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Para frenar el autogolpe, derrotar a Mas y rescatar a su partido
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Para frenar el autogolpe, derrotar a Mas y rescatar a su partido

Lo que singulariza este proceso respecto a cualquier otro (Escocia, Quebec) no es que persiga la independencia, sino que lo hace quebrando el principio de legalidad

Foto: El presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas. (Reuters)
El presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas. (Reuters)

Es muy mal asunto que la insurrección de las instituciones catalanas coincida con las elecciones generales en España. Obviamente no es una casualidad, quienes idearon este levantamiento estudiaron el calendario al detalle. Si queremos ser eficientes ante la situación creada, debemos aceptar que durante las próximas seis semanas los movimientos de todos los actores de este drama histórico estarán inexorablemente condicionados por su impacto en las urnas del 20-D; y el que diga lo contrario sabe que no dice la verdad.

La enésima 'astucia' de Mas está en el punto cuarto del manifiesto insurreccional. Tras declarar solemnemente “el inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente en forma de República “ y la apertura de un proceso constituyente, añade: “[El Parlamento] insta al futuro Gobierno a adoptar las medidas necesarias para hacer efectivas esta declaraciones”. Mensaje descodificado: “Señores de la CUP, mientras no haya 'futuro Gobierno' no hay medidas efectivas, así que si el 'procés' encalla y el Estado español encuentra la forma de hacerlo naufragar, el honrado pueblo independentista ya sabe a quién debe culpar”.

Lo que singulariza este proceso respecto a cualquier otro (Escocia, Quebec) no es que persiga la independencia, sino que lo hace quebrando el principio de legalidad. Dicho de otra forma: la amenaza más grave que plantea la votación del lunes no es contra la unidad de España, sino contra el Estado de derecho. Puede haber ley sin democracia, pero no democracia sin ley: esa es la línea roja que jamás osaron traspasar los independentistas de Escocia y Quebec, y la que traspasaron el lunes los 72 parlamentarios que respaldaron el llamamiento a la sublevación institucional.

Puede haber ley sin democracia, pero no democracia sin ley: esa es la línea roja que jamás osaron traspasar los independentistas de Escocia y Quebec

Este es el obstáculo insalvable para quienes somos demócratas antes que patriotas: podemos discutir sobre la unidad de España, pero no sobre los fundamentos de la democracia. Una cosa es que usted quiera independizarse y otra que el precio sea cargarse lo único que protege mi libertad y la de todos, que es el orden democrático basado en el imperio de la ley.

El Parlamento de Cataluña es un órgano del Estado español. Debe su existencia a la Constitución española y a una ley española llamada Estatuto de Cataluña, promulgada y sancionada por el Rey de España. Con la declaración que votó el lunes no empezó a desconectarse de España, sino del orden legal que ampara su propia existencia como institución. Emprendió el camino para transformar un órgano legislativo en la convención promotora de una asonada política. Y puesto que no están dispuestos a cumplir la ley que a todos obliga, nadie debe sentirse obligado a cumplir las leyes que ellos aprueben.

Lo que distingue a los cambios reformistas de los revolucionarios, además de la ausencia de violencia, es ser jurídicos o antijurídicos. El paso que dieron el lunes los diputados amotinados encabezados por Forcadell es radicalmente antijurídico; y por tanto, ilegítimo; y por tanto, hostil a la democracia como procedimiento de toma de decisiones reglado y colectivamente consentido.

Sí, lo que esa declaración anuncia es un autogolpe de Estado. Un autogolpe ocurre cuando un Gobierno rompe el orden legal que le permitió ser Gobierno e intenta imponer otro por la vía de hecho. Un autogolpe sería, por ejemplo, que el Congreso norteamericano, inducido por el presidente, decidiera abolir la Constitución de los Estados Unidos. Un autogolpe es lo que Nicolás Maduro está amenazando con hacer en Venezuela si el 6 de diciembre sus partidarios pierden las elecciones legislativas.

