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Podemos, domesticado. Y la CUP, lista para exportar
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Podemos, domesticado. Y la CUP, lista para exportar

Con Podemos ya asentado sobre las moquetas institucionales, la CUP puede ser el faro que oriente a quienes quieran ocupar el espacio de la política antisistema que ha abandonado la formación morada

Foto: La diputada de la CUP, Anna Gabriel, durante la presentación de su campaña conjunta para el referéndum del 1 de octubre. (EFE)
La diputada de la CUP, Anna Gabriel, durante la presentación de su campaña conjunta para el referéndum del 1 de octubre. (EFE)

Contemplando perezosamente un telediario agosteño, veo una enorme pintada en un muro balear: "El turismo mata a Mallorca". Es extraordinario, pienso mientras me sirvo el café: cualquier persona sensata sabe que la muerte súbita de Mallorca vendría de la desaparición del turismo, que “solo” supone el 45,5% de su economía y uno de cada tres puestos de trabajo.

Foto: Imágenes de la acción llevada el pasado junio por Arran.

La estúpida pintada, junto con acciones mucho menos amables, rayanas en el terrorismo de baja intensidad y con un turbio tufo xenófobo, se atribuye a una banda llamada Arran, que resulta ser una sucursal juvenil de la CUP. Es el mismo grupo facineroso que ha implantado las prácticas de la Kale Borroka en las calles de Barcelona y que acompaña a quienes quieren resucitarla en el País Vasco. El pretexto, pero solo el pretexto, es el turismo: les valdría cualquier cosa que desestabilice al sistema, crispe a los ciudadanos y genere conflicto social.

La siguiente noticia de la sobremesa es la toma de posesión de los miembros de Podemos que se han incorporado al Gobierno de Castilla-La Mancha. Ahora veo a un señor y a una señora muy formales que, con la mano sobre la Constitución, prometen “cumplir fielmente las obligaciones del cargo, con lealtad al Rey, y cumplir y hacer cumplir la Constitución y el Estatuto de Autonomía como normas fundamentales del Estado y de la Comunidad Autónoma”. Sus declaraciones a la salida no se diferencian en nada de las de cualquier otro nuevo ministro o consejero el día de su estreno.

De la vocación subversiva de Podemos apenas queda el estudiadísimo atuendo informal de sus líderes y una vaga retórica contestataria

Echenique, henchido de satisfacción, hace votos para que el ejemplo se extienda y pronto veamos gobiernos de coalición PSOE-Podemos en toda España, incluyendo la Moncloa. Puro 'establishment'.

Podemos se ha domesticado y ya es tan parte del sistema como el que más. De su vocación subversiva apenas conserva el estudiadísimo atuendo informal de sus líderes y una vaga retórica contestataria –cada vez más vaga– que apenas oculta su confortable instalación en el mundo de las moquetas oficiales. A sus dirigentes se les ve ya en los ojos la erótica del poder de la que hablaba Campmany: yo ministro, aunque sea de Marina.

El partido de Iglesias se va convirtiendo a gran velocidad en una fuerza que representa establemente a un importante sector de la sociedad, lo contiene dentro de los muros de la institucionalidad y, desde uno de sus espacios laterales, contribuye a mantener el equilibrio ecológico del sistema político, que hoy se resentiría de su ausencia.

Aquellas incendiarias proclamas callejeras llamando a derribar al régimen del 78 han dado paso a una favorable disposición a negociar, dentro del Parlamento, una reforma parcial de la Constitución. De apoyar todo lo que creara agitación, a condenar la violencia y llamar a que las protestas se expresen de forma respetuosa y conforme a la legalidad. De las implacables denuncias contra los socialistas como “la casta” a un empalagoso cortejo a Pedro Sánchez para que se avenga a formar cuanto antes un gobierno conjunto.

