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Entre la tentación del PP y la desesperación del PSOE
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Entre la tentación del PP y la desesperación del PSOE

Ambos tienen que tomar una decisión trascendental; pero llegarán a ella cada uno por su cuenta, sin que haya existido entre ellos un minuto de comunicación merecedora de tal nombre

Foto: Fotografía de archivo del presidente del PP, Mariano Rajoy (i), y el exsecretario general del PSOE Pedro Sánchez. (EFE)
Fotografía de archivo del presidente del PP, Mariano Rajoy (i), y el exsecretario general del PSOE Pedro Sánchez. (EFE)

Finalmente, llegamos a un juego binario. Ya solo quedan dos actores sobre el escenario, y son los de siempre: el PP y el PSOE. Ellos decidirán el futuro inmediato de España: Gobierno o terceras elecciones. Y en ambos operan pasiones humanas de las más básicas: la tentación para el PP, la desesperación para el PSOE.

El Partido Popular siente la tentación de ir a por todo. Provocar las elecciones, ganar 20 escaños más, contemplar cómo la izquierda se desploma víctima de una abstención masiva y dejar a su enemigo histórico convertido en un juguete roto, inútil para todo servicio.

El Partido Socialista vive con desesperación (“ese incendio interior que nos está consumiendo”, en palabras de Javier Fernández) lo que el propio presidente de la gestora describió con sinceridad: cualquier solución a la gobernabilidad de España pasa por el PSOE y cualquiera de ellas le supondrá un coste enorme. Están ante una decisión que no pueden eludir y ya no les quedan opciones mejores o peores, todas son malas.

Paradojas españolas: tenemos a un partido que ha ganado por dos veces las elecciones, pero que no puede formar Gobierno sin el consentimiento de su rival. Y a otro partido que las ha perdido —la segunda vez peor que la primera—, pero de cuya voluntad depende que este Parlamento alumbre un Gobierno.

Tenemos a un partido que ha ganado por dos veces las elecciones, pero que no puede formar Gobierno sin el consentimiento de su rival, que las ha perdido

Entre ambos suman 34 años de ejercicio del poder: no son precisamente inexpertos en la materia. Y la triste paradoja es que tras 10 meses de bloqueo, este es el día en que no se han sentado a hablar seriamente del futuro del país. No ha habido ni un amago de diálogo entre ambos (salvo esos sórdidos encuentros entre Rajoy y Sánchez que comenzaban negándose el saludo y concluían 10 minutos después tras el ritual 'no es no').

Si bien se piensa, nunca ha habido algo parecido a un acuerdo de fondo entre los dos partidos que han gobernado España durante tres décadas y media. Ni siquiera sobre la Constitución (que el PP solo apoyó a medias); ni siquiera sobre el terrorismo (“usted traiciona a los muertos”).

El PP está acostumbrado a gobernar con mayoría absoluta o a practicar una oposición de tierra quemada. Cuando los socialistas hablan de “la derecha” no lo dicen, lo escupen. La relación entre el PP y el PSOE no se parece en nada a la que existe entre la derecha y la izquierda democráticas en los países que nos rodean. Aquí no han logrado traspasar la línea que separa al enemigo del adversario.

La relación no se parece a la de derecha e izquierda en los países que nos rodean. Aquí no han traspasado la línea que separa al enemigo del adversario

Y ahora, ambos tienen que tomar una decisión trascendental; pero llegarán a ella cada uno por su cuenta, sin que haya existido entre ellos un minuto de comunicación merecedora de tal nombre.

El PP tiene que decidir si se aviene a gobernar con un Parlamento en el que carece de mayoría pero que, precisamente por eso, obliga a todos —empezando por el Gobierno— a un esfuerzo continuo de negociación y cesión. La tentadora alternativa es forzar elecciones para consolidar su hegemonía y aniquilar a su contrincante.

Ganar a los puntos o buscar el KO. Gobernar con dificultades, compartiendo el poder con el Parlamento, o gobernar con comodidad pero desde la trinchera y sin espacio para los consensos. Una izquierda abatida, fracturada y desmoralizada no tendrá otro propósito que meterse en sus cuarteles de invierno y rearmarse: que no cuenten con ella para nada constructivo. Por otra parte, no es lo mismo tratar los asuntos de Estado con el Partido Socialista que con Podemos.

El PSOE tiene que resolver en 15 días lo que no fue capaz de debatir de forma madura durante 10 meses. Su trilema ya es solo un dilema. También lo ha explicado Javier Fernández: la alternativa a un Gobierno minoritario de Rajoy, condicionado desde la oposición, es un Gobierno mayoritario de Rajoy con las manos libres. Lo demás fueron delirios sanchistas que perecieron el sábado en el tumulto de la calle Ferraz.

El mayor poder de los socialistas constituye a la vez su mayor problema. No sufren por que gobierne la derecha, sino porque tenga que ser con su abstención

El conflicto que viven los socialistas es que lo que dicta la razón política se les ha hecho emocionalmente insoportable. Convertir lo razonable en insufrible es un juego peligroso: dos más dos son cuatro, pero yo no lo aguanto, así que mejor soñar que dos y dos son cinco.

Sánchez llevó al límite ese choque entre lo racional y lo visceral. Y sus barones cargan con la culpa de haberle permitido jugar ese juego hasta desembocar en una carnicería que pudo y debió haberse evitado hace meses. Todo lo que ha dicho Javier Fernández en las últimas 48 horas está lleno de sabiduría, pero hubiera sido más útil decirlo en voz alta mucho antes.

Hoy, el mayor poder de los socialistas constituye a la vez su mayor problema. Les dieron la llave del Gobierno, pero esa llave les quema en las manos. No sufren por que gobierne la derecha, sino porque tenga que ser con su abstención. En el fondo desearían que los votantes les hubieran liberado de esa carga entregando directamente el poder al PP.

Si es por eso, que no se preocupen: si llegan las terceras, quedarán libres de esa carga y de todas las demás. No decidirán el Gobierno porque no decidirán nada de lo que importa a la sociedad.

Cualquiera que sea el Gobierno, nada grande podrá hacerse desde la unilateralidad o el aplastamiento

El caso es que la agenda de España está clara para todos, en eso sí están de acuerdo: la economía. La reforma del sistema político. Cataluña. El pacto social. Europa.

Pues bien: todos y cada uno de esos puntos claman por políticas de consenso transversal. Cualquiera que sea el Gobierno, nada grande podrá hacerse desde la unilateralidad o el aplastamiento. Si el ilusorio Gobierno alternativo de Sánchez bloqueaba todas las reformas porque marginaba al PP, el Gobierno mayoritario de Rajoy que saldría de unas terceras elecciones las bloquea también porque condena a la izquierda —singularmente al PSOE— a las catacumbas.

Este es el momento de la sospecha mutua. El PP sospecha que la abstención es una trampa porque pasada la investidura los van a asfixiar en el Parlamento. El PSOE sospecha que puede tragarse el sapo de ofrecer la abstención y que Rajoy se la rechace o le exija mucho más, y lo meta en elecciones después de haberse desnudado.

¿Qué tal una conversación? Es desesperante ver cómo en los minutos del descuento los viejos enemigos se vigilan, pero siguen sin hablarse. Como diría el clásico: "¡Se sienten, coño!".

Finalmente, llegamos a un juego binario. Ya solo quedan dos actores sobre el escenario, y son los de siempre: el PP y el PSOE. Ellos decidirán el futuro inmediato de España: Gobierno o terceras elecciones. Y en ambos operan pasiones humanas de las más básicas: la tentación para el PP, la desesperación para el PSOE.

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