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Acuerdo PSOE-PSC: de la necesidad, virtud
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Acuerdo PSOE-PSC: de la necesidad, virtud

La fórmula de asociación PSOE-PSC fue un hallazgo de una extraordinaria rentabilidad política y electoral que ha durado 40 años

Foto: Javier Fernández y Miquel Iceta, el pasado 7 de marzo, en la firma de la actualización del protocolo de unidad. (EFE)
Javier Fernández y Miquel Iceta, el pasado 7 de marzo, en la firma de la actualización del protocolo de unidad. (EFE)

Siempre me he preguntado qué clase de gen neurótico tienen los socialistas españoles, que para dar un paso adelante necesitan antes llevarse a sí mismos a situaciones límite y generarse crisis tan endiabladas como innecesarias. Es como si solo supieran actuar positivamente en estados de emergencia; y cuando la realidad no les proporciona una emergencia, ellos mismos se la fabrican.

Los más importantes avances renovadores en la historia moderna del PSOE fueron precedidos de una crisis traumática que los puso al borde del precipicio. Recuerden: la crisis del marxismo, el referéndum de la OTAN, la ruptura con UGT, la cuasiescisión entre el guerrismo y el felipismo…y últimamente, la desquiciada aventura del sanchismo (aún por resolver) y el riesgo cierto de ruptura de la asociación histórica con el PSC.

Pocos discutirán hoy que la fórmula de asociación PSOE-PSC fue un hallazgo de una extraordinaria rentabilidad política y electoral. En realidad, fue más producto de una carambola que de la visión genial de ningún estratega: se venían las primeras elecciones de la democracia, había tres partidos socialistas en Cataluña compitiendo entre sí y se improvisó una fórmula de cohabitación para salir del paso. Una fórmula que ha durado 40 años.

La relación entre el PSOE y el PSC consiste en que el primero renuncia a existir en Cataluña y delega su representación en ese territorio

Pero en su cuna llevaba también todas sus imperfecciones y el germen de los problemas que desde entonces no han cesado de contaminar recurrentemente la relación. Los materiales de origen del PSC eran tan sociológicamente dispares, que un histórico dirigente socialista llegó a hablar, medio en broma y medio en serio, de la lucha de clases dentro de un mismo partido. Y su relación orgánico-política con el PSOE, atípica, confusa y asimétrica, no responde a ningún otro modelo conocido en el mundo (se ha llegado a dar la extrañísima situación de que una dirigente estuviera a punto de ser elegida secretaria general de un partido al que no pertenecía). 'Eppur si muove': pese a todo, el invento ha funcionado.

Lo llamativo es que han tenido que esperar al peor momento posible para tratar de componer el artefacto. Con ambos partidos en plena decadencia electoral y habiendo perdido la hegemonía de su espacio político; con el PSOE descabezado y fracturado como nunca; con el conflicto de Cataluña en España en su peor momento histórico; con toda la socialdemocracia europea desnortada y amenazada por la marea populista. Solo entonces han encontrado la ocasión para ponerse a hacer lo que debían haber hecho hace mucho tiempo: poner orden en su matrimonio.

Básicamente, la relación entre el PSOE y el PSC consiste en que el primero renuncia a existir en Cataluña y delega su representación en ese territorio en un partido al que reconoce distinto y soberano; y además, le da voz y voto en sus decisiones sin que ello sea recíproco.

Algo semejante solo puede mantenerse en condiciones de máxima sintonía política, de confianza mutua y de lealtad. El error del PSC fue que con su actuación puso en cuestión esa base de confianza. Sus vaivenes sobre el proceso soberanista y el derecho a decidir introdujeron en ciertos sectores del PSOE la duda de si estaban asociados con un partido socialista con vocación catalanista o con un partido nacionalista teñido de socialismo. El apoyo beligerante a Sánchez en el momento de la máxima fractura del PSOE convirtió al socio en un combatiente interno; y la jugarreta oportunista de participar en una votación trascendental en el comité federal para luego hacer lo contrario en el Parlamento es cualquier cosa menos leal.


Los sectores más jacobinos del PSOE, que siempre vivieron incómodos en esa relación desigual, estaban cargados de razones para cortar por lo sano. Desde la propuesta suicida de consumar el divorcio y refundar el PSOE en Cataluña hasta la más aparentemente racional de mantener la sociedad política, pero diferenciando tajantemente los espacios orgánicos de cada uno: juntos, pero no revueltos.

Lo cierto es que en cuanto se sentaron a la mesa para reconsiderar su relación, tardaron muy poco en tener que admitir dos verdades políticas impepinables:

Primera, que el PSOE y el PSC se necesitan para sobrevivir. Basta con mirar por encima los números para saber que es metafísicamente imposible que el PSOE gane unas elecciones en España sin el caudal de votos que siempre le han venido de Cataluña. De la misma manera, es imposible que el PSC vuelva a tener la más remota esperanza de recuperar su fortaleza electoral en Cataluña si se desprende de la marca PSOE como paraguas. El divorcio es destrucción mutua asegurada.

Es metafísicamente imposible que el PSOE gane unas elecciones en España sin el caudal de votos que siempre le han venido de Cataluña

Segunda, que en este preciso momento político, no se pueden permitir escenificar ante todo el país una ruptura que la sociedad entera vería como un paso más en la fractura entre Cataluña y el resto de España. Un cisma de los socialistas españoles y los catalanes en una coyuntura como la actual sería una grandiosa noticia para ambos nacionalismos separadores, el catalán y el español; y, por tanto, un desastre para la razón política. El coste sería inasumible, no creo que jamás se hubieran recuperado de eso.

Para añadir complejidad al caso, la cosa se mezclaba con consideraciones tácticas sobre las primarias del PSOE. Era muy tentador apelar a la separación de los espacios orgánicos para dejar fuera de la votación a los militantes del PSC —o a una buena parte de ellos—, a los que se presupone una mayor inclinación hacia Sánchez que hacia Susana Díaz. También era muy tentador para el sanchismo aprovechar un movimiento de ese tipo para deslegitimar el proceso y denunciar poco menos que un pucherazo.

Finalmente, parece que por una vez la reflexión de fondo se ha impuesto al impulso táctico. Tiene razón Javier Fernández cuando dice que la mayor virtud del acuerdo firmado ayer es que trae claridad a una relación que siempre fue confusa. Si en el futuro se reproduce un conflicto político grave entre PSOE y PSC, no será por que las reglas del juego no hayan quedado claras.

Ayer se veía más contento a Iceta que a Fernández. Quizá porque uno es de natural más expansivo que el otro. Quizá porque uno acababa de salvar el pellejo y el otro se había sometido a sí mismo a un esfuerzo de responsabilidad. En todo caso, el legado del asturiano desde la precaria posición de una gestora empieza a ser importante. Tanto, que cada día se hace más difícil explicar a la afición por qué el mejor jugador del equipo se dispone a ver el partido más importante de su partido desde el palco.

Siempre me he preguntado qué clase de gen neurótico tienen los socialistas españoles, que para dar un paso adelante necesitan antes llevarse a sí mismos a situaciones límite y generarse crisis tan endiabladas como innecesarias. Es como si solo supieran actuar positivamente en estados de emergencia; y cuando la realidad no les proporciona una emergencia, ellos mismos se la fabrican.

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