Podemos es ya un partido que, como los demás, aspira a ocupar el poder por la vía institucional; y cuando lo ejerce, lo hace con criterios y políticas que gustarán más o menos, pero que no alteran la lógica del sistema ni ponen en peligro sus fundamentos.

Foto: Los líderes de Podemos, Pablo Iglesias (2i) y del PSOE, Pedro Sánchez (2d), se saludan durante la reunión mantenida con sus equipos en el Congreso el pasado mes de julio. (EFE)

No hay más que ver la extrema precaución con la que Iglesias y los suyos tratan el vidrioso asunto de la secesión catalana, en el que, por una parte, están obligados a seguir la pauta que marque Colau, y, por otra, no pueden olvidar que la mayoría de su votantes desean mantener el actual Estado autonómico –quizá con un sesgo más federal– y solo el 17% de ellos apoyan el derecho de autodeterminación.

O comprobar la gran incomodidad de los “alcaldes del cambio” (empezando por Colau, inspiradora del movimiento en su origen) ante el motín antiturístico de este verano. Se comprende: Barcelona, Valencia, Cádiz, Santiago o Madrid son focos de atracción turística cuyas economías entrarían en barrena si se produjera una estampida de los guiris como la que buscan provocar los gamberros de Arran y sus padrinos de la CUP. Y es que en política nada modera tanto como tener que cuadrar la cuentas.

La CUP ha repetido muchas veces que no tiene nada de nacionalista y que su apuesta por la independencia es meramente instrumental

Al dejar Podemos de ser un partido antisistema, ese espacio queda momentáneamente vacío, y ya se sabe que en política los vacíos nunca duran mucho tiempo; más pronto que tarde, alguien los ocupa. Y lo que más se parece a una fuerza política dedicada a derruir el sistema es justamente la CUP.

Es un error considerar a la formación que lidera Anna Gabriel como un partido ultranacionalista de Cataluña. Ellos mismos han repetido muchas veces que no tienen nada de nacionalistas y que su apuesta por la independencia es meramente instrumental. Lo que les interesa no es la independencia de Cataluña, sino hacer la revolución. La sacudida independentista es una forma como cualquier otra de sacar al sistema de sus raíles en el camino hacia la dictadura del proletariado.

placeholder Pintada en el Park Güell de Barcelona contra el turismo masificado. (EFE)
Pintada en el Park Güell de Barcelona contra el turismo masificado. (EFE)

“No soy patriota ni nacionalista”, dice Anna Gabriel. “Soy independentista porque identifico el proyecto de ruptura con el Estado español con el de una ruptura con el 'statu quo'”. Por eso la web de Endavant, partido al que ella pertenece, se abre con esta leyenda: “Sin desobediencia no hay independencia”. Es decir, solo interesa la independencia que pase por la desobediencia revolucionaria. A lo de Puigdemont y Junqueras lo llaman despectivamente “procesismo”.

¿Se expandirá la CUP como tal por toda España? No lo creo. Pero hoy por hoy, es la única organización abiertamente revolucionaria que dispone de un caudal significativo de votos, de presencia institucional y de protagonismo mediático. Y además, tiene a todo un gobierno cogido por la pechera y actuando a su dictado. Así que puede ser el faro que oriente a todos los grupúsculos, aquí y allá, que quieran ocupar el espacio de la política antisistema que ha abandonado Podemos. Y como estamos viendo con lo del turismo, cualquier causa es buena. Es muy tentador eso de agarrar la escoba y barrernos a todos, sobre todo si te hacen sentir como heredero legítimo del mismísimo camarada Lenin. Puede decirse que el “producto CUP” está listo para la exportación.

Contemplando perezosamente un telediario agosteño, veo una enorme pintada en un muro balear: "El turismo mata a Mallorca". Es extraordinario, pienso mientras me sirvo el café: cualquier persona sensata sabe que la muerte súbita de Mallorca vendría de la desaparición del turismo, que “solo” supone el 45,5% de su economía y uno de cada tres puestos de trabajo.