Una Cierta Mirada
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El atentado pincha la burbuja y pone a Puigdemont frente a la cruda realidad
La actitud atónita del presidente de la Generalitat ante los atentados de Barcelona y Cambrils llama la atención. Era un secreto a voces que Barcelona estaba entre los objetivos del terrorismo
Nada sirve de consuelo por las vidas perdidas y las malheridas en el crimen terrorista de Las Ramblas. Pero dentro del horror, estremece pensar en lo que pudo haber sucedido si el plan de los asesinos hubiera tenido éxito. Esta vez se pretendía un atentado parecido al 11-S de Nueva York o al 11-M de Madrid: centenares de muertos y miles de heridos, probablemente acompañados por el derrumbamiento de algún edificio de gran valor simbólico. Si estamos conmocionados por esta matanza, piensen cómo podríamos estar.
Era un secreto a voces que más pronto que tarde habría un atentado yihadista en España. Solo los responsables de nuestra seguridad saben cuántas intentonas anteriores se han frustrado durante 13 años gracias a que tenemos uno de los mejores dispositivos antiterroristas del mundo. Pero precisamente por eso los terroristas buscaban con especial ahínco matar en España, para demostrar que nadie está a salvo de su ferocidad asesina.
El segundo secreto a voces era que Barcelona estaba en el grupo de cabeza de los objetivos del terrorismo. No solo por ser la capital más cosmopolita del Mediterráneo, sino porque allí se da la máxima concentración de grupos islamistas organizados y radicalizados, como bien saben los gobiernos y los servicios de información occidentales.
Por eso llama la atención la actitud de atónito estupor de Puigdemont, Colau y sus gobiernos ante los sucesos del jueves. Este atentado impresiona, indigna, subleva a las conciencias civilizadas; pero para que produzca sorpresa hay que estar muy en las nubes. Que es justamente donde están los gobernantes de Cataluña desde hace demasiado tiempo.
Por supuesto, no pretendo achacar a los mandatarios catalanes ni un gramo de culpa por el atentado. Sería injusto y estúpido: los únicos culpables de los actos terroristas son quienes los cometen, y señalar a otros es hacerles el juego. Pero estas sacudidas a veces sirven para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre si estamos ordenando adecuadamente nuestras prioridades.
Lo cierto es que Cataluña lleva varios años sin un gobierno que merezca tal nombre. El equipo de personas que ocupa la Generalitat se ha convertido, en la práctica, en un comando de agitación y propaganda al servicio de un único designio: el 'procés'. Pero aparte de eso, al presidente Puigdemont –especialmente a él– no se le conoce en su mandato una actuación importante que tenga que ver con lo que habitualmente se espera de un gobernante responsable.
Llevan años viviendo en la burbuja de una fantasía política, y ello los distancia cada día más de la realidad. Hasta la tarde del 17, ¿qué lugar ocupaba en las preocupaciones del presidente catalán la posibilidad de un atentado terrorista en el centro de Barcelona? ¿Y en las de su flamante consejero de Interior? Porque sabiéndose lo que se sabía, cualquier puesto que no fuera el primero denotaría una alarmante desorientación.
Pero me temo que ambos han dedicado infinitamente más horas a trajinar a la policía autonómica para que los ayude a burlar la ley el 1 de octubre, a fabricar un censo electoral de mentira o a conseguir urnas para un referéndum que saben que no se celebrará, mientras se gestaba una tragedia de la que, repito, no se les puede culpar, pero que de ninguna forma los puede pillar en la inopia.
El equipo de personas que ocupa la Generalitat se ha convertido en un comando de agitación y propaganda al servicio del 'procés'
En realidad, todo lo que ha sucedido en Barcelona este verano supone un abrupto topetazo de Puigdemont y su gobierno con el principio de realidad. Ese que dicta que, en el mundo globalizado, los problemas más graves no requieren desconexiones, sino todo lo contrario: mucha más y mucha más estrecha conexión en todos los ámbitos y a todos los niveles.
Cataluña ha sufrido este verano, como toda España, los rigores de un cambio climático que ya es riguroso presente. Hasta el día del atentado, lo que más espacio informativo había ocupado eran los tremendos vaivenes de un clima enloquecido para siempre. No veo cómo salirse de España y de la Unión Europea puede ayudar a Cataluña a afrontar mejor ese drama mundial.
Barcelona ha sido también escenario primigenio y principal de la burbuja turística, que es una manifestación más de otro de los problemas
En agosto se ha colapsado el aeropuerto de Barcelona, y lo ha hecho justamente en el punto más sensible: los controles de seguridad. Naturalmente, los responsables de la Generalitat han tenido que hacer frente al conflicto de la única forma posible: coordinándose con AENA y con el Ministerio de Fomento y, en última instancia, dando la bienvenida a la presencia de la Guardia Civil para ayudar a normalizar la situación y proteger los derechos de los pasajeros. (Por cierto, no estaría de más reconsiderar si, en plena guerra antiterrