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Iglesias-PSOE, la crónica de una agresión anunciada
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Iglesias-PSOE, la crónica de una agresión anunciada

Lo que Sánchez no puede permitirse es que a la incomunicación con el PP se sume la ruptura de la interlocución con Podemos. Ello lo pondría en una posición extremadamente vulnerable

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante la segunda jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez, el pasado día 2. (EFE)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante la segunda jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez, el pasado día 2. (EFE)

Cabía la posibilidad de que la provocadora injuria de Pablo Iglesias a Felipe González -y con él a todos los socialistas- fuera el producto de un calentón emocional en el ardor del debate. Muchos en la izquierda biempensante se han apuntado a una indulgencia que no concederían en absoluto si la agresión hubiera venido de los escaños de la derecha. En la política sucede como en el fútbol: la camiseta del agresor determina si estamos ante una patada alevosa o ante una entrada fuerte sin mala intención.

Pero hay que contar con los antecedentes del personaje, acostumbrado a arrojar condenas incendiarias y a trazar groseramente la línea que separa el bien del mal; y también con el hecho de que la calumnia ya apareció en su primera intervención, aunque fue en la réplica cuando le puso nombre propio.

Así que es razonable pensar que la agresión al PSOE fue una decisión consciente y analizar por qué y para qué lo hizo. En realidad, son dos cosas las que hay que analizar: la fiereza con la que Iglesias atacó a los socialistas y la mansedumbre con la que Pedro Sánchez recibió esa ofensa y todas las demás que le propinó el líder de Podemos.

Quienes sigan este blog saben que, a mi juicio, Pablo Iglesias no tiene la menor intención de hacer presidente del Gobierno a Pedro Sánchez. Su objetivo estratégico, cien veces enunciado por él mismo, no es asociarse al Partido Socialista, sino destruirlo y ocupar su espacio.

Su diatriba contra González fue la forma más extrema de diferenciar a los socialistas "buenos" -aquellos que suspiran por un acuerdo con Podemos- y los "malos"

Por decirlo en términos mercantiles, todos y cada uno de los movimientos de Iglesias en relación al PSOE desde el 20-D responden más al modelo de una OPA hostil que al de una UTE (unión temporal de empresas). Con la apariencia de ofertas negociadoras ha puesto sobre la mesa exigencias de acaparamiento de poder, ruedas de prensa provocadoras en los momentos más delicados, propuestas programáticas imposibles de asumir, sugerencias tentadoras de apoyos inconfesables (el de los independentistas) y, en general, todo aquello que pudiera provocar dudas y división en el campo socialista.

Su diatriba contra González fue la forma más extrema (por ahora) de diferenciar a los socialistas “buenos” -aquellos que suspiran por un acuerdo con Podemos- y los socialistas “malos” -los que se resisten a bailar al compás que marca el nuevo chamán de la izquierda populista.

Pero Iglesias pudo lanzar impunemente la cornada porque contaba con la reacción de Sánchez: dar un capotazo y buscar el burladero. Fue visible y conmovedor el esfuerzo de contención del presidente del Congreso, socialista de raza, para mantenerse en su papel arbitral y no dar al insolente la respuesta que merecía.

Sánchez ha necesitado el acuerdo con Ciudadanos para evitar el papelón de llegar a la primera investidura con la soledad de sus 90 votos. Un derrota digna que le permita seguir en el candelero, negociando el acuerdo de “todos contra el PP” con el que realmente sueña. Pero este acuerdo táctico tan sobreactuado deja marcados a Sánchez y a su partido para este momento y para el futuro, incluida la campaña electoral de junio.

¿Imaginan a Pedro Sánchez presentando en una segunda investidura un programa y una alianza completamente opuestas a las que ha defendido en la primera? ¿Se obligará a los militantes del PSOE a convalidar lo contrario de lo que aprobaron en la consulta plebiscitaria del 27-F? ¿Podrá el candidato Sánchez repudiar en la campaña electoral el programa que ha firmado con Rivera o atacar a Ciudadanos por derechista tras haberlo cubierto de elogios en la investidura? Ustedes y yo no lo imaginamos, pero me temo que él sí; y eso explica algunas de las cosas que van a ocurrir tras su contundente derrota de ayer en el Congreso.

Vídeo: Sánchez fracasa en su segundo intento de ser investido presidente

Lo que Sánchez no puede permitirse tras su derrota de ayer es que a la incomunicación con el PP se sume la ruptura de la interlocución con Podemos. Ello lo pondría en una posición extremadamente vulnerable teniendo en cuenta que a la vez se está dilucidando el Congreso del PSOE.

El dirigente socialista ha entrecruzado con habilidad el calendario orgánico del PSOE con el calendario institucional de la formación de Gobierno para que el segundo condicione al primero. Mientras mantenga abierto un frente negociador que pueda llevarlo a La Moncloa –o crear la ilusión de que es así-, quien lo desafíe en el PSOE será acusado de deslealtad; y pasado ese momento, ya estaremos en elecciones y su poder interno habrá quedado atado y bien atado.

Por ello necesita que se prolongue el escenario de negociación con Podemos y que siga viva la esperanza de una segunda investidura. Eso es lo que permite a Iglesias jugar impunemente con el palo y la zanahoria: el miércoles te parto la cara y el viernes te envío un ramo de flores y un besito.

La peor de las tradiciones políticas españolas es la que combina el odio con la demagogia. Ese es exactamente el cóctel que ha servido Iglesias

Por lo demás, el discurso de Iglesias fue un compendio completo de furia luciferina contra todo y contra todos:

El PSOE es “el partido del enriquecimiento rápido, el del tráfico de influencias y el del crimen de Estado, con las manos manchadas de cal viva”; y el acuerdo con C’s es “un pacto a la medida de las oligarquías“, de quienes ambos partidos son “títeres”.

Los dirigentes del PP son “hijos políticos del totalitarismo”, puesto que ese partido “fue fundado por siete ministros de la dictadura”;

Albert Rivera “representa la peor de las tradiciones políticas españolas”, un oportunista que “hubiera sido líder del Komsomol en la URSS y jefe de escuadra en nuestra posguerra”. Y esto lo dice un individuo que en pocos meses se ha disfrazado sucesivamente de Bakunin, de Pasionaria, de Olof Palme, de Evita Perón y, últimamente, de Hannibal Lecter.

En pocos meses el líder de Podemos se ha disfrazado sucesivamente de Bakunin, de Pasionaria, de Olof Palme, de Evita Perón y de Hannibal Lecter

Alguien tiene que poner en su sitio a este telepredicador que en el mismo discurso reparte credenciales éticas mientras afirma que “la política consiste en encontrar el eslabón más importante de la cadena del poder, ese que asegura el control del conjunto de la cadena”; y se constituye en guardián de las esencias progresistas diciendo cosas tan reaccionarias como que “la globalización humilla a la soberanía popular y restringe el desarrollo de las bases ideológicas de la modernidad”.

La peor de las tradiciones políticas españolas es la que combina el odio con la demagogia. Ese es exactamente el cóctel que ha servido Iglesias en su esperpéntico debut en el Congreso de los Diputados.

Y lo peor de esta agresión anunciada y tristemente consentida es que ya sabemos que detrás vendrán más. Siempre sucede.

Cabía la posibilidad de que la provocadora injuria de Pablo Iglesias a Felipe González -y con él a todos los socialistas- fuera el producto de un calentón emocional en el ardor del debate. Muchos en la izquierda biempensante se han apuntado a una indulgencia que no concederían en absoluto si la agresión hubiera venido de los escaños de la derecha. En la política sucede como en el fútbol: la camiseta del agresor determina si estamos ante una patada alevosa o ante una entrada fuerte sin mala intención.

Pedro Sánchez Ciudadanos