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Debate en El País: de momento, Iglesias en cabeza
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Debate en El País: de momento, Iglesias en cabeza

Este debate ha sido como las vueltas de entrenamiento antes del Gran Premio de Fórmula 1 del próximo lunes, ya con la competente suplente de Rajoy en la pista

Foto: Albert Rivera, líder de Ciudadanos (i), Pedro Sánchez, secretario general del PSOE (c) y Pablo Iglesias, candidato de Podemos a las generales (d). (EFE)
Albert Rivera, líder de Ciudadanos (i), Pedro Sánchez, secretario general del PSOE (c) y Pablo Iglesias, candidato de Podemos a las generales (d). (EFE)

1. El planteamiento

Han pasado más de 20 años desde los dos históricos debates entre Aznar y González de 1993, los primeros de nuestra democracia. La doctrina considera unánimemente que fueron decisivos en el resultado de aquella elección, pero este es el día en que aún no nos hemos puesto de acuerdo sobre cómo influyeron sobre el voto.

En esta elección de 2015 todos tenemos la convicción de que los debates volverán a ser decisivos. Pero si usted pregunta a diez expertos de qué forma modificarán la situación de partida, obtendrá diez respuestas diferentes.

Contemplemos los debates de esta campaña como una serie de televisión en tres episodios. Hoy sabemos lo que ha pasado en la primera entrega, pero no conoceremos el desenlace hasta el final.

El de ayer fue un acontecimiento singular. Un debate en Internet promocionado en solitario por un medio de comunicación, que no tiene ni de lejos las cifras masivas de audiencia de los que vendrán a continuación. Un debate para internautas al que además faltaron los votantes del PP, que muy probablemente lo ignoraron de la misma forma que los votantes de izquierda ignorarían un debate entre Rajoy y Rivera ofrecido por la web de ABC .

Esta circunstancia delimita el público objetivo del debate: votantes de centro-izquierda e izquierda, seguidores de los medios de PRISA y usuarios habituales de la Red. Les aseguro que los tres candidatos y sus equipos tuvieron en cuenta esta circunstancia. Además, esta vez más que nunca el debate se gana en el postdebate; el relato dominante del día después dictaminará el resultado para todos los que no lo vieron en directo.

2. El nudo: las estrategias

El escenario del debate y su público objetivo dispensaban a Albert Rivera de la tarea de seguir atrayendo a los votantes del PP. Eso le ha permitido concentrarse en consolidar una imagen positiva de posible gobernante y profundizar en el rechazo del bipartidismo como motor del voto.

Su mensaje en positivo: “Buenas noches, vengo cargado de propuestas”. En su versión de la nueva política estorban las luchas ideológicas y sólo importan las soluciones concretas para los problemas concretos. Eso dio a su intervención un cierto aire mecánico y distante, lejos de la arrolladora frescura que le ha dado fama, pero ayer no era un día para arrebatar sino para ponerse la corbata y sacar partido de la ausencia del Ausente ocupando el espacio de la solvencia.

Su mensaje en negativo: Todo lo malo que sucede en España es culpa del gobierno bipartito PPSOE que durante 30 años ha ejercido el poder mediante una fingida alternancia que en realidad ocultaba una complicidad de fondo.

Reconozco que la estrategia de Sánchez para este debate me ha sorprendido. Se ha jugado todas sus cartas en el eje ideológico, tratando de empujar a Rivera a la derecha (especialmente al hablar de la reforma laboral y de la igualdad) y a Iglesias al espacio de la “izquierda sospechosa” (esa inspiración soviética, esos pactos con Bildu…). Hasta ahí nada nuevo, es lo que viene haciendo hasta ahora sin grandes resultados.

Lo notable es el hilo argumental que ha elegido. Porque todo su discurso ha consistido en impugnar la tarea del Gobierno de Rajoy y reivindicar enfáticamente la del Gobierno de Zapatero. La palabra que más veces ha pronunciado ha sido “derogar”, acompañada de un reiterado recuerdo de “lo que hicimos” y lo que “vamos a volver a hacer”. En resumen, lo que Sánchez ha transmitido esta noche es que se propone abolir todas las políticas de Rajoy para restablecer las de Zapatero. Una apuesta problemática, por decirlo suavemente.

