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La buena noticia es Patxi López. La mala, que Podemos no lo vote
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La buena noticia es Patxi López. La mala, que Podemos no lo vote

Es triste que Podemos, por razones de política vieja y pequeña, no haya podido sumarse a este primer consenso de la legislatura. No están, pero se les espera. Ya que han llegado, los vamos a necesitar

Foto: El secretario de Acción Política del PSOE, Patxi López. (EFE)
El secretario de Acción Política del PSOE, Patxi López. (EFE)

¿Saben que casi el 40% de los votos que ha obtenido Podemos en toda España proceden de Cataluña, la Comunidad Valenciana y Galicia? El 20 de diciembre, el partido de Pablo Iglesias alcanzó algo más de cinco millones de votos, y de ellos nada menos que dos millones se los debe a sus alianzas con diversas formaciones nacionalistas en esos tres territorios.

Como estrategia electoral, el éxito de la operación es indiscutible. Podemos jamás habría podido alcanzar ese resultado compitiendo a pelo con su sigla en todo el país. Pero las alianzas electorales tienen consecuencias estratégicas que van más allá de la votación, y en este caso no ha hecho falta ni siquiera arrancar la legislatura para comprobarlo: en las dos primeras cuestiones importantes que se han planteado (las negociaciones para formar Gobierno y para la composición de la Cámara), la posición de Podemos ha estado determinada por la obligación de cumplir sus acuerdos con sus socios.

Pablo Iglesias no tiene libertad para desprenderse del compromiso de defender un referéndum de autodeterminación en Cataluña. No puede hacerlo porque ello rompería inmediatamente su alianza con Ada Colau, que le ha conducido a ser la candidatura más votada en Cataluña y le ha aportado cerca de un millón de votos y 12 escaños. La alcaldesa de Barcelona lo ha dejado bien claro: si los socialistas quieren hablar de ese tema para despejar una de la líneas rojas que bloquean la famosa 'coalición de izquierdas', con quien hay que hablar es con ella. Y desde luego, no será Iglesias quien pueda cerrar tratos que vinculen a José Manuel Beiras ni quien decida por Compromís cuándo y cómo se administra el precario Gobierno de la Comunidad Valenciana.

Lo de los cuatro grupos parlamentarios no es ninguna treta ventajista ideada por Errejón o Monedero para sacar más dinero en subvenciones o multiplicar sus turnos de palabra en los debates del Congreso. Fue una exigencia de sus aliados electorales: sin ella no hubiera habido candidaturas conjuntas. Y ahora toca cumplirla, porque nadie puede obligar a esos 27 diputados nacionalistas a someterse a la disciplina de Podemos si ellos no quieren, y es evidente que no quieren. Así que tampoco en este asunto tiene Iglesias las manos libres: ya le gustaría a él, nacido y criado en la cultura del centralismo democrático, disponer de un único grupo de 69 diputados férreamente controlado.

Lo de los cuatro grupos parlamentarios no es ninguna treta. Fue una exigencia de sus aliados electorales: sin ella no hubiera habido candidaturas conjuntas

Y esto va a seguir ocurriendo en todas las cuestiones importantes que se planteen; no digamos ya si se abre el melón de la reforma constitucional. Cualquiera que sea la solución reglamentaria que se dé ahora a esto de los grupos, por ese lado habrá que discutir todo a cuatro bandas porque lo que hay bajo ese paraguas electoral no es un partido sino varios, y cada uno de ellos responde a una lógica distinta. Él sí se va a enterar de lo que es lidiar con barones.

Podemos rechazó formar una coalición electoral de izquierdas con Izquierda Unida y su intento de ocupar el espacio del PSOE se ha quedado a medio camino; pero a cambio, ha penetrado de forma fulminante en el espacio del nacionalismo radical. En Cataluña ha derrotado a los dos partidos históricos del nacionalismo, Convergència y ERC, y parece claro que muchos de los votos de la CUP fueron a parar a su candidatura; en el País Vasco ha reducido a Bildu de siete diputados a dos, y en Galicia ha hecho desaparecer del Congreso al BNG.

