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No se necesita una tercera vía, se necesita una vía
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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No se necesita una tercera vía, se necesita una vía

Lo que define el problema de Cataluña en su estado actual no es que existan varias vías posibles de solución, sino que aparentemente no hay ninguna

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas (i), y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Artur Mas (i), y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

Creo que no es acertado usar la expresión “tercera vía” para designar la propuesta de quienes no creen en el rupturismo de Mas ni en el inmovilismo de Rajoy. Hablar de una tercera vía implica admitir otras dos: y lo que define el problema de Cataluña en su estado actual no es que existan varias vías posibles de solución, sino que aparentemente no hay ninguna.

La posición de Rajoy es más bien una no-vía. El PP sólo propone resistir, simplemente porque no ven la necesidad de avanzar en ninguna dirección ni de reformar nada sustancial en cuanto a la posición de Cataluña en España.

Lo de Mas y sus socios tampoco es propiamente una vía si por tal entendemos un camino que se pueda transitar en el mundo real. Su “hoja de ruta” es un relato de ficción que si conduce a algún lugar es al despeñadero. La figura de Artur Mas cada día me recuerda más a la que cantaron los Beatles:

He´s a real nowhere man

Sitting in his nowhere land

Making all his nowhere plans for nobody

Lo que necesita Cataluña no es una tercera vía, sino sencillamente una vía. Porque lo que se ha hecho hasta ahora desde los dos palacios, el de la Plaza de Sant Jaume y el de la Moncloa, no es abrir vías sino volar puentes, cavar trincheras y levantar muros.

Para abrir una esa vía se necesitan sobre todo tres cosas que ahora faltan: grandeza política, claridad y voluntad de acuerdo.

Ligar la decisión sobre la independencia a unas elecciones autonómicas, además de ser legal y políticamente fraudulento, hace que los partidos tengan un ojo puesto en la cuestión de fondo y el otro en su cuenta de votos y escaños.

Artur Mas tuvo 62 diputados en el Parlament de Cataluña cuando CiU era un partido sensato. Tras el 27-S no habrá más de 30 diputados de Convergència. Lo que está haciendo tiene mucho que ver con camuflar la autodestrucción de la fuerza política más estable y poderosa de Cataluña.

Por otra parte, da risa y pena ver cómo los dirigentes socialistas, los del PP y los de Ciudadanos repiten como robots adiestrados que cada uno de ellos es EL ÚNICO que puede arreglar el problema mientras se embisten entre sí.

Albiol quiere quitarle los votos al PSC, Rivera se los quiere quitar al PP y el PSC lucha por sobrevivir mientras en los pasillos de Ferraz se susurra cada vez más alto -especialmente si hay periodistas cerca- que ha llegado la hora de restablecer la marca PSOE en Cataluña (gracias, pensará Iceta, es una gran ayuda reabrir ese melón en plena campaña).

Sonseras, pequeños personajes y manejos pequeños para la magnitud de lo que está en juego. ¡Cuánto daño han hecho algunos manuales de campaña y sus intérpretes!

Da risa y pena ver cómo los socialistas, los del PP y los de C's repiten como robots adiestrados que cada uno de ellos es EL ÚNICO que puede arreglar el problema

Se necesita también ahuyentar algunos fantasmas y dejar de hacerse lío con las palabras y los conceptos.

NACIÓN. ¡Temblad, malditos, temblad!. Pues no hay nada por lo que temblar y me llama mucho la atención que alguien del nivel y la experiencia de Felipe González se haya dejado enredar como un debutante en esta polémica absurda.

El artículo 2 de la Constitución habla de nacionalidades y regiones. “Nacionalidades” es un eufemismo que se puso porque vigilaban los militares franquistas, pero en el propio debate constitucional de 1978 quedó claro que se refería a “naciones sin Estado”.

El preámbulo del Estatuto de Cataluña resolvió el problema de la palabra “nación “ de forma satisfactoria para CiU, para los socialistas y para los catalanes que lo votaron en referéndum. Si a Rajoy le dijeran hoy que recuperando aquel texto que él impugnó se resolvía el problema, se subiría en la mesa para firmar. Y es que el oportunismo es un arma que siempre tiene retroceso contra el que la dispara.

