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¿Podría Albert Rivera ser el próximo presidente?
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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¿Podría Albert Rivera ser el próximo presidente?

Del 3% a rozar el 20% en menos de un año. Con esta evolución tan espectacular, ¿tenemos que pensar que hasta aquí llegaron las aguas y que C’s ha tocado ya su techo? Imposible saberlo

Foto: Albert Rivera. (EFE)
Albert Rivera. (EFE)

'Think outside the box', pensar fuera de la caja: esto es lo que se recomienda hacer en el análisis político ante fenómenos tan complejos y tan movedizos como la política española de estos dos últimos años, en la que todo lo que parecía permanente e inmutable ha saltado por los aires.

La eventualidad de que Albert Rivera se convierta en el próximo presidente del Gobierno era impensable hace sólo unas semanas. Tras las elecciones catalanas entró en el ámbito de lo posible; y yo diría que quizá el curso más reciente de los acontecimientos la está debilitando. Pero si pensamos fuera de la caja, no deberíamos excluir a priori y por completo que tal cosa llegue a producirse.

Al comenzar el año 2015, Ciudadanos prácticamente no aparecía en las encuestas nacionales: la estimación de voto del CIS en enero le daba un 3% (sí, la misma encuesta que daba un 24% a Podemos). En muy poco tiempo dio un salto de gigante y en las elecciones del 25 de mayo se tragó por completo a UPyD, abrió por primera vez un boquete en el espacio del centro-derecha que el PP ha monopolizado durante veinte años, se convirtió en una fuerza decisiva para formar gobiernos en muchas Comunidades y Ayuntamientos (nada menos que Andalucía y Madrid, entre otros, se sostienen con su apoyo) y sus cifras de voto alcanzaron los dos dígitos.

Pareció que el avance se detenía, pero llegó el 27-S y Ciudadanos, el partido no independentista más votado, por delante de socialistas y populares, pasó a encabezar la oposición al frente secesionista en Cataluña.

El impacto en el resto de España fue inmediato. En apenas seis semanas, C’s ha dado un segundo salto en las expectativas de voto que le ha permitido aproximarse al 20%, rebasar claramente a Podemos y comenzar a disputar el segundo puesto al PSOE.

Del 3% a rozar el 20% en menos de un año. Con esta evolución tan espectacular, ¿tenemos que pensar que hasta aquí llegaron las aguas y que C’s ha tocado ya su techo? Imposible saberlo. De hecho, para mí en este momento la incógnita de estas elecciones se centra en dos cuestiones: primera, si Rajoy conseguirá que la conducción del conflicto de Cataluña dé al PP el impulso que necesita para ganar con claridad; y segundo, si la progresión de Ciudadanos continuará o se detendrá en el punto actual (obviamente, una cosa excluye a la otra: si ocurre lo primero no sucederá lo segundo y viceversa).

Más allá de las cifras, hay una cierta lógica histórica de fondo en la posibilidad de que el terremoto que ha cambiado todos los alineamientos políticos convencionales y ha puesto patas arriba el sistema de partidos se salde con la emergencia de una figura nueva al frente del país. Si aceptamos el presupuesto de que afrontamos una especie de nueva transición política y que estas elecciones se van a jugar en el eje de “lo nuevo frente a lo viejo”, que el resultado de todo ello fuera ver a Mariano Rajoy en la Moncloa para lo que resta de década iría a contramano de lo que parece estar demandando una sociedad sedienta de cambios.

Que el resultado fuera ver a Mariano Rajoy en la Moncloa para lo que resta de década iría a contramano de lo que parece demandar la sociedad

Las circunstancias han producido en torno a Ciudadanos un alineamiento astral poco común (sólo así se explica su despegue fulgurante):

Una opción competitiva nacida en el espacio del centro-derecha justamente cuando el partido hegemónico de ese espacio sufre una crisis de crédito que ha roto la legendaria fidelidad de su electorado;

Una oferta renovadora cuando más se acentúa el desgaste de los partidos tradicionales y la idea de una nueva política impregna todo el debate público;

Un discurso con la dosis justa de hermafroditismo ideológico precisamente cuando el eje izquierda-derecha pierde pertinencia como principal elemento motivador del voto;

Una posición estabilizadora, disponible para suministrar gobernabilidad a distintas fórmulas y alianzas cuando la fragmentación del mapa político abre el peligro de la inestabilidad institucional;

Y por si algo faltara, una identidad indiscutiblemente constitucional y un pedigree imbatible en lo que se refiere a la defensa de la unidad de España en el preciso momento en el que el país se enfrenta a un desafío histórico contra su integridad y contra el orden constitucional.

Visto así, todo conspira a favor del crecimiento de Ciudadanos. Si es cierto –y yo creo que lo es- que las mayorías se construyen en torno a quien represente en el momento adecuado la combinación más equilibrada de renovación y seguridad, el partido de Rivera tiene hoy todos los ingredientes de esa receta: suficientemente renovador para quienes quieren cambio y suficientemente tranquilizador para quienes no buscan aventuras subversivas. Un refugio ideal para peperos hartos de Rajoy y socialdemócratas recelosos ante el “PSOE-de-Sánchez”.

A mi juicio, lo que ha propulsado a C’s a la lucha por un lugar –cualquier lugar- en el podio del20-D es que a su atractivo original como voto de cambio o de castigo a los partidos tradicionales ha añadido los atributos del voto útil: ya no es sólo un voto declarativo con el que expresar un estado de ánimo, sino operativo en términos de gobierno.

Y sin embargo, aquello que más lo ha impulsado hasta aquí, que es el conflicto catalán, puede ser lo que lo frene en la recta final. Paradojas de la vida: Artur Mas, con su enloquecida fuga hacia adelante, podría estar obrando el milagro de resucitar electoralmente a Mariano Rajoy y dándole la ocasión de salvar una Presidencia del Gobierno que hace un par de meses tenía casi perdida (incluso siendo el PP el partido más votado).

Rajoy está haciendo lo que le corresponde hacer a un presidente del Gobierno ante un intento de quiebra del Estado desde una institución del propio Estado. Está, simplemente, cumpliendo con su deber. Pero cuando ello ocurre a pocas semanas de unas elecciones, eso es una invitación a la ciudadanía a que cierre filas tras quien está en el timón en plena emergencia (aunque tenga una responsabilidad innegable en el origen del temporal).

Así que es posible que se produzca una recomposición –siempre sería parcial- del electorado del PP; y desde luego, no parece que Rivera vaya a sacar de esa fuente más agua de la mucha que ya ha sacado. Lo que significa que sus esperanzas de seguir creciendo se centran ahora en el siempre volátil y quebradizo electorado socialista.

Rivera sería presidente, obviamente, si ocupara la primera posición: eso a día de hoy es posible pero poco probable. Podría serlo también quedando segundo, aunque exigiría una carambola negociadora a tres bandas con alto riesgo de accidente.

Con todo, dos cosas parecen bastante seguras: la primera, que no habrá mayoría de gobierno viable sin el concurso de Ciudadanos; y la segunda, que su líder ha obtenido un lugar en los cajones de salida para La Moncloa y, sin ser el favorito, sus acciones cotizan ya más alto que las de Sánchez e Iglesias en esta carrera de desenlace incierto.

'Think outside the box', pensar fuera de la caja: esto es lo que se recomienda hacer en el análisis político ante fenómenos tan complejos y tan movedizos como la política española de estos dos últimos años, en la que todo lo que parecía permanente e inmutable ha saltado por los aires.

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