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El choque cultural en el PSOE: gobierno o resistencia
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Ignacio Varela

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El choque cultural en el PSOE: gobierno o resistencia

Por tratarse de una crisis de gobernanza, la línea divisoria que separa y explica a las dos líneas enfrentadas en el partido prevalece entre el bloque abstencionista y el 'noesnoísta'

Foto: Los barones del PSOE reunidos antes de una rueda de prensa. (EFE)
Los barones del PSOE reunidos antes de una rueda de prensa. (EFE)

"No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia".

Karl Marx

Lo que ha sufrido España tras las elecciones del 20-D ha sido una crisis de gobernanza. Y en el eje de esa crisis ha estado el Partido Socialista, porque desde el primer al último momento la posibilidad de formar gobierno ha dependido de él. Todos los demás, incluido el ganador de las elecciones, han estado en todo momento a expensas de los movimientos del PSOE.

Por tratarse de una crisis de gobernanza, la línea divisoria que separa y explica a los dos bloques enfrentados en el PSOE viene dibujada por la proximidad de los actores respecto a la función de gobernar y a las prácticas habituales en la política europea. A un lado de la raya prevalece la cultura de gobierno y al otro la de la resistencia.

Observemos la composición de los dos “bandos” (la elección de la palabra ya es todo un síntoma):

  • El bloque “abstencionista” es una coalición de hecho entre quienes gobiernan hoy (seis de los siete presidentes autonómicos), quienes gobernaron ayer (González, Zapatero, Rubalcaba) y quienes están más familiarizados con la política europea (Solana, Valenciano, Jáuregui).
  • En el bloque “noesnoísta”, por el contrario, predominan abrumadoramente los que no han gobernando jamás o han perdido toda esperanza de volver a hacerlo.

El caso más llamativo es el de Patxi López, el único socialista español que ha gobernado con el apoyo del PP, hoy transmutado en fervoroso defensor del “no es no”. ¿Por qué o para qué? ¿Sería su posición la misma si siguiera siendo lendakari o pudiera volver a serlo?

placeholder Patxi López en el Congreso de los Diputados.(Reuters)
Patxi López en el Congreso de los Diputados.(Reuters)

¿Estaría declarándose en rebeldía Miquel Iceta –puro establishment político- si el PSC gobernara en Cataluña o tuviera la expectativa de hacerlo a corto plazo, o esta deriva se corresponde con su irrefrenable galopada hacia la irrelevancia?

¿Sería igual la postura de los dirigentes socialistas madrileños si hoy Ángel Gabilondo fuera el presidente de la Comunidad de Madrid?

No hay un choque ideológico ni estratégico en el PSOE, pero sí se ha incubado un choque cultural: la cultura de gobierno, dominante en ese partido durante décadas, frente a la cultura de la resistencia, ligada a su alejamiento del poder y a la pulsión de hacer frente a la competencia de Podemos de la forma menos ventajosa: aceptando para el duelo su terreno, sus reglas y sus armas.

En el PSOE sí se ha incubado un choque cultural: la cultura de gobierno frente a la cultura de la resistencia

La diferencia es clara. En el territorio del mal menor, donde se encuentra quien no tiene fuerza para gobernar, los de la cultura de gobierno prefieren el gobierno del adversario al desgobierno. Los de la cultura de la resistencia prefieren cualquier calamidad –incluso el propio hundimiento electoral- antes que permitir que gobierne el enemigo.

Por eso unos han defendido que, en estas circunstancias, permitir el gobierno del PP es el mal menor para España y para el PSOE; y otros consideran que eso es el mal mayor, el paso que jamás hay que dar, cueste lo que cueste y le cueste al país lo que le cueste. Que cada uno milite en un lado o en el otro depende ante todo de su ser social: ese que, según Marx, determina la conciencia.

La diferencia se manifiesta incluso en el lenguaje: donde unos subrayan los intereses de España, la gobernabilidad, la democracia representativa, la organicidad del partido o la salud institucional del país, a los otros no se les cae de la boca el plebiscito permanente, la apelación a las bases (“la militancia”, ese concepto tan sospechoso cuando se declina en singular, como el de “la gente” podemita), el absolutismo de los principios (de los suyos, naturalmente) y el diálogo con el adversario como preámbulo de una traición.

Foto: Sede del PSOE en Ferraz. (EFE)

Cuando Pedro Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE, ese partido estaba en la oposición prácticamente en toda España: su único gobierno importante era el de Andalucía. Si eso hubiera seguido siendo así, la decisión de este domingo no habría sido posible. La lógica resistencialista habría arrasado a la institucional.

Pero llegó mayo de 2015, y Sánchez aportó su único legado positivo: convertir una derrota electoral en una victoria política. España se repobló de gobiernos socialistas en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos. Ello hizo florecer de nuevo la cultura de gobierno en el interior del PSOE.

Así, cuando tras el 20-D el líder socialista se lanzó a impulsar la política del resistencialismo en su afán por competir con Podemos, el terreno ya no estaba despejado para su galope, y tropezó con el obstáculo de quienes, por estar gobernando, habían vuelto a abrazar la lógica de la institucionalidad y de la gobernabilidad.

Esta es la paradoja: lo mejor que hizo Pedro Sánchez fue su gestión del resultado de las municipales y autonómicas de 2015. Pero con ello sembró la semilla de su futura derrota, la que estalló violentamente el 1 de octubre y se consumó –mucho más civilizadamente- en el comité federal de este domingo.

placeholder Pedro Sánchez tras anunciar su dimisión. (EFE)
Pedro Sánchez tras anunciar su dimisión. (EFE)

Los efectos inmediatos de la decisión que tomó el PSOE son obvios y serán glosados hasta la saciedad en los próximos días: Rajoy obtendrá la investidura gracias a la abstención socialista y las pasará canutas para gobernar con este parlamento; el PSOE tendrá que seguir soportando los coletazos de la cuasiescisión que ha sufrido y después someterse a un trabajoso período de convalecencia y rehabilitación; Ciudadanos tendrá que despejar si su asociación con el PP es estable u ocasional; y Podemos decidirá si regresa al monte o aquello de convertirse en “un partido normal” sigue en pie. A la vuelta de la esquina, esperan Bruselas…y Cataluña.

Pero conviene también fijar la atención en los efectos mediatos de esa decisión: quizá no tan visibles pero, a mi juicio, más trascendentes. Uno de ellos podría ser el renacimiento en el corazón del PSOE de la cultura de gobierno –y por tanto, de la vocación mayoritaria- como actitud dominante y guía de su acción política.

Además de una decisión táctica de pura supervivencia, es posible que este domingo se diera el primer paso hacia esa “despodemización del PSOE” de la que Pablo Pombo hablaba hace unos días en este mismo periódico. No es de extrañar que el parto esté resultando dramático.

"No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia".

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