despejado de momento para Sánchez. Y sobre todo, el principio del perdón de sus pecados: para el podemismo, la casta de ayer ha pasado a ser el socio de hoy. Un negocio redondo para los socialistas por el pequeño precio de firmar lo que les han puesto delante sin exagerar los remilgos.

A Ciudadanos no le interesa en esta ronda entrar en los gobiernos. Lo suyo es asentarse como la bisagra imprescindible y seguir acogiendo a los cientos de miles de votantes que saltan en masa del Titanic del PP mientras el capitán Rajoy, impasible el ademán, hace como que sabe a dónde va.

El PP ha perdido la mitad de su poder institucional. Un siniestro de mucha consideración, pero no un siniestro total. El PP ha tenido seis millones de votos, los mismos que tuvo el PSOE en las municipales hace cuatro años, pero ya le hubiera gustado al PSOE de 2011 conservar 17 capitales de provincia y 3 o 4 comunidades autónomas, entre ellas Madrid. Y atención a los miles de pequeños y medianos municipios en los que los alcaldes del PP han sobrevivido al naufragio.

Por lo demás, todo ha resultado bastante natural. El PSOE y Podemos han sumado sus fuerzas en un matrimonio sin amor porque de no hacerlo sus dirigentes no hubieran podido salir a la calle durante una temporada. Para divorciarse siempre hay tiempo y no duden de que sobrarán los pretextos.

El jefe de Ciudadanos dijo que no se atendría al criterio de permitir que gobernara la lista más votada y que decidiría caso por caso, pero finalmente su necesidad de preservar el hermafroditismo ideológico le ha devuelto al punto de partida: que gobierne el más votado, pero que quede claro que depende de mí. Como eso le llevaba a facilitar gobiernos del PP en la mayoría de los casos, unos días antes se hizo un lavado de cara preventivo entregando al PSOE su joya de la corona, Andalucía: una operación limpia con el timing bien estudiado.

La reacción histérica del PP arremetiendo contra Sánchez es infundada y torpe. ¿Qué esperaban? ¿Acaso habríanhecho ellos algo diferente en su lugar? Parecen no haber entendido aún que el mejor regalo que pueden recibir sus competidores es un ataque frontal del PP, sobre todo si viene de Rajoy. La apocalíptica campaña de Aguirre contra Podemos resultó ser una contribución decisiva a la victoria de Manuela Carmena y ahora el ataque enrabietado de Rajoy contra Sánchez ayuda a este a seguir saneando la averiada imagen de su marca.

Parece mentira que haya que seguir explicando que en la democracia representativa las mayorías de gobierno nacen de las urnas, pero se construyen mediante la agregación de voluntades de los representantes elegidos por el pueblo. Esto se puede cuestionar, pero estaríamos hablando de otro sistema político.

Para mí, el problema de fondo que resulta de estas elecciones es que de ellas no han salido verdaderas mayorías de gobierno, sino algo mucho más inestable e inquietante.

Abrimos el período de mayor fragmentación política de la democracia y su primera criatura es un país sembradode gobiernos de un solo partido en situación de máxima precariedad. En cualquier momento anterior ha habido más gobiernos de coalición que ahora, que es cuando más se necesitan.

Cuando no hay mayoría absoluta, caben tres soluciones: la primera, la más estable, es un gobierno de coalición. La segunda, un pacto de legislatura mediante el que un partido se compromete a sostener al gobierno con un programa acordado. Y la tercera es la que se ha elegido ahora: te presto los votos durante 24horas para que pases la investidura, pero ahí empieza y acaba mi compromiso, a partir de mañana te buscas la vida para gobernar como malamente puedas y yo me quedo fuera, vigilándote y preparado para tumbarte cuando más me convenga.

No ha habido pactos de gobierno ni pactos de investidura para dar estabilidad a las instituciones. Lo que ha habido con carácter general es que los partidos se han escaqueado salvo que les tocara a ellos encabezar ese gobierno.

Si quisiera, Ciudadanos podría participar en muchos gobiernos municipales y autonómicos. ¿Qué mejor forma de asegurarse de que se cumplan sus exigencias? Pero no ha querido porque ello pondría en peligro su sacrosanta e inmaculada equidistancia y comprometer el plan de parasitar gratuitamente el voto descontento de los grandes.

Podemos podría gobernar con el PSOE en varias comunidades autónomas. Sería la forma más eficaz de impulsar el proyecto de progreso y controlar desde dentro que “la casta socialista” no vuelve a las andadas en cuanto se vea de nuevo en el poder. Pero no interesa porque complicaría la tarea de armar a toda prisa la coalición de izquierdas que en las generales le haga el sorpasso al propio PSOE.

Lo que menos necesita este país que aún lucha por salir de la crisis es una lluvia de gobiernos precarios obligados a negociar su subsistencia cada mañana

Los socialistas podrían incorporarse a los gobiernos municipales de Madrid o Barcelona; nada mejor para frenar las veleidades populistas de Podemos. Pero salvo en el País Vasco, el PSOE nunca ha pasado antes por la experiencia de estar en los gobiernos como socio secundario, y ese es un aprendizaje que más le vale ir incorporando a su cultura.

Uno tiende a suponer que se pide el voto a los ciudadanos para llegar al gobierno, transformar la realidad y aplicar los programas. Pues supone usted mal: o yo soy el jefe del gobierno de turno o me quedo fuera y que el que gobierna se las apañe como pueda, sabiendo que lo tengo cogido por sus partes y que necesita pedirme permiso hasta para respirar.

Los votos son provechosos, los gobiernos son peligrosos cuando no eres el protagonista. Los votos como un fin en sí mismo: vótenme para tener más votos. O dicho de otra forma: vóteme para que yo engorde, no para hacer que a usted le mejore la vida.

Lo que menos necesita este país que aún lucha por salir de una crisis brutal es una lluvia de gobiernos precarios obligados a negociar su subsistencia cada mañana. Pero estas no han sido las elecciones de los pactos, ojalá lo hubieran sido. Lo que hemos visto el sábado en los ayuntamientos y veremos en las comunidades autónomas ha sido una nueva apoteosis del oportunismo y de la táctica partidaria a costa de los intereses generales. Ojalá que no sea esto la nueva política.

Grandes fastos y celebraciones en el campo de la izquierda después de la jornada de constitución de ayuntamientos y elección de alcaldes. Cautivo y derrotado el ejército pepero, las fuerzas del progreso han alcanzado casi todos sus objetivos. Ahora vienen los gobiernos autonómicos, pero la historia será muy parecida.

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