Es noticia
Algo huele a podrido en Cataluña
  1. España
  2. Una Cierta Mirada
Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

Por

Algo huele a podrido en Cataluña

El partido más pequeño del Parlament de Catalunya (8% y 10 escaños) juega con el más grande (40% y 62 escaños) “como juega el gato maula con el mísero ratón”

Foto: El presidente de la Generalitat de Cataluña en funciones, Artur Mas. (EFE)
El presidente de la Generalitat de Cataluña en funciones, Artur Mas. (EFE)

Dijo Artur Mas ayer: “Si damos la imagen de que aquí quien lo decide todo es la CUP, el proceso soberanista descarrilará”. Hay que ser cínico: ¿qué puñetera imagen cree que está dando salvo esa?

1.515 votos de un lado y 1.515 del otro, qué enorme casualidad. Y qué afortunada. Una probabilidad entre millones que permite seguir exprimiendo hasta el último gramo la mina de oro que le cayó en suerte a la CUP tras las malhadadas elecciones del 27 de septiembre.

Unos días más para prolongar el chantaje político que tiene a Cataluña paralizada. El chantajista es insaciable cuando la víctima muestra desde el principio que para conseguir su objetivo está dispuesta a entregarlo todo, incluso la dignidad.

Unos días más para seguir demostrando que la legendaria consigna bolchevique de “¡Todo el poder para los soviets!” ha resucitado 100 años más tarde en plena Plaça de Catalunya. Unos días más para seguir poniendo de rodillas a quien sigue siendo 'president' de la Generalitat (en funciones) pero ya nunca más merecerá el título de 'molt honorable'.

Qué quieren que les diga, no me creo nada. Quien ha pasado años en los sótanos de la política y ha visto cocinar asambleas tumultuarias sabe muy bien que esto solo sucede en la vida real cuando se decide que suceda. Una cosa es que los dirigentes de la CUP (sí, aunque no lo parezca, la CUP tiene dirigentes) sufran de un contacto problemático con la realidad y otra que sean idiotas. Por el contrario, están demostrando que son los más listos de la clase -con el permiso cómplice de Junqueras, que, paciente, espera su momento-.

La CUP se encontró el 27 de septiembre con un doble tesoro entre las manos: por una parte, la llave del Palau de la Generalitat y del proceso hacia la independencia. Por otra, un candidato dispuesto a todo para conservar el puesto de trabajo: asumir disparates programáticos, degradar hasta el absurdo la institución que representa aceptando insólitas fórmulas copresidenciales, liquidar el partido político más importante de Cataluña… Si le exigen que admita que fue el toro que mató a Manolete, lo haría sin vacilar. Enrique de Borbón pudo decir aquello de “París bien vale una misa”, y Artur Mas ha demostrado que para él la investidura vale cualquier bochorno.

Un revolucionario consecuente jamás dejaría pasar semejante ocasión de aprovechar “las contradicciones en el seno de la burguesía” de las que hablaba Mao, y eso es exactamente lo que están haciendo los de la CUP. Y si hay que empatar una asamblea, se empata, faltaría más.

Se ataron la soga al cuello al decidir alumbrar el engendro de unas elecciones plebiscitarias. Se veía venir: ganaron las elecciones y perdieron el plebiscito

El partido más pequeño del Parlament de Catalunya (8% y 10 escaños) juega con el más grande (40% y 62 escaños) “como juega el gato maula con el mísero ratón”, según cantaba Gardel (ya ven, hoy me ha dado por las citas). Con la diferencia de que esta vez es el ratón el que juega a su antojo con el gato y le hace bailar al son que le conviene.

Mas y los suyos se ataron la soga al cuello cuando decidieron alumbrar el engendro aquel de unas elecciones plebiscitarias. Se veía venir desde el principio: ganaron las elecciones y perdieron el plebiscito. Ellos mismos se metieron en un callejón del que no saben salir, simplemente porque no tiene salida.