¿Se puede recuperar aquella fórmula? Claro, se podría si se quisiera. Incluso se puede elevar a rango constitucional.

Los socialistas han propuesto que la Constitución determine la lista y el nombre de las 17 comunidades autónomas. Una buena ocasión para meterse en un lío nominalista, pero también para enderezar ciertos entuertos, si es que se quiere.

HECHO DIFERENCIAL Y/O FEDERALISMO ASIMÉTRICO. ¿Dónde está el problema? Desde los Reyes Católicos, España no es otra cosa que una agregación de hechos diferenciales. Y no hay nada tan asimétrico como el actual Estado de las Autonomías. Hay comunidades monolingües y bilingües, las hay con policía propia y sin ella, hay regímenes fiscales especiales (País Vasco, Navarra), hay instituciones del derecho civil que rigen en unos lugares y no en otros…

¿Por qué el federalismo tiene que ser simétrico? El federalismo será lo que determinen las entidades o los territorios que deciden federarse. ¿Hay algo más asimétrico que el sistema norteamericano en el que lo que es delito en unos estados no lo es en otros, unos aplican la pena de muerte y otros no, algunos incluso tienen derecho de autodeterminación y otros no?

Es un error fatal –y muchas veces interesado- confundir diferencia con desigualdad, singularidad con privilegio y unidad con uniformidad.

Si 2016 comienza con Mas en la Generalitat y Rajoy en la Moncloa, debemos ir abandonando toda esperanza de salir con bien de este viaje siniestro

Eso sí, para que la “tercera vía” sea algo más que un brindis al sol debe cumplir al menos tres requisitos:

El primero, entender que no puede quedar asociada a un partido. O la solución es políticamente transversal y compartida o no es solución. Hacer un acto en Madrid y juntar a cuatro secretarios generales del PSOE para ocupar la foto entera no sirve ni como acto de campaña.

El segundo, dar contenido a la propuesta. Es verdad que los socialistas son quienes más han avanzado hasta ahora en ese terreno; ello debería servir para que su líder, en lugar de escabullirse de todas las cuestiones comprometidas por temor a agitar su patio interno, se atreva a recordar cosas que ellos mismos han acordado y puesto por escrito. Por ejemplo, y en lo que se refiere a la reforma constitucional:

Que sería saludable establecer una lista cerrada e irrenunciable de competencias del Estado, asumiendo que lo que no esté en esa lista corresponde a las comunidades autónomas o a los ayuntamientos.

Que se deberían constitucionalizar las bases del sistema de financiación autonómica, entre las cuales puede caber el “principio de ordinalidad” que reclama Cataluña.

Que deben existir mecanismos de cooperación tanto multilaterales como bilaterales; y en el caso de Cataluña, en algunas materias especialmente sensibles hay que admitir más espacios de bilateralidad.

Que igual que hay una Disposición Adicional en la Constitución que “ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales”, puede haber otra que diga lo mismo respecto a Cataluña.

Que nunca más hay que poner al Tribunal Constitucional en la tesitura de sentenciar sobre algo que ya han votado los ciudadanos.

No soy ingenuo, ya sé que estas cosas no dan votos para estas elecciones ni hoy por hoy van a ser escuchadas por quienes han decidido pelearse a toda costa. Pero dan algo muy importante y que, a la larga, siempre paga: autoridad moral.

El tercer requisito es remover los obstáculos que hoy hacen imposible el diálogo. Y los dos principales se llaman Artur Mas y Mariano Rajoy.

Creo que no es acertado usar la expresión “tercera vía” para designar la propuesta de quienes no creen en el rupturismo de Mas ni en el inmovilismo de Rajoy. Hablar de una tercera vía implica admitir otras dos: y lo que define el problema de Cataluña en su estado actual no es que existan varias vías posibles de solución, sino que aparentemente no hay ninguna.

Elecciones 27S Artur Mas Mariano Rajoy