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La extraña serenidad zen del Partido Popular
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Ignacio Varela

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La extraña serenidad zen del Partido Popular

El PP ocupa un Gobierno ultraminoritario. Está a merced de la oposición, obligado a recabar ayuda para cualquier iniciativa y expuesto a sufrir continuas derrotas parlamentarias

Foto: El presidente del Gobierno y del Partido Popular, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno y del Partido Popular, Mariano Rajoy. (EFE)

El ciclo electoral 2015-2016 fue funesto para el Partido Popular. Uno de cada tres de sus votantes lo abandonó y el 20-D perdió la friolera de 63 escaños. Previamente, vio cómo le volaban más de la mitad de sus gobiernos autonómicos y de sus alcaldías. El Partido Socialista sufrió un desastre parecido en 2011 y seis años más tarde no solo no ha salido del socavón, sino que lo sigue cavando con empeño digno de mejor causa.

El PP está enfangado en múltiples causas de corrupción. La cosa es tan gorda que por primera vez se ha imputado a una organización política como tal, rompiendo el antiguo principio jurídico de que la responsabilidad penal es personal ('societas delinquere non potest'). El número de los dirigentes del PP ya condenados solo es superado por el de los que están en lista de espera.

Además, afronta una comisión de investigación en el Congreso sobre su financiación ilegal en la que no podrá impedir, si los demás grupos lo deciden, que se someta al presidente del Gobierno a un interrogatorio que será cualquier cosa menos amable. Tampoco podrá controlar las conclusiones de la comisión: estas serán tan duras como sus adversarios quieran.

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El PP ocupa un Gobierno ultraminoritario, sostenido por 137 diputados de 350. Está a merced de la oposición, obligado a recabar ayuda para cualquier iniciativa y expuesto a sufrir continuas derrotas parlamentarias. De hecho, ya ha sido dolorosamente revolcado en varias ocasiones. Para este Gobierno, cada pleno del Congreso es una aventura y cada votación, un jaque.

Por si fuera poco, afronta una crisis constitucional desencadenada por las autoridades de una comunidad autónoma resueltas a romper el Estado y a romper con el Estado de derecho; y que solo esperan un acto de fuerza desde Madrid para cantar victoria en términos políticos.

Todo ello con un líder que sigue siendo el segundo político más impopular del país, con una puntuación de 3 sobre 10 y un 76% de la población que dice desconfiar de él.

Cualquier partido que presentara un cuadro clínico como este viviría al borde de un ataque de nervios, dividido por dentro y desestabilizado por fuera. Si ese partido fuera el PSOE, hace tiempo que en su universo político habría prendido la histeria.

Este PP vive una de las épocas más plácidas desde su fundación. Se los ve relajados, cómodos, seguros de sí mismos y en perfecta armonía

Y sin embargo… Sin embargo, este PP de Mariano Rajoy vive una de las épocas más plácidas desde su fundación. Se los ve relajados, cómodos, seguros de sí mismos y en perfecta armonía.

Rajoy maneja la situación política con facilidad sorprendente. Nada parece inquietarlo: cualquiera diría que en lugar de una permanente borrasca esta legislatura fuera para él un paseo por un apacible lago. Conlleva las contrariedades causadas por su precaria posición con estoica deportividad. Si hay que retroceder, se retrocede sin perder la compostura. Si hay que entregar un triunfo a Ciudadanos o al PSOE para que tengan algo que exhibir ante sus clientelas, se hace sin asomo de drama. Y si hay que hablar con gente seria, ahí está el PNV.

La impresión generalizada es que tiene todo bajo control y que cualquiera de sus adversarios lo está pasando peor que él. La duración de la legislatura está en sus manos: vigila a los socialistas por si en un rapto de locura reponen a Sánchez en Ferraz y hay que convocar elecciones para el otoño. Administra con cautela las impaciencias de Rivera, que no ve la hora de corregir el error que cometió renunciando a entrar en el Gobierno. Ignora olímpicamente a Podemos. Y lo de Cataluña lo reenvía a la ventanilla del Tribunal Constitucional para que se encargue.

En el partido reina la 'pax romana'. Un congreso nacional y 17 territoriales sin una ola de más. Se han adentrado por el camino de las primarias, del que siempre renegaron. Es cierto que declarando tener 800.000 afiliados, en las primarias de toda España han participado apenas 60.000, lo que significa que o lo de los 800.000 es un fraude o el proceso ha sido un fracaso completo. Algo similar en unas primarias del PSOE causaría un terremoto, pero a este PP del marianismo zen todo le sale gratis; se ve que los cobradores están en huelga o a lo suyo.

Con el nuevo estilo, hasta Montoro parece un tipo con sensibilidad social, Cospedal y Soraya buenas amigas y Rafael Hernando un señor educado

Se disponen a sacar adelante un Presupuesto que exigirá cientos de votaciones y, por tanto, cientos de posibles accidentes, con 175 votos prendidos con alfileres. ¿Ustedes los ven nerviosos o preocupados? Si lo están, lo disimulan divinamente. Y les va bien: con el nuevo estilo, hasta Montoro parece un tipo con sensibilidad social, Cospedal y Soraya buenas amigas y Rafael Hernando un señor educado.

Conocemos tres versiones del Partido Popular:

Cuando están en la oposición, actúan como depredadores implacables dispuestos a recuperar algo de su propiedad que les hubieran robado. Hoy escuchas a este Rajoy que predica mansamente la necesaria responsabilidad de todos los grupos políticos para sostener la economía; evocas a aquel incendiario personaje de mayo de 2010 que en un momento crucial no vaciló en empujar a España al abismo con tal de derribar al Gobierno, y no te crees que se trate de la misma persona.

Cuando tienen la mayoría absoluta, simplemente aplastan sin contemplaciones todo lo que se interpone en su camino. Esos periodos despóticos suelen desembocar en duros castigos electorales (2004 y 2015).

Defienden a los suyos hasta el límite de lo prudente. Y cuando la cosa se pone imposible o hay un Gobierno en peligro, los dejan caer sin aspavientos

Y cuando les toca gobernar en minoría (Aznar en 1996, Rajoy en 2016) se tornan razonables, dúctiles, jesuíticamente comprensivos. Pasan de la dureza del pedernal a la flexibilidad de una bailarina de ballet con una naturalidad admirable.

El caso de Murcia es muy ilustrativo de lo que trato de expresar. Por cultura de partido, defienden a los suyos, hayan hecho lo que hayan hecho, hasta el límite de lo prudente. Y cuando la cosa se pone imposible o hay un Gobierno propio en peligro inminente, los dejan caer sin aspavientos, incluso dando lecciones de ejemplaridad.

Está por ver en qué resultará esta versión zen del PP que ha implantado Mariano Rajoy para atravesar el desfiladero de la legislatura. Que hasta ahora le vaya saliendo demuestra, a mi juicio, dos cosas. Que la derecha mantiene una relación adaptativa con el principio de realidad que a la izquierda siempre le costó asimilar. Y que lo que hoy tiene enfrente… en fin, no abusemos de los adjetivos: lo que tiene enfrente es justamente eso que usted está pensando.

El ciclo electoral 2015-2016 fue funesto para el Partido Popular. Uno de cada tres de sus votantes lo abandonó y el 20-D perdió la friolera de 63 escaños. Previamente, vio cómo le volaban más de la mitad de sus gobiernos autonómicos y de sus alcaldías. El Partido Socialista sufrió un desastre parecido en 2011 y seis años más tarde no solo no ha salido del socavón, sino que lo sigue cavando con empeño digno de mejor causa.

Mariano Rajoy