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Iglesias-Rivera, un tongo muy conveniente
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Iglesias-Rivera, un tongo muy conveniente

Lo que vimos el domingo no fue un verdadero debate electoral. Fue, ante todo, un buen programa de televisión. Un producto audiovisual para el 'prime time', con un guion bien trabajado

Foto: Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Ilustración: Raúl Arias)
Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Ilustración: Raúl Arias)

Como hubiera dicho Luis María Anson en sus buenos tiempos, en estos días no se habla de otra cosa que del 'show' televisivo protagonizado por Pablo Iglesias y Albert Rivera en La Sexta de la mano de Jordi Évole. Un éxito mediático para el periodista y para su cadena y también un éxito político para sus dos invitados.

En realidad, lo que vimos el domingo no fue un verdadero debate electoral. Fue, ante todo, un buen programa de televisión. Un producto audiovisual para el 'prime time', con un guion bien trabajado (el secreto de La Sexta siempre ha estado en sus excelentes guionistas), una localización novedosa y atractiva, el cuidado atuendo informal, el estudiado lenguaje coloquial de los tres protagonistas (tacos incluidos) y una dramatización narrativa que comienza con la conversación 'espontánea' de los dos políticos en el vehículo que los conduce al lugar del evento (hay muchas horas de negociación a tres bandas en esa secuencia), y se sostiene durante toda la pieza. Por supuesto con material grabado, nada de directo; y con un trabajo muy profesional en la sala de montaje.

Pasados dos días, es difícil recordar alguna idea de fondo, alguna frase memorable o algún concepto político digno de ser retenido y reflexionado con calma. Da igual, no era ese el propósito en absoluto. No importaba el contenido del paquete, sino el paquete mismo: su envoltorio, su presentación, su aroma. El mensaje era el formato. Desde ese punto de vista, misión cumplida.

Pero no fue solamente un 'show' televisivo de los que entretienen y se olvidan al día siguiente. Ha sido también un movimiento político inteligente, claramente concertado entre los dos políticos con la ayuda complaciente de su anfitrión. Además de arrasar en el 'share', todo el producto está orientado a un objetivo compartido: establecer desde el principio de la campaña, como la línea de fuerza de estas elecciones, el eje NP-VP (nueva política vs. vieja política, que se hace equivaler a nuevos partidos vs. viejos partidos).

No importaba el contenido del paquete, sino el paquete mismo: su presentación. El mensaje era el formato. Desde ese punto de vista, misión cumplida

Y por el camino, machacar a los ausentes, PP y PSOE. Las dos sillas vacías que adornaban la mesa de la tertulia no se pusieron allí por casualidad (nada en ese programa fue casual ni improvisado). No simbolizaban una invitación rechazada, sino una no-invitación bien calculada. Y al margen de leves arañazos mutuos para dar el pego, ambos 'rivales' se dedicaron a cederse gentilmente el turno para disparar a bocajarro contra las dos sillas vacías e indefensas. Lo que viene siendo una charla de buen rollo.

Pablo Iglesias, que vive tan obsesionado por los 'frames', ha encontrado el 'frame' salvador, el que puede sacarlo de su melancólico declinar. Ya no es izquierda-derecha, ni arriba-abajo, ni la-gente-contra-el-poder. Si se lograra instalar en la conciencia pública la idea de que esta es una elección entre lo viejo y lo nuevo (la vieja política de los viejos partidos frente a la nueva política de los nuevos partidos), en tal caso el nombre del programa le vendría como anillo al dedo: ¡Salvados! Pero eso no puede hacerlo solo, necesita un socio. Y el mejor socio posible (el único, en realidad) es Albert Rivera, cuya estrategia gira enteramente sobre ese mismo eje.

La trampa escondida del autodenominado debate del domingo es que, en realidad, entre Podemos y Ciudadanos hay muy poco terreno de rivalidad electoral. La irrupción de C’s ha hecho fracasar la intentona de Podemos de ser un partido transversal capaz de captar indignados en todos los espacios políticos. Eso ya está olvidado y, desde entonces, pescan en caladeros distintos. Se dirá que ambos quieren quitarle votos al PSOE y es cierto, pero los votantes socialistas que busca Iglesias son diferentes de aquellos que desea atraer Rivera.