Esa declaración anuncia es un autogolpe de Estado. Ocurre cuando un Gobierno rompe el orden legal que le permitió ser gobierno e intenta imponer otro

La declaración persigue la derogación en territorio catalán de la Constitución española y del Estatuto de Cataluña. Pero el presidente de la Generalitat con todos sus consejeros y el Parlamento de Cataluña con todos sus diputados existen como tales porque los habilitan la Constitución y el Estatuto, así que al cancelar la vigencia de esas normas se desautorizan a sí mismos. Han recorrido la distancia que separa un poder de derecho de un poder de hecho, y no hay nada más contrario a la democracia que los poderes de hecho.

Y a partir de aquí, ¿qué hacer? Dice García-Margallo que “las revueltas se sofocan”. No, en política las revueltas pacíficas (y esta, de momento, lo es) se neutralizan (neutralizar: contrarrestar el efecto de una causa por el efecto de otra diferente u opuesta). Yo quiero que la democracia española haga política para neutralizar a quienes quieren derrotarla y para restablecer en Cataluña el Estado de derecho. Luego ya hablaremos de todo lo demás.

Hablando de política, admitamos dos evidencias. La primera: llegados a este punto, no hay solución para el conflicto catalán que no pase por las urnas. La segunda: los grandes consensos que se van a necesitar para encauzar este conflicto -empezando por la reforma constitucional- solo serán operativos si dentro de ellos está una parte sustancial del nacionalismo democrático catalán.

Lo más grave que ha hecho Artur Mas al arrastrar a su partido a la aventura secesionista ha sido privarnos de un interlocutor válido, representativo de un nacionalismo institucional y no insurreccional, dispuesto a buscar una fórmula para que Cataluña ejerza su autogobierno dentro de España.

Hay que romper el actual frente independentista: liberar a CDC del dirigente que la está destruyendo, y de los socios que la chantajean y pretenden devorarla

No basta con un acuerdo amplio entre los que hoy se oponen a la independencia. Antes de que Mas acabe de destruir a Convergencia Democrática de Cataluña, es imprescindible que ese partido baje del monte y regrese al valle de la democracia, de la ley y del diálogo. Los constitucionalistas deberíamos concertarnos para varios objetivos inmediatos.

En primer lugar, Artur Mas debe sufrir una derrota política definitiva. La patética lucha por su destino personal (político y judicial) lo excluye sin remedio de cualquier salida racional; y por tanto, su apartamiento del poder es condición necesaria -aunque no suficiente- para hacer posible esa solución.

En segundo lugar, hay que romper el actual frente independentista: liberar a CDC del dirigente que la está destruyendo, pero liberarla también de los socios que la chantajean y pretenden devorarla. Se necesita una fuerza política nacionalista, moderada, respetuosa de la legalidad y representativa de esa gran masa de catalanes catalanistas que desean sentirse a la vez iguales y diferentes dentro de España y de la Unión Europea.

Hay que poner sobre la mesa un proyecto que permita anudar ese gran consenso necesario. Un proyecto que, en mi opinión, se sostiene sobre cuatro patas: una consulta pactada, una reforma constitucional, un nuevo Estatuto para Cataluña y una 'Ley de claridad' inspirada en el modelo de Quebec que establezca para el futuro las reglas del juego que todos vamos a respetar. Que nos digan los constitucionalistas cómo se organiza eso.

Y también hay que armar el acuerdo político que permita devolver a esa tierra un Gobierno estable y sensato. Un Gobierno con presencia de constitucionalistas y de nacionalistas, respaldado por una mayoría amplia en el Parlamento y en la sociedad, preparado para cerrar todas las brechas que un gobernante egomaníaco e irresponsable ha abierto entre los catalanes, y entre Cataluña y el resto de España.

¿Les parece un sueño? Probablemente lo es, pero la alternativa es peor que una pesadilla, es un maldito desastre.

Es muy mal asunto que la insurrección de las instituciones catalanas coincida con las elecciones generales en España. Obviamente no es una casualidad, quienes idearon este levantamiento estudiaron el calendario al detalle. Si queremos ser eficientes ante la situación creada, debemos aceptar que durante las próximas seis semanas los movimientos de todos los actores de este drama histórico estarán inexorablemente condicionados por su impacto en las urnas del 20-D; y el que diga lo contrario sabe que no dice la verdad.

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