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¿Es tan difícil decir "lo siento" cuando alguien muere?
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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¿Es tan difícil decir "lo siento" cuando alguien muere?

El obsceno antigesto podemita no añade nada sobre la personalidad de Rita Barberá y, por el contrario, dice mucho sobre la actitud ante la vida de quienes lo han perpetrado

Foto: Los diputados de Podemos abandonan el hemiciclo durante el minuto de silencio. (Reuters)
Los diputados de Podemos abandonan el hemiciclo durante el minuto de silencio. (Reuters)

"Hoy los demócratas hemos perdido a uno de los nuestros".
Pablo Iglesias tras la muerte de Hugo Chávez

Muere un miembro del Parlamento y la Cámara hace un gesto colectivo para mostrar su condolencia. Nada extraordinario, sucede cotidianamente no solo en los parlamentos sino en todos ámbitos de la vida social y en todos los lugares del mundo.

Cuando alguien pierde la vida, las personas normales damos el pésame a sus allegados. La forma colectiva de hacer eso mismo, convencionalmente, es guardar un minuto de silencio. A nadie se le pide que llore si no le entristece esa muerte, ni que se dé golpes de pecho mostrando un dolor que no siente, ni mucho menos que cante loas o haga homenajes al fallecido. Tratándose de un político, ese gesto convencional no implica adhesión a sus ideas ni aprobación de sus actos. La muerte no protege de las críticas: uno puede guardar ese minuto de silencio y a continuación firmar un artículo explicando todas sus discrepancias o condenas sobre la actuación del personaje público que dejó de existir.

Es algo mucho más elemental que todo eso. Se llama urbanidad básica, una de esas cosas que se aprenden en los primeros años de la vida y sin las cuales la vida en sociedad se hace imposible. El desplante de los diputados deUnidos Podemos en el Congreso no se diferencia en nada sustancial de lo que hacen los ultras en los estadios de fútbol cuando boicotean con sus cánticos procaces el minuto de silencio por alguna figura deportiva fallecida recientemente.

Foto: El portavoz de Podemos en el Congreso, Íñigo Errejón (i), conversa con el portavoz popular, Rafael Hernando (d), al inicio de la sesión de control al Ejecutivo que ha comenzado hoy con un minuto de silencio. (EFE)

El obsceno antigesto podemita no añade nada sobre la personalidad de Rita Barberá y, por el contrario, dice mucho sobre la actitud ante la vida de quienes lo han perpetrado.

Primero, sobre ese enfermizo afán de protagonismo que los conduce a atraer los focos sobre sí en todas las ocasiones, toque o no toque. Da igual que sea un discurso del Rey, la gala de los Goya o la muerte de una senadora: Pablo y los suyos siempre encontrarán la forma de dar la nota y robar el plano.

Da igual que sea un discurso del Rey, los Goya o la muerte de una senadora: Pablo y los suyos siempre encontrarán la forma de dar la nota y robar el plano

Segundo, ese estúpido sentimiento de superioridad moral —muy característico de cierta izquierda— que les permite sentirse autorizados a trazar la raya divisoria entre el bien y el mal (una raya que, por cierto, mueven con frecuencia sospechosa), a juzgar a los demás con criterios de exigencia que jamás se aplican a sí mismos y a emitir sentencias de inocencias o culpabilidades ajenas sin esperar al enojoso trámite de que lo haga un tribunal de justicia.

Tercero, ese sectarismo infinito que es la marca de la casa. La funesta ley del embudo practicada en todas las ocasiones y llevada hasta el extremo. Aunque Rita Barberá hubiera robado todos los días de su vida (cosa que no nos corresponde a mí ni a los dirigentes de Podemos establecer) y aunque hubiera vivido 200 años, se habría quedado a una distancia sideral de los niveles de corrupción y latrocinio del general golpista venezolano al que Iglesias tanto admiró. Con una diferencia esencial: que Barberá nunca fusiló, encarceló ni envió al exilio a un discrepante.

placeholder Numerosas personas dejan flores y velas en el patio de la vivienda de la exalcaldesa. (EFE)
Numerosas personas dejan flores y velas en el patio de la vivienda de la exalcaldesa. (EFE)

Más allá de las consideraciones humanas: el 'destrato' de Podemos ante la muerte de Barberá ha sido colectivo, no personal. Todos sus diputados han seguido la consigna (aunque probablemente algunos de ellos hubieran preferido hacer lo correcto). Es, pues, una decisión política y puede ser valorada como tal. Vamos a lo que les importa —lo único que les importa, al parecer—: ¿ha puntuado Podemos con esta ofensa?, ¿ha mejorado en algo su imagen pública o su posición política, incluso entre los suyos? Lo dudo mucho. Estoy seguro de que una mayoría de los cinco millones de personas que los votaron sienten hoy algo de vergüenza por este acto incívico de sus dirigentes.

En este país necrófilo, la muerte es un asunto muy delicado que hay que tratar con extrema precaución. Si no por educación cívica, si no por respeto institucional, al menos por cálculo. Cualquiera que sea la opinión de cada uno sobre la figura de Rita Barberá, lo que ha hecho hoy la tropa podemita en el Congreso no solo es algo sucio, sino un grave error político.

Es, ¡ay!, una de esas cosas españolas ancestrales que nadie entiende fuera de aquí. Ese cainismo feroz que una y otra y otra vez tratamos de eliminar y una y otra vez reaparece de la mano de algún heraldo de la nueva política, tan vieja y rastrera. Lo único civilizado en este día es decir a sus familiares y amigos, a sus correligionarios y a los valencianos que la respaldaron con su voto durante 25 años algo tan sencillo como: lo siento. No es tan difícil, Pablo.

"Hoy los demócratas hemos perdido a uno de los nuestros".
Pablo Iglesias tras la muerte de Hugo Chávez

Hugo Chávez