La trampa escondida del autodenominado debate del domingo es que, en realidad, entre Ciudadanos y Podemos hay muy poco terreno de rivalidad electoral

Ciudadanos y Podemos están ante un inmenso tesoro: casi 18 millones de votantes que tuvieron PP y PSOE en 2011 (a los que hay que añadir los casi tres millones que sumaron IU y UPyD). Entre ellos hay muchos que están claramente descontentos con los partidos a los que votaron hace cuatro años y dispuestos a considerar otros recipientes en los que depositar su papeleta.

Si los dos nuevos partidos lograran atraer a la mitad de esa montaña de votos que están en el mercado, estaríamos hablando de un botín conjunto próximo a los 10 millones. No es fácil, pero no es imposible.

El reparto será desigual, claro: son más y están más cabreados los del PP que los del PSOE, por eso la expectativa de crecimiento de Ciudadanos es mayor que la de Podemos. Pero esa es una cuestión menor ante la magnitud de la oportunidad.

¿Qué podría provocar semejante corrimiento geológico del mapa electoral? Bueno, en primer lugar PP y PSOE están ayudando. Hace tiempo que no veía una sucesión tal de errores y comportamientos suicidas a ambos lados del Río Grande bipartidista. Viendo actuar a Rajoy (sobre todo) y también a Sánchez, Rivera no tiene que hacer casi nada: le basta con no meter la pata (algo en lo que ha demostrado ser un virtuoso), esperar la torpeza de cada día y pasar la bandeja.

Iglesias y Rivera son aliados objetivos en esta parte del recorrido: uno para no quedar descolgado del grupo de cabeza y el otro para aspirar a todo

Pero si además el 20-D ya no es la elección del mejor Gobierno para España sino una opción simple entre lo nuevo y lo viejo (en la que 'lo nuevo' representa el polo positivo y 'lo viejo', el negativo y se renuncia de antemano a cualquier examen crítico de su contenido), el éxito para los dos contertulios de Évole está garantizado.

Así pues, Iglesias y Rivera son aliados objetivos, al menos en esta parte del recorrido: uno para no quedar descolgado del grupo de cabeza y el otro para aspirar a todo, incluido el maillot amarillo. Y para ello cuentan, además, con la valiosísima ayuda mediática de los que apuestan conscientemente por ese resultado y de una legión de papanatas siempre disponibles para correr tras el último modelo de cualquier cosa.

En este 'show' del domingo, los tres actuantes han sido ganadores en distintos grados y el principal perdedor se llama Sánchez. Porque a Rajoy no se le espera en el escenario de la modernidad política: sus bazas son otras, si es que le queda alguna. Pero el líder del PSOE sí que se lo curra, con más esfuerzo que acierto, para que lo reconozcan como un paladín de la renovación renovadora de todo lo renovable; y resulta que a las primeras de cambio, en el primer gran mitin de la campaña (que es lo que fue el 'Salvados' de este domingo), se ha visto expulsado con ignominia de la Sección Novedades y emparejado con 'Mariano el veterano' en una ominosa silla vacía.

En fin, además de pasar un rato entretenido (¡al fin una tertulia televisiva sin gente gritando!), al menos nos hemos enterado de que a Pablo Iglesias ya no le gusta Venezuela como modelo, sino Dinamarca. Aunque tengo una duda razonable de que a los daneses les gustara Pablo Iglesias para su Gobierno.

Como hubiera dicho Luis María Anson en sus buenos tiempos, en estos días no se habla de otra cosa que del 'show' televisivo protagonizado por Pablo Iglesias y Albert Rivera en La Sexta de la mano de Jordi Évole. Un éxito mediático para el periodista y para su cadena y también un éxito político para sus dos invitados.

Jordi Évole Ciudadanos