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Divagaciones de una ministra imprudente
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Ignacio Varela

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Divagaciones de una ministra imprudente

Lo que diferencia a los gobernantes del resto de los mortales es que con una frase poco pensada pueden llevar la inquietud a millones de personas o provocar un conflicto serio

Foto: La ministra de Sanidad, Servicios e Igualdad, Dolors Montserrat. (EFE)
La ministra de Sanidad, Servicios e Igualdad, Dolors Montserrat. (EFE)

Como este Gobierno tiene pocos problemas sobre la mesa, su novel ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad ha decidido crearle uno más, y no pequeño.

Sacar a pasear precisamente ahora el tema del copago farmacéutico de los pensionistas es un error mayúsculo y completamente innecesario. Es un caso clamoroso de lo que en el tenis llaman “errores no forzados”, aquellos que no se deben a una circunstancia del juego o a la acción del rival, sino a la impericia propia.

Como no creo que se hayan vuelto locos en Moncloa, estoy convencido de que el Gobierno no tiene la menor intención de andar toqueteando este asunto, socialmente explosivo y políticamente dañino donde los haya. Algunos presentarán las palabras de la ministra como una especie de globo sonda, una maniobra táctica con no se sabe qué propósito. En estos casos, yo siempre digo que ojalá fuera eso, al menos revelaría la existencia de un plan. No, por desgracia este tipo de meteduras de pata son casi siempre fruto de la imprudencia, la improvisación y el amateurismo. Me imagino fácilmente a Moragas y Sáenz de Santamaría mesándose los cabellos ante el incauto gol en propia meta de su colega.

Foto: Imagen de archivo de una farmacia. (EFE) Opinión
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Este Gobierno no hará un solo movimiento sobre los copagos. Y si lo hiciera, forzado por la necesidad de acuerdos políticos para subsistir, sería más bien en la línea de revertir sus decisiones anteriores. Entre otras razones, porque una iniciativa como la que ha apuntado la ministra no duraría ni cinco minutos en el Congreso: le garantizo 213 votos en contra y una buena ración de leña desde todos los grupos parlamentarios.

El error es gordo, porque viene a tocar a la vez dos de las cuestiones más sensibles para los españoles: la Sanidad pública y las pensiones. Las dos joyas de la corona de nuestro Estado social. Pocas cosas suscitan tanto consenso en esta sociedad como la defensa de la Sanidad pública y gratuita y la garantía de las pensiones. La señora Montserrat viene a agitar esas aguas turbulentas justamente cuando los pensionistas —los presentes y, sobre todo, los venideros— andan agobiados ante las negras perspectivas que auguran todos los expertos. Y por si algo faltara, en vísperas de Presupuestos.

De todas las decisiones impopulares que tomó el Gobierno del PP en su primera legislatura, probablemente la que más daño le hizo fue el copago de los medicamentos por parte de los pensionistas. Si se repasan las campañas de la oposición en aquella época, se comprobará que sistemáticamente presentaban esa medida como el ejemplo más sangrante de la insensibilidad del Gobierno: obligar a los viejos a pagar por las medicinas que necesitan para vivir, no cabe mayor crueldad.

¿Subirá el copago de las medicinas?

Lo que ha hecho esta ministra de Sanidad es introducir una brutal dosis de recuerdo de lo que fue Rajoy I, precisamente cuando Rajoy II está en pleno esfuerzo por asentar una imagen nueva que le sirva para gobernar en minoría sin excesivos sobresaltos. Y las rectificaciones y aclaraciones posteriores no hacen sino empeorar las cosas. Lo malo de estas pifias es que las pagas como si las hubieras consumado: a partir de hoy, este Gobierno está otra vez bajo sospecha en materia de copagos.

Además, se le ha transparentado la intención. Porque siendo evidente que no hay pensionistas que ganen 100.000 euros, su insistencia en esa cifra solo puede deberse a que no piensa meter mano únicamente al copago farmacéutico de los pensionistas, sino al de toda la población.

Lo que late tras sus palabras es la idea de la progresividad trasladada a la atención sanitaria: que contribuya más quien más tiene. Pero como señaló Eduardo Madina, la progresividad es un criterio que se aplica a los impuestos, no a los derechos. Y para nueve de cada 10 españoles, la asistencia sanitaria gratuita —incluida la farmacéutica— es un derecho sagrado. Los copagos sanitarios no forman parte de la política fiscal, no son vistos como una especie de contribución o tributo que pueda vincularse a la renta, sino como un menoscabo obligado —y para muchos, injusto— de un derecho universal.

Siendo Manuel Azaña presidente del Consejo de Ministros, cuando salía al pasillo del Congreso y lo rodeaban los periodistas, solía decirles: “Lo siento, pero solo hago declaraciones a 'La Gaceta” ('La Gaceta de Madrid' era entonces el nombre del actual BOE).

El error es gordo porque viene a tocar a la vez dos de las cuestiones más sensibles para los españoles: la Sanidad pública y las pensiones

Sirva la anécdota para recordar que un miembro del Gobierno no es ni puede actuar como un tertuliano. Lo que diferencia a los gobernantes del resto de los mortales es que con una firma pueden cambiar la vida de la gente, y con una frase poco pensada pueden llevar la inquietud a millones de personas o provocar un conflicto serio.

Si yo manejara en un artículo la idea de incrementar el copago farmacéutico de ciertos pensionistas, no pasaría nada. Si lo hace la ministra del ramo, esa noche muchas personas mayores duermen mal y otros muchos ciudadanos se indignan con razón. Porque tendemos a tomarnos en serio lo que dice quien tiene tamaña responsabilidad.

Los ministros no están para abrir debates, sino para cerrarlos. No están para sugerir ideas, sino para tomar decisiones y aplicarlas. No son analistas ni comentaristas de la realidad, sino hacedores de ella. Por eso, cualquiera que sea el medio en el que hablen, deberían hacerlo siempre como si sus palabras fueran a ir directamente al BOE. Así se evitarían patinazos como este.

Hay 36 millones de españoles mayores de edad: y de todos nosotros, solo 14 personas están en el Gobierno. Lo menos que se puede exigir a quien los elige es que lo haga con los máximos estándares de exigencia. Se puede hacer ministro de cualquier cosa a un político experimentado, capaz de gestionar asuntos complejos en cualquier ámbito. En su defecto, se puede elegir para un ministerio a quien más sepa de la materia. En el caso de Dolors Montserrat, es obvio que no cumple ninguno de los dos requisitos. Que no sabe nada de sanidad, es fácilmente comprobable ojeando su currículo. Y ha tardado muy poco en demostrar que tampoco sabe nada de política.

Por eso, ante un desliz como este, a uno le asaltan dos porqués: uno, por qué la señora ministra se metió en semejante jardín. Y dos, por qué esta señora es ministra de Sanidad. Me temo que la respuesta es tristemente la misma: por nada.

Como este Gobierno tiene pocos problemas sobre la mesa, su novel ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad ha decidido crearle uno más, y no pequeño.

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