Iglesias, por su parte, lo tenía clarísimo. La remontada que necesita sólo puede conseguirse avanzando sobre el flanco izquierdo del PSOE. Así que mientras Sánchez se proclamaba orgulloso heredero del legado de Zapatero, Iglesias se ha dedicado toda la noche a presentarse como el más genuino representante del espíritu de la izquierda clásica, la verdadera, la de los socialistas de la transición y de los idealizados años 80. Todo ello con voz suave, serenidad escénica y constantes requerimientos a sus rivales para que mantuvieran la compostura en el debate. Esta noche Iglesias ha decidido parecerse más a Manuela Carmena que a sí mismo.

Y mientras tanto, no ha vacilado en apuñalar a Sánchez con una dosis de recuerdo para desmontar su credibilidad (“una cosa es lo que dicen en las campañas y otra lo que hacen cuando gobiernan”) y una drástica desautorización moral (la corrupción, las puertas giratorias).

Lo mínimo que puede decirse es que en este debate Iglesias ha vuelto a ser eficaz como comunicador. Eso sí, ha dejado dos perlas memorables, marca de la casa. La primera, asegurar que para ir a la guerra primero hay que hacer un referéndum. La segunda en su intervención final, que ha empezado así: “yo no voy a pedir el voto porque eso es vieja política”. Toma ya.

Por lo demás, Iglesias y Rivera se han ignorado olímpicamente. Aquí el botín apetecido era y será hasta el final el espacio del PSOE.

3. El desenlace: el marcador

Sigamos el marcador del debate en cada uno de sus cuatro bloques. Así es como yo lo he visto:

Economía: Primero, Iglesias (que no ha hablado de economía pero se ha llevado el gato al agua sintonizando con las víctimas de la crisis). Segundo, Rivera (propuestas, propuestas, propuestas). Tercero, Sánchez y su sorprendente “muera Rajoy, viva Zapatero”.

Políticas sociales: Primero, Iglesias, socialismo clásico con resonancias de 15-M. Segundo, Sánchez, que en este bloque se ha empleado a fondo para derechizar a Rivera; tercero, Rivera, que ha naufragado en su intento de presentar el contrato único como una cosa progresista (“lo que hacen en Dinamarca”); y además ha patinado con ruido en el resbaladizo tema de las cuotas de mujeres en las listas.

Política territorial, que finalmente ha sido un “monográfico Cataluña”. Aquí Rivera es imbatible y lo ha vuelto a demostrar: primero de lejos. Segundo, Sánchez, institucional y coherente. Tercero, Iglesias, cuya política catalana es difícil de comprender y más aún de digerir –como él mismo ha reconocido.

Regeneración política, que en realidad ha versado sobre corrupción. Ya nos hemos metido de lleno en el barro. Cada uno llevaba preparado su “casito” para tirárselo en la cara al de enfrente. Todos abominando del “y tú más” mientras lo practicaban con fruición. En todo caso: Primero, Iglesias. Segundo, Rivera. Y tercero, inevitablemente, Sánchez, aunque en este bloque el gran marrón está reservado para Rajoy.

Ninguno de los discursos finales ha sido especialmente inspirador, pero quizá el más salvable y el mejor interpretado haya sido el de Sánchez. Anodino el de Rivera. E infumable el de Iglesias en su peor momento de la noche.

En resumen, este debate ha sido como las vueltas de entrenamiento antes del Gran Premio de Fórmula 1 del próximo lunes, ya con la competente suplente de Rajoy en la pista. Yo diría que de momento Iglesias ha ocupado la pole position, pero esto acaba de empezar.

1. El planteamiento

Han pasado más de 20 años desde los dos históricos debates entre Aznar y González de 1993, los primeros de nuestra democracia. La doctrina considera unánimemente que fueron decisivos en el resultado de aquella elección, pero este es el día en que aún no nos hemos puesto de acuerdo sobre cómo influyeron sobre el voto.

Pedro Sánchez Mariano Rajoy Ciudadanos