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Lo de Cataluña va en serio. ¿Y lo de España?
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Lo de Cataluña va en serio. ¿Y lo de España?

Los independentistas catalanes han comprendido que no hay que obligar a la gente a volver a votar, sino gestionar el voto y ofrecer un Gobierno. A veces, el adversario nos señala el camino

Foto: Artur Mas, tras su comparecencia en la Generalitat. (EFE)
Artur Mas, tras su comparecencia en la Generalitat. (EFE)

Un conocido y veterano dirigente socialista explicaba su fórmula para ganar las batallas políticas: se trata, decía, de que en la carrera hacia el precipicio tu adversario tenga que frenar antes que tú. Para ello hay que estar dispuesto a llegar muy cerca del abismo y no mostrar el menor síntoma de que vas a parar. Eso es exactamente lo que ha hecho la CUP y, una vez más, ha funcionado.

Finalmente, ha sucedido lo lógico. La apuesta por la independencia de Cataluña es demasiado ambiciosa y ha llegado demasiado lejos como para arruinarla por una sola persona (que, además, es un cadáver político andante desde hace meses). Repetir las elecciones era un suicidio para el independentismo en general y para el partido de Mas en particular. Había que evitarlo como fuera.

La votación que ayer tuvo lugar en el Parlamento de Cataluña cambia por completo el escenario de la política española. Y si no lo cambia, es que nos hemos vuelto locos.

Este lunes, Cataluña tendrá un Gobierno independentista respaldado por una mayoría absoluta en su Parlament y con un programa y un calendario perfectamente trazados.

Y este lunes, España se despierta con su Parlamento sin constituir y sin haber podido siquiera acordar la composición de su Mesa ni sus grupos parlamentarios; con un Gobierno en funciones, drásticamente limitado por la ley; y con la investidura empantanada en medio de una escalada de postureos irresponsables en que de momento solo se han visto rayas rojas y solo se ha escuchado la palabra 'NO'.

Los dirigentes políticos españoles deberían dedicarse a releer la hoja de ruta de Junts Pel Sí y la declaración soberanista que aprobó el Parlamento catalán el 11 de noviembre, porque ahí está escrito todo lo que viene a continuación.

El flamante Gobierno presidido por Carles Puigdemont y su renacida mayoría parlamentaria van a lanzarse a galope tendido. Antes de un mes estarán sobre la mesa, entre otras, la Ley del Proceso Constituyente y la creación de una Seguridad Social y de una Hacienda Pública catalanas; es decir, la ruptura con la Seguridad Social y de la Hacienda Pública españolas. Ese Gobierno tiene un mandato expreso de desacatar “todas las decisiones de las instituciones del Estado español, en especial las del Tribunal Constitucional”. Y esto empieza este lunes.

¿Creen los aspirantes a gobernar España que eso exige una respuesta institucional inmediata, eficaz y concertada o prefieren seguir dedicándose al estúpido 'juego de tronos' de los últimos 20 días?

Cataluña tiene ya un Gobierno secesionista plenamente operativo respaldado por una sólida mayoría parlamentaria. Y España necesita tener inmediatamente un Gobierno constitucionalista plenamente operativo y respaldado por una mayoría parlamentaria, tan plural como se quiera pero igualmente sólida.

Se acabó el tiempo de jugar a la política y llegó el de hacer política en serio. Y eso pasa por admitir la realidad tal como es:

Tras el 20-D, solo hay dos caminos para España. El primero es formar un Gobierno de concentración con una amplia base parlamentaria de apoyo. El segundo es entrar en varios meses de vacío de poder, de precariedad institucional y de incertidumbre política (que inevitablemente se traducirá también en desconfianza económica).

No hay terceras vías, que no les cuenten cuentos de hadas. No hay 'coaliciones a la portuguesa' ni nada parecido. Y no debería haber gobiernos precarios ni más escaqueos de esos que consisten en decir “te presto el voto o la abstención en la investidura pero a continuación me desentiendo y te buscas la vida, que gobernar es muy peligroso”.

El PP es el primer partido del país y tiene derecho a reclamar la Presidencia del Gobierno. Pero no tiene derecho a exigir que le permitan gobernar en solitario ni tampoco a imponer como presidente a Rajoy, que es alguien a quien no quieren ni sus propios votantes. Tiene que admitir que se abra la reforma de la Constitución y que se reconstruya el pacto social; y si quiere colaboración de los otros partidos constitucionalistas, tiene que someterse al ejercicio de compartir el poder, rectificar cosas y negociar punto por punto un programa de gobierno.

No hay terceras vías, que no les cuenten cuentos de hadas. No hay “coaliciones a la portuguesa” ni nada parecido. Y no debería haber gobiernos precarios

El PSOE vivió su mejor hora cuando ni siquiera se planteaba que pudiera haber una contradicción entre el interés nacional y el partidario: si algo era malo para España, no podía ser bueno para el partido. Ahora la contradicción es a tres bandas: lo que conviene al país, lo que conviene al partido y lo que conviene al líder de turno. Y si dan la impresión de hacerse lío con esas tres conveniencias, es porque se lo hacen.

En otros tiempos se decía que la transición a la democracia solo se completaría cuando gobernara la izquierda. Quizás haya llegado el momento de que la izquierda española admita que no es ninguna vergüenza compartir transitoriamente el poder con la derecha democrática cuando el país lo necesita.

Y como mínimo, el PSOE debería olvidarse del juego este de los acuerdos a 12 bandas. Si lo de la asociación multicolor con Podemos y con todos los nacionalismos radicales era una fantasía irrealizable, a partir de hoy seguir insistiendo en ello es ya una broma pesada. A nadie le importa un rábano si el congreso del PSOE es en marzo o en noviembre, pero todos necesitamos que su dirección recupere ya, este mismo lunes, el sentido de la orientación.

Ciudadanos: que deje de traficar con sus votos y empiece a pringarse en los gobiernos. Se les necesita en el Gobierno de España, entre otras cosas porque son quienes lideran la oposición en el Parlamento de Cataluña. Su papel va a ser decisivo en los próximos meses, pero solo si están preparados para asumir responsabilidades de verdad.

Y Podemos tiene una oportunidad de demostrar que es algo más que la plataforma que se alimenta de la ira ciudadana. Si se forma en el Congreso una ponencia para elaborar el proyecto de Reforma de la Constitución, yo quiero ver a Pablo Iglesias sentado en esa ponencia; y defendiendo en ella, ¿por qué no?, su propuesta para una consulta en Cataluña. Mientras tanto, podría ayudar con sus aliados nacionalistas a atemperar este conflicto y dejar para más adelante su ambición de comerse al Partido Socialista.

Los independentistas catalanes, en el último minuto de la prórroga, han comprendido que no hay que obligar a la gente a volver a votar, sino gestionar el voto y ofrecer un Gobierno. Y si alguien importante tiene que dar un paso atrás, lo da aunque le cueste. A veces, el adversario nos señala el camino. ¿Tomamos nota o seguimos cada uno a lo nuestro?

Un conocido y veterano dirigente socialista explicaba su fórmula para ganar las batallas políticas: se trata, decía, de que en la carrera hacia el precipicio tu adversario tenga que frenar antes que tú. Para ello hay que estar dispuesto a llegar muy cerca del abismo y no mostrar el menor síntoma de que vas a parar. Eso es exactamente lo que ha hecho la CUP y, una vez más, ha funcionado.

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