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Susana Díaz entrega el PSOE a Pedro Sánchez por segunda vez
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Susana Díaz entrega el PSOE a Pedro Sánchez por segunda vez

El mártir renació de sus cenizas y, transmutado en nuevo líder populista, cabalgando sobre la rabia y la frustración, ha recuperado el trono

Foto: Pedro Sánchez comparece en Ferraz. (EFE)
Pedro Sánchez comparece en Ferraz. (EFE)

Hace tres años, Susana Díaz puso al Partido Socialista en manos de un absoluto desconocido por puro despecho.

Primero, obligó a Rubalcaba a dimitir prematuramente para dejarse despejada la pista de un imaginario viaje triunfal entre Sevilla y Madrid que culminaría con su entrada bajo palio en Ferraz 70.

Cuando comprobó que no sería tan sencillo, decidió que el insolente Madina que se había interpuesto en su camino recibiría un castigo ejemplar. Yo esperaré, pero todo el mundo va a saber quién manda aquí. Mandó llamar al anónimo y voluntarioso Sánchez, del que nadie sabía nada, y lo ungió secretario general.

“No vale, pero nos vale”, cuentan que dijo ella. Cuando comprobó que ni vale ni nos vale, ya era demasiado tarde. El PSOE se vio revolcado en la peor derrota de su historia, su espacio político había sido invadido por la izquierda y por la derecha y el nuevo caudillo estaba dispuesto a encaramarse a La Moncloa o, en todo caso, a defender con fiereza su poder orgánico. Una vez más, se demostró que en política no existen los hombres de paja.

En la infame carnicería del 1 de octubre nació un mártir, el peor adversario que te puedes encontrar dentro de un colectivo deprimido en su autoestima

No cabe en este comentario apresurado un análisis detallado del increíble encadenamiento de errores, negligencias y 'sobradas' que han hecho posible el resultado de esta votación. Desde la consentida impunidad de dos catástrofes electorales sucesivas hasta la culpable complicidad con la que se permitió el bloqueo político del país durante un año. Todo para desembocar en la infame carnicería del 1 de octubre y terminar con una abstención humillante, haciendo de mala manera lo que podía y debía haberse hecho desde una posición ventajosa tras las primeras elecciones del 20-D.

De ahí nació un mártir, el peor adversario que te puedes encontrar dentro de un colectivo deprimido en su autoestima y castigado durante siete años por la culpable gestión de la crisis, por la contumaz destrucción de su capital humano y por la incompetencia de sus dirigentes.

La historia más reciente es conocida: Susana Díaz decidió que esta vez no estaba dispuesta a ceder el paso a nadie. Impidió 'manu militari' que se considerara cualquier otra posibilidad que no fuera cerrar filas tras ella, aunque muchos pensaban con razón que no era la persona adecuada. Obligó a aplazar la elección durante seis meses para acomodarse a su calendario andaluz. Pretendió pasar de matute el desquiciado propósito de ejercer a la vez como líder de la oposición a nivel nacional y presidenta de un Gobierno autonómico (lo que habría provocado un permanente e insalvable conflicto de intereses), y remató la faena con una campaña tan indolente y caótica que a ratos olía a autosabotaje.

Mientras tanto, el mártir renació de sus cenizas y, transmutado en nuevo líder populista, cabalgando sobre la rabia y la frustración, ha recuperado el trono que ella le dejó en prenda hace tres años y le arrebató después para volver a regalárselo en esta noche en la que el Real Madrid ganó otra vez la Liga y el PSOE se adentra definitivamente en el camino de su ocaso.

Es llamativo el paralelismo entre las historias de Sánchez y Corbyn. También este ganó unas primarias aprovechando la depresión de una organización desnortada; también contribuyó a un desastre para su país, como el Brexit; mal y tarde, fue acorralado por el 'establishment' de su partido; y los derrotó de nuevo en sagrada alianza con las bases militantes. Ese Partido Laborista ya no regresará al poder en Reino Unido. Tampoco este PSOE. Pero ahí están, orgullosamente vencedores, sus dos respectivos caudillos populistas.

Así que lo siguiente que veremos en el PSOE es una guillotina funcionando a todo gas

Detrás del congreso federal de junio vendrán todos los congresos territoriales del PSOE. Esa será la hora del ajuste de cuentas. Todos los dirigentes que han respaldado a Sánchez en esta aventura ejercen la oposición interna a los barones que gobiernan. Exigirán su recompensa. Además, la convivencia entre Sánchez y sus frustrados verdugos —incluida la propia Susana— es ya metafísicamente imposible. Así que lo siguiente que veremos en el PSOE es una guillotina funcionando a todo gas.

Pero lo que más me preocupa no es el destino de un partido que, me temo, ya está amortizado para la historia, sino los efectos que este resultado tendrá para España.

Con razón el país entero ha estado pendiente de esta votación partidaria. Todo el escenario político recibe la sacudida del regreso de Sánchez, y los frágiles equilibrios sobre los que precariamente se sostenía la legislatura pueden haberse ido al garete.

La victoria de Sánchez cortocircuita todas las vías de comunicación entre el Gobierno y el primer partido de la oposición. A partir de hoy, Rajoy ya sabe que no puede contar con el Partido Socialista para nada. Eso le obliga a sostener la acción de Gobierno con una mayoría inexistente, implorando cada día el auxilio de Ciudadanos y del PNV para sumar 175 diputados. La alternativa obvia sería convocar elecciones a la vuelta del verano, pero el pantano judicial en el que está metido el PP —y el propio Rajoy— hace de esa convocatoria, que parecía apuesta segura, un riesgo casi inasumible.

Sin posibilidad alguna de diálogo con el PSOE, sin votos para sobrevivir en el Congreso y con las elecciones convertidas en un abismo insondable para el PP, podríamos estar ante un nuevo bloqueo institucional del que no sé como se saldrá.

A lo hecho, pecho. El enfrentamiento ha sido tan claro y tajante en sus términos que Pedro Sánchez no tiene otro camino que seguir el mandato de las urnas. Los militantes del PSOE han decidido libremente transformar su partido en una organización cesarista. Han decidido renunciar a la mayoría social y, en consecuencia, a su histórica condición de partido de gobierno. Han decidido echarse al monte y refundarse antes de proceder a su autoliquidación. Esa es la desesperada aventura que Sánchez les ha propuesto, y ya no hay espacio para más gambitos: ahora tiene que llevarla hasta el final.

El PSOE llevaba siete años —exactamente desde el 12 de mayo de 2010, fecha en que Zapatero arrió la bandera— arrastrando su crisis de liderazgo

Además de Sánchez, los dos vencedores indirectos de la noche son Ciudadanos y Podemos. El primero se encontrará, sin comerlo ni beberlo, con el regalo de una oleada de votantes socialistas moderados, que huirán espantados de este disparate. Y el segundo, tras haber intentado sin éxito invadir el espacio de la socialdemocracia, ve encantado cómo su enemigo acepta el reto de competir por la hegemonía en su propio terreno, el de la radicalidad populista.

El PSOE llevaba siete años —exactamente desde el 12 de mayo de 2010, fecha en que Zapatero arrió la bandera— arrastrando su crisis de liderazgo. ¿La ha resuelto hoy? No, hoy es el día en que empezará a descubrir que la crisis de liderazgo era solo el síntoma más visible de una metástasis a la que se dejó avanzar hasta invadir al organismo entero. Nada es eterno.

Hace tres años, Susana Díaz puso al Partido Socialista en manos de un absoluto desconocido por puro despecho.

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