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Las cuatro patas de un Gobierno de Rajoy que no parezca del PP
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Las cuatro patas de un Gobierno de Rajoy que no parezca del PP

Este Gobierno tiene que buscar con mayor ahínco la coexistencia pacífica con la parte mayoritaria de la sociedad que no lo quería ni ver que el aplauso de la hinchada propia

Foto: Mariano Rajoy. (Ilustración: Raúl Arias)
Mariano Rajoy. (Ilustración: Raúl Arias)

Cuando Mariano Rajoy alumbró su primer equipo de Gobierno, la situación era completamente distinta a la de hoy: una arrolladora mayoría absoluta, un Parlamento aún bipartidista y una emergencia económica. Aún no habían estallado los grandes escándalos de corrupción del PP.

Rajoy formó entonces un Gobierno de coalición de las familias del PP (excluyendo únicamente al aznarismo más recalcitrante), con varios pesos pesados del partido y una doble encomienda: a) aplicar un tajante plan de ajuste económico y de recortes sociales, cabalgando sobre el discurso exculpatorio de la herencia recibida, y b) desarrollar el programa ideológico del PP en materias especialmente sentidas por el electorado más conservador, como el aborto o la contrarreforma educativa.

Foto: El presidente Mariano Rajoy, junto a todos los miembros de su Gabinete. (EFE/EC)

El Gobierno del segundo mandato mariano es inseparable de la circunstancia en la que nace. Para este parto, se necesitó el respaldo de un competidor del centro-derecha que en 2011 no existía fuera de Cataluña y la agónica abstención del rival histórico, el PSOE, tentado de estrangularse con su propia cuerda antes que abrir paso al archivillano.

La prioridad número uno de este nuevo Gobierno es subsistir. Ello implica tres cosas:

a) Dar solidez a su base de apoyo parlamentario. El circunstancial voto afirmativo de Ciudadanos en la investidura tendrá que operar 'de facto' como un acuerdo de legislatura. No es lo mismo levantarse cada mañana con solo 137 apoyos, y remar a partir de ahí, que disponer de una plataforma estable de 170 votos. Lo primero es vivir sobre el filo de la navaja, escalar el Tourmalet todos los días. Lo segundo es manejable, siempre y cuando se cumplan los otros dos requisitos:

b) Sustituir el programa ideológico del PP por un catálogo de objetivos nacionales que puedan ser compartidos transversalmente. Con este Parlamento, aventuras reaccionarias como la ley del aborto, la ley Wert o la 'ley mordaza' estarían tumbadas antes de pasar la puerta del registro del Congreso.

c) Evitar los espacios de conflicto y no pisar más callos que los estrictamente necesarios (y aun en esos casos, con educación y pidiendo disculpas). Hacer viables los entendimientos básicos sin los cuales la legislatura estará condenada a morir de asfixia.

En la práctica, tendrá que actuar como si fuera de coalición. Cuanto más se parezca a un Gobierno del PP de los de toda la vida, peor para su supervivencia

Este Gobierno tiene que buscar con mayor ahínco la coexistencia pacífica con la parte mayoritaria de la sociedad que no lo quería ni ver que el aplauso de la hinchada propia.

Formalmente, es un Gobierno monocolor, pero en la práctica tendrá que actuar como si fuera de coalición. Cuanto más se parezca a un Gobierno del PP de los de toda la vida, peor para su supervivencia. Cuanto más recuerde este Rajoy al Rajoy del plasma y los SMS, más dura será la caída.

¿Es posible que un Gobierno monocolor del PP presidido por Mariano Rajoy no parezca ni una cosa ni la otra? Para intentarlo, el presidente ha alineado un equipo en el que, aunque se repiten nombres, cambia claramente el dibujo y se apoya en cuatro patas:

Soraya Sáenz de Santamaría ocupa el Ministerio de las Grandes Negociaciones. Pasará la mitad de su tiempo tratando con la oposición parlamentaria y la otra mitad negociando con los poderes territoriales. Sobre todo, con Cataluña o sobre Cataluña. La subsistencia del Gobierno y de la legislatura dependerá en gran medida de su desempeño en ambos terrenos. Si además se abre el melón de la reforma constitucional, ella estará también a cargo de esa delicada operación.

