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Una lección del Rey a los políticos: 'manca finezza' y falta grandeza
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Una lección del Rey a los políticos: 'manca finezza' y falta grandeza

Ha bastado que el Jefe del Estado pronuncie un discurso sensato y levante la mirada dos palmos sobre el suelo para dejar en evidencia a los pigmeos políticos que pretenden dirigir el país

Foto: El Rey, durante su mensaje de Navidad (Efe)
El Rey, durante su mensaje de Navidad (Efe)

Como no padezco ninguna adicción monárquica, puedo decir con tranquilidad que Felipe de Borbón hizo en la noche del 24, en la forma y en el fondo, el discurso político más digno de tal nombre que se ha escuchado en este país desde hace mucho tiempo.

En estas jornadas de confusión tras las elecciones del día 20, muchos han recordado aquellas palabras de Giulio Andreotti cuando la crispación y la brocha gorda se apoderaron de la política española: manca finezza, falta finura. Y también el reciente augurio de Felipe González: tendremos un escenario político a la italiana, pero sin políticos italianos para gestionarlo.

Ambos juicios son irónicos y certeros, pero se quedan cortos. Porque, como ha escrito Rubén Amón, el parlamento español no se ha italianizado: se ha balcanizado, que es bastante peor. Y porque todo lo que han dicho y hecho los dirigentes partidarios antes, durante y después de esta lamentable campaña electoral demuestra que, sí, falta finezza en la política española; pero lo que falta sobre todo, y lo que más se necesita, es un poco de grandeza. Ha bastado que el Jefe del Estado pronuncie un discurso sensato y levante la mirada dos palmos sobre el suelo para dejar en evidencia a los pigmeos políticos que pretenden dirigir el país.

El mensaje de Navidad del Rey

Tampoco es que el discurso del Rey sea una pieza maestra de la oratoria o del pensamiento político. Se ha limitado a recordar en 13 minutos, con un lenguaje comprensible para cualquiera, unas cuantas verdades simples que nos remiten a la realidad española de hoy y que nadie más se molesta en mencionar, invadidos como estamos por el cáncer del tacticismo miope.

Para empezar, el problema de España, de plena actualidad. Una reflexión elemental: “La historia define y explica nuestra identidad a lo largo del tiempo”. Efectivamente, nada se entiende sin conocer y reconocer el origen de la formación histórica de España como unidad política. España no nació siendo España ni se construyó por decreto: a eso nos referimos quienes, desde Azaña hasta hoy, no tenemos ningún problema ni nos hacemos lío con la idea de una nación de naciones.

Por eso reitera el Rey que “en la España constitucional caben distintas formas de sentirse español”. Eso sí, a continuación nos recomienda “reconocernos en todo lo que nos une” y “poner en valor lo que hemos construido juntos”. Lo que en otras circunstancias serían sólo palabras formales, en este momento desquiciado son valiosos llamamientos a la razón.

Después, un par de apuntes institucionales:

Primero: “El respeto a la voluntad democrática, EXPRESADA A TRAVÉS DE LA LEY, es el fundamento de nuestra vida en libertad”. Parece mentira que haya que recordar estas cosas. La voluntad democrática, señor Mas y compañía, no sólo no está por encima de la ley, sino que se expresa a través de la ley; y el respeto a la ley es lo que garantiza la libertad. Pura doctrina democrática. Y una breve lección de historia de España: “La ruptura de la ley sólo nos ha conducido en nuestra historia a la decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento. Es un error de nuestro pasado que no debemos volver a cometer”.

No he escuchado a ningún politólogo/tertuliano de los que tanto proliferan analizar los pactos de Gobierno desde el punto de vista de lo que interesa a España

Otro recordatorio: “En un régimen de monarquía parlamentaria como el nuestro, las Cortes Generales son las titulares del poder de decisión y la sede donde se deben abordar y decidir los asuntos esenciales de la vida nacional”. Ya basta de pretender que el Rey arregle lo que los ciudadanos no han resuelto en las urnas ni sus representantes parecen capaces de solucionar en el Parlamento. La Constitución dice que el Rey “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”, pero en ningún lugar dice que tenga que actuar como mediador entre los partidos políticos ni suplir el mediocre sectarismo de sus dirigentes. Cada palo que aguante su vela.

Sigue el discurso con dos reflexiones muy pertinentes: que la cohesión impulsa el progreso (o en sentido contrario, que la división traerá atraso); y que lo que nos debe importar ahora, ante todo, es “España y el interés general de los españoles”. Ha pasado ya casi una semana desde la votación y no he escuchado a ningún político ni politólogo/tertuliano de los que tanto proliferan analizar el espinoso asunto de los acuerdos de Gobierno desde el punto de vista de lo que interesa a España. Todo son dibujos tácticos, especulaciones cortoplacistas, sofisticados cálculos quinielísticos sobre quién gana y quién pierde en cada combinación. Juegos cortos y pequeños.

¿Palabras huecas? No, palabras imprescindibles de un estadista. El candidato que hubiera pedido mi voto con un discurso semejante, lo habría tenido

Y sí, por fin en este discurso alguien introduce los temas centrales de la agenda de España, esos que se han ausentado de esta fútil campaña electoral comandada por Bertín Osborne y sus congéneres:

- La reforma de la política. “Instituciones dinámicas”, pide el Rey (lo contrario de instituciones estáticas, señor Rajoy). Y añade: “Que caminen al paso del pueblo español” y que respondan “al rigor, la rectitud y la integridad que demanda la vida pública”. Frente a un Estado rígido y opaco, modernidad, eficacia y ejemplaridad para la democracia del siglo XXI: no puede decirse más con menos palabras.

- La mejora de la economía como prioridad. Crecimiento sostenido, crear empleo (empleo digno, precisa inmediatamente), fortalecer la sanidad y la educación, reducir las desigualdades. Y todo ello con dos finalidades: devolver a la sociedad la tranquilidad y la estabilidad y a las personas la ilusión de un proyecto de vida realizable. Es decir: una recuperación justa y sana con un pacto social renovado.

- Europa y sus grandes desafíos: la amenaza del terrorismo global. La doble migración masiva de “los refugiados que huyen de la guerra” y la de “los angustiados y acosados por la pobreza”. Y la lucha contra el cambio climático.

Y para ello, pide el Rey “que la voz de España se haga oír” (lo que, añado yo, dejó de suceder hace mucho tiempo) en un mundo de “naciones unidas, solidarias y leales a sus compromisos con sus socios y aliados y con la comunidad internacional”. Quien lo quiera entender, que lo entienda.

Cierra el discurso del Rey con tres frases que nos acarician la mente y el corazón:

“Debemos mirar hacia adelante porque en el mundo de hoy nadie espera a quien mira hacia atrás”.

“Debemos sustituir el egoísmo por la generosidad, el pesimismo por la esperanza, el desamparo por la solidaridad”.

“Hace décadas el pueblo español decidió, de una vez por todas, darse la mano y no la espalda”.

¿Palabras huecas? No, palabras imprescindibles de alguien que piensa y habla como un estadista. El candidato que hubiera pedido mi voto con un discurso semejante, lo habría tenido. Y probablemente no estaríamos hoy ante el enigma de cómo remendar el enorme descosido de unas elecciones fallidas. Por desgracia, el que ha sabido decir lo que había que decir es el único al que no podemos votar.

Como no padezco ninguna adicción monárquica, puedo decir con tranquilidad que Felipe de Borbón hizo en la noche del 24, en la forma y en el fondo, el discurso político más digno de tal nombre que se ha escuchado en este país desde hace mucho tiempo.

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