A mi juicio, eso altera la identidad política de Podemos, que se ha abocado a mezclar su populismo izquierdista de origen con su recién adquirido vínculo con el nacionalismo radical. Será cosa de ver en qué resulta eso, porque es cierto que de esa coyunda se derivan pesadas hipotecas -como estamos viendo estos días-, pero también se abren posibilidades inéditas si Podemos acierta a ser el cauce por el que esas fuerzas centrífugas se incorporen a la lógica de la ley y del Estado compartido. Se trata de saber quién conduce y quién es conducido. Los primeros síntomas no son tranquilizadores, pero no desesperemos tan pronto.

Su intento de ocupar el espacio del PSOE se quedó a medio camino; pero a cambio, ha penetrado de forma fulminante en el espacio del nacionalismo radical

De momento, hay que lamentar que Podemos esté a punto de quedarse fuera del primer consenso importante de este nuevo periodo. En mi opinión, el acuerdo para que Patxi López sea el nuevo presidente del Congreso es una excelente noticia cargada de simbolismos positivos.

Primero, por el acuerdo en sí. Que el PP, el PSOE y Ciudadanos hayan podido concertarse para dar un gobierno a la Cámara no significa que sean capaces de hacer lo mismo para dárselo al país, pero al menos señala un camino. Es cierto que el PP no tenía fuerza para imponer un candidato propio, pero es de agradecer que no haya montado una batalla campal por este asunto, que para eso sí tiene capacidad y experiencia sobradas. No es fácil aceptar que se ha de ceder la Presidencia del Congreso cuando eres el partido con más votos y más escaños.

También es bueno que Rivera no haya caído esta vez en la tentación fácil de convertir esta primera negociación en un regateo de mercadillo. Y el PSOE ha tenido el acierto y la fortuna de encontrar entre sus filas a la figura más adecuada para la ocasión.

Su elección es un hecho político que representa exactamente el tipo de consenso que, para muchos, necesita España en este momento

Patxi López desciende de una saga de dirigentes históricos del socialismo vasco y ello le otorga el respeto de todas las generaciones de su partido. Ha sido el primer lendakari no nacionalista del Gobierno Vasco (Rubial lo fue brevemente cuando aún era preautonomía); ha gobernado en Euskadi con el apoyo del Partido Popular, pero ello no le ha impedido mantener una relación constructiva con el PNV que se prolonga hasta hoy, y por si alguien no lo recuerda, fue uno de los principales artífices de la derrota de ETA. Por dos veces tuvo en su mano la ocasión de convertirse en secretario general del PSOE -lo hubiera sido sin discusión- y la declinó por no abandonar antes de tiempo su responsabilidad como lendakari.

Patxi López forma parte del mejor tronco de nuestra democracia. Más allá de sus capacidades personales, su elección es un hecho político que representa exactamente el tipo de consenso que, para muchos, necesita España en este momento. No quiero exagerar la importancia de este acuerdo porque sé que lo prioritario y lo difícil hoy es dar un Gobierno a España y eso, de momento, parece totalmente desencaminado, pero al menos esta mañana disfrutemos del viejo y casi olvidado sabor del tipo de política que en este país fratricida hizo nacer pacíficamente una democracia de una dictadura bárbara.

Y sí, es triste que Podemos, por razones de política vieja y pequeña, no haya podido sumarse a este primer consenso de la legislatura. No están, pero se les espera. Porque ya que han llegado -entre otras cosas, por nuestros propios pecados-, los vamos a necesitar. Aún quedan unas horas: a lo mejor en el último momento…

¿Saben que casi el 40% de los votos que ha obtenido Podemos en toda España proceden de Cataluña, la Comunidad Valenciana y Galicia? El 20 de diciembre, el partido de Pablo Iglesias alcanzó algo más de cinco millones de votos, y de ellos nada menos que dos millones se los debe a sus alianzas con diversas formaciones nacionalistas en esos tres territorios.

Patxi López