Eso exigirá miles de reuniones discretas, lo que no aconseja estar permanentemente expuesta en el escaparate de los viernes. A ella le toca urdir los acuerdos importantes y a otro explicarlos (es un axioma que un buen portavoz debe contar lo que sabe; y, precisamente por ello, saber lo justo).

Foto: Fotografía de archivo del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (3i), durante una reunión de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos.

En el periodo anterior, Rajoy repartió el corral económico entre dos gallos (De Guindos y Montoro), reservándose el arbitraje. Ahora ha resuelto el conflicto a la manera mariana: ha introducido un tercer gallo descendido directamente de La Moncloa (Álvaro Nadal) y ha formado un tridente con un clarísimo 'primus inter pares'.

Cuando a Ministerio de Economía le añades Industria y Competitividad, la traducción es “el que lleva la batuta”. Porque fuera de la economía, la industria y la competitividad, ya me dirán ustedes qué queda. Este paso se completará, seguramente, otorgando a De Guindos la presidencia de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos que hace cinco años pidió y se le negó.

Hay que cuidar a los socios. En la práctica, De Guindos y Garicano, amigos y colegas, codirigirán la política económica del Gobierno. Y el primero dará la cara en Bruselas sin sentir que alguien le está segando la hierba bajo los pies.

La tercera pata es la cosa social. Fátima Báñez es la encargada de repetir lo que hizo Aznar en su primera legislatura en minoría: tener a los sindicatos permanentemente sentados a la mesa de negociación. Entregar lo que sea necesario a cambio de la paz social. Por ejemplo, un marco concertado de relaciones laborales que, sin arrumbarla del todo, suavice los aspectos más brutales de la reforma laboral de la mayoría absoluta.

Si Podemos regresa al monte de la agitación callejera, podrá llenar mil veces la Puerta del Sol o incendiar las redes sociales; pero para paralizar el país con una huelga general se necesita al poder sindical. Y este estará sentado en el Ministerio de Trabajo o en La Moncloa, hablando de lo suyo.

La cuarta pata es la separación entre el partido y el Gobierno. Ninguno de los ministros tiene una posición destacada en el aparato del PP. Rajoy es el único nexo

La cuarta pata es la separación tajante entre el partido y el Gobierno. Ninguno de los ministros tiene una posición destacada en el aparato del PP. Rajoy es el único nexo de unión entre ambos espacios. Ninguno de los jóvenes dirigentes reclutados para pilotar la renovación del PP se ha incorporado al Gobierno: se les encomendó una tarea y a ella deberán dedicarse en exclusiva. Y de paso, se establece un higiénico cordón sanitario entre el Gobierno y un partido que —no se olvide— sigue imputado por corrupción. Rajoy no puede permitirse más ministros pasando por los tribunales.

Se olvida usted de Cospedal, dirán ustedes con mucha razón: ella sí tiene un cargo importante en el PP. Es cierto. Por ahora. Ministra de Defensa: por su propia naturaleza, la única cartera ministerial manifiestamente incompatible con ejercer la secretaría general de un partido político. No se puede mandar a la vez sobre los militares y sobre los militantes. El viejo zorro lo sabe de sobra y ha elegido precisamente ese lugar para su dilecta discípula y próxima exsecretaria general del PP.

Cuando Mariano Rajoy alumbró su primer equipo de Gobierno, la situación era completamente distinta a la de hoy: una arrolladora mayoría absoluta, un Parlamento aún bipartidista y una emergencia económica. Aún no habían estallado los grandes escándalos de corrupción del PP.

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