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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Argentina no es España. ¿O sí?

Cuando en plena ola de cambio aparece un nuevo objeto político que satisface el deseo de renovación sin poner en peligro los fundamentos del sistema, el desenlace puede ir más allá de lo que nadie previó

Foto: El candidato a la presidencia por el frente para la Victoria (FPV), Daniel Scioli. (EFE)
El candidato a la presidencia por el frente para la Victoria (FPV), Daniel Scioli. (EFE)

No es sencillo comprender la política argentina. De hecho, es algo imposible si pretende hacerse con códigos europeos. Para empezar, olvídense del eje izquierda-derecha tal como lo usamos nosotros. Los movimientos de los partidos, de los dirigentes y de los votantes responden a otras claves. Si añadimos los vericuetos intransitables del sistema electoral, les aconsejo que desistan de antemano y, sencillamente, disfruten del espectáculo.

El hecho diferencial de la política argentina es el peronismo, un fenómeno único e inclasificable para la ciencia política. Podría decirse que es una especie de populismo nacionalista poliédrico en lo ideológico, socialmente transversal pero abonado por una épica de defensa de los pobres, claramente estatalista y providencialista; y, eso sí, con una vocación implacable de poder y una relación siempre laxa con la ley. Pero sé que esta descripción, como todas las demás que se han ensayado, es insuficiente. Puede que el peronismo sea simplemente la visión de la política que más se ajusta a la visión argentina de la vida.

Lo cierto es que todo lo que ha ocurrido en aquel país en los últimos 70 años ha estado marcado por la presencia dominante del peronismo, y que, aún a día de hoy, dos de cada tres argentinos se sienten de alguna forma ligados a esa cultura política.

El kirchnerismo es mucho más fácil de entender y describir. Es un abrumador aparato de poder creado por una familia que en 2003 llegó al gobierno casi por accidente, supo aprovechar el tremendo trauma colectivo de la crisis de 2001 que casi se llevó al país por delante y, manipulando con oficio la iconografía y la mística del peronismo, implantó un modelo de ejercicio del poder basado en la hegemonía institucional, el chantaje social (subsidios a cambio de adhesiones) y la corrupción en todos los niveles de la vida pública. Todo ello disfrazado con un discurso emocional lleno de tópicos de la vieja izquierda y de una especie de 'patriotismo intimidatorio': el que está contra mí está contra la Patria.

El 60% de los argentinos se identifica de una u otra forma con el peronismo. Pero a su vez, más del 60% quiere un cambio que saque al kirchnerismo del poder

El kirchnerismo tuvo éxito porque sus primeros años coincidieron con el despegue de las economías latinoamericanas y le permitió crear una sensación de 'milagro económico'; y también porque disfrutaron de una oposición fragmentada y encogida. Pero en los últimos tiempos, las cosas cambiaron.

El crecimiento económico dio paso a una crisis inocultable -aunque el Gobierno ha hecho de todo para camuflarla, empezando por falsificar todas las estadísticas del país-. Con ella regresaron la inflación desbocada, la incertidumbre para las clases medias y la pobreza.

Las prácticas feudales del poder generaron un rechazo cada vez más extendido, y el Gobierno se embarcó en una guerra insensata contra la Justicia con el único propósito de garantizarse la impunidad. El caso Nisman fue el punto culminante de ese conflicto.

Germinó en la sociedad un deseo intenso de cambio político. Y aquí aparece una de las claves de esta elección de 2015.

El 60% de los argentinos, como he dicho, se identifica de una u otra forma con el peronismo. Pero a su vez, más del 60% quiere un cambio que saque al kirchnerismo del poder (las candidaturas no kirchneristas sumaron el 63% en las elecciones del domingo pasado). Lo que significa que muchos peronistas se han convertido en antikirchneristas y se han pasado a la oposición.

En estas elecciones la frontera clásica entre peronistas y no peronistas se ha difuminado como motor del voto; y en su lugar se ha impuesto la confrontación entre los partidarios del cambio y los que defienden la continuidad. Desde hace al menos dos años, estos últimos son únicamente un tercio de la población.

En una elección situada en el eje cambio vs. continuidad, se necesitaba un instrumento político capaz de dar competitividad electoral al deseo de cambio y transformarlo en una real alternativa de poder.

Ese instrumento ha resultado ser la coalición Cambiemos. ¿Qué es Cambiemos? Para que nos entendamos, y salvando todas las diferencias, sería algo así como la convergencia entre un partido como Ciudadanos y otro como el PSOE.

Para que nos entendamos y salvando las diferencias, Cambiemos sería algo así como la convergencia entre un partido como Ciudadanos y otro como el PSOE

Por un lado, el PRO de Macri: un partido nuevo de orientación más bien neoliberal que nació y se hizo fuerte en la gestión de la Ciudad de Buenos Aires. Una oferta renovadora en las formas e ideológicamente templada, articulada en torno a un fuerte liderazgo personal pero carente de estructura territorial fuera de la capital.

Por otro lado, la UCR: un partido centenario de tradición socialdemócrata, sin un liderazgo nacional carismático pero con raíces profundas en la sociedad, con una fuerte implantación en todo el territorio y una considerable presencia institucional. Sus dirigentes tuvieron hace meses el talento estratégico de salir de la melancolía y apostar por Cambiemos. El resultado es que si en la segunda vuelta gana Macri, la UCR será en el Parlamento la primera fuerza de la coalición degobierno; y si gana Scioli, será la primera fuerza de la oposición. Nadie lo hubiera pensado hace un año.

La sinergia de la combinación PRO-UCR ha creado un producto político altamente competitivo, como se comprobó el domingo.

Y también está el tercer actor: Sergio Massa, el caso más destacado de dirigente peronista que comenzó colaborando con los Kirchner y terminó combatiéndolos. Probablemente espera que la salida del poder de la familia Kirchner y la derrota de Scioli le den la ocasión de hacerse con el liderazgo de todo el movimiento. Mientras tanto, en los dos últimos años ha hecho una oposición sin concesiones al Gobierno -probablemente, la más eficaz: al fin y al cabo, conoce los códigos-. En las manos de sus votantes está ahora la elección presidencial, pero parece que el sentimiento anti-K también pesará más en ellos.

Cristina nunca quiso a Scioli ni se fio de él; y para tenerlo controlado, puso para la Vicepresidencia y para la Provincia de Buenos Aires a dos perros de presa y vigilancia, y le llenó las listas de comisarios políticos. Pero de un dirigente se espera autonomía política y libertad para decidir: la imagen de un gobernante esposado por los suyos le ha hecho un daño enorme al candidato oficial.

Lo esperable es que el 22 gane Macri. Si es así, por primera vez desde hace décadas el peronismo estará fuera de los tres principales gobiernos del país

El primer resultado es un verdadero drama para el kirchnerismo: de momento han perdido ya la provincia de Buenos Aires, un territorio del tamaño de Italia en el que habita casi el 40% de toda la población argentina, un Estado dentro del Estado. El kirchnerismo pierde así un refugio para su clase dirigente; y pierde, sobre todo, su principal palanca para condicionar al Gobierno nacional (si es de Scioli) o para desestabilizarlo (si es de Macri).

Si las cosas suceden con lógica (lo que es mucho decir tratándose de la política argentina), lo esperable es que el 22 de noviembre gane Mauricio Macri. Y si es así, por primera vez desde hace décadas el peronismo estará fuera de los tres principales gobiernos del país: el de la nación, el de la provincia de Buenos Aires y el de la capital federal. Y al frente de los tres estará un partido que hace 10 años no existía.

Y es que cuando en plena ola de cambio aparece un nuevo objeto político que satisface el deseo de renovación sin poner en peligro los fundamentos del sistema ni inquietar a las clases medias, todo sucede muy deprisa y el desenlace en las urnas puede ir más allá de lo que nadie previó. Pero ya se sabe que Argentina no es España. ¿O sí?

No es sencillo comprender la política argentina. De hecho, es algo imposible si pretende hacerse con códigos europeos. Para empezar, olvídense del eje izquierda-derecha tal como lo usamos nosotros. Los movimientos de los partidos, de los dirigentes y de los votantes responden a otras claves. Si añadimos los vericuetos intransitables del sistema electoral, les aconsejo que desistan de antemano y, sencillamente, disfruten del espectáculo.

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