Habiendo ganado las elecciones con 18 puntos y 37 escaños de ventaja sobre el segundo, en una elección normal podrían haber formado Gobierno tranquilamente. Pero al perder el plebiscito, la única criatura deseada de ese Gobierno, la independencia, nació muerta. A partir de ahí comenzó el drama, que luego se transformó en sainete y, desde el pasado domingo, en esperpento. Me temo que en Cataluña se ha traspasado la delgada línea que separa la tragedia de la farsa y cada día es más difícil hablar en serio de este putiferio.

Tras todo lo que hemos visto, empieza a ser lícito pensar cualquier cosa. Por ejemplo, adquiere verosimilitud la idea de que un gobernante digno no se prestaría jamás a tal sucesión de humillaciones sin una necesidad imperiosa de garantizarse impunidad ante lo que pueda venir de los tribunales.

Y emerge desde el fondo de la memoria el siniestro recuerdo de Tamayo y Sáez. El estratégico empate asambleario de la CUP proporciona una excelente coartada para una abstención. Pero eso no bastaría, hacen falta dos votos positivos. ¿Quiénes serían en esta ocasión los dos parlamentarios que en la votación decisiva sufrirían un ataque de conciencia patriótica para salvar al agonizante capitán del 'procés'? Si se pueden alinear los astros para lograr un milagroso empate a 1.515, debería ser posible mover los hilos para el resultado mágico: 64 a favor, 62 en contra, ocho abstenciones. ¡'Voilà'!

Y aunque así fuera, aunque Mas consiguiera meter ese gol de penalti injusto en el último minuto de la prórroga, la pregunta es: al día siguiente, ¿qué?

Cataluña está hoy más débil que nunca desde que recuperó la democracia y el autogobierno.

El mundo no comprende cómo uno de los territorios más cultos, prósperos y civilizados del mundo occidental se ha empeñado en ser Kosovo

La sociedad catalana está más dividida que nunca: en las familias, en los bares y en los centros de trabajo se evita hablar de política para tener la fiesta en paz. Muchos catalanes de buena fe se avergüenzan de lo que está pasando en su país. El prestigio de sus instituciones está por los suelos. El mundo no comprende cómo uno de los territorios más cultos, prósperos y civilizados del mundo occidental se ha empeñado en ser Kosovo. Cataluña lleva más de dos años sin un Gobierno que merezca tal nombre, endeudada hasta las cejas, con unos servicios públicos abandonados y una Administración que no gestiona nada y solo se ocupa del proselitismo separatista. Las empresas hacen planes para salir de allí. Y salvo tamayazo de última hora, todo parece conducir a unas elecciones repetidas -¿también plebiscitarias?- que no arreglarían nada y traerían la enésima derrota en las urnas de Arturo el Piantavotos y el fortalecimiento de ERC y la CUP.

Por cierto, es extraordinario -y nada tranquilizador- que un partido como Esquerra se haya convertido en el referente central del nacionalismo catalán. Cuando haya que negociar en España una reforma constitucional que encauce el problema territorial, se va a necesitar un interlocutor razonable del nacionalismo, y entonces todos vamos a echar de menos esa CiU que Artur Mas ha destrozado.

Y por si todo esto fuera poco, ahora resulta que el tema del referéndum de autodeterminación en Cataluña es un obstáculo esencial para formar una mayoría parlamentaria en España, que puede verse abocada también a una parálisis política seguida de repetición de las elecciones generales.

Si Mas consigue ser presidente, será en condiciones máximas de precariedad y debilidad política: un presidente autodescalificado y políticamente secuestrado. Y pase lo que pase a partir de ahora, se ha ganado ya un puesto en la parte más negra de la historia de Cataluña y de España.

Sobran los motivos para recuperar la Catilinaria de Cicerón y decirle, en su idioma: ¿'Fins quan, Artur, abusaràs de la nostra paciència'?

Dijo Artur Mas ayer: “Si damos la imagen de que aquí quien lo decide todo es la CUP, el proceso soberanista descarrilará”. Hay que ser cínico: ¿qué puñetera imagen cree que está dando salvo esa?

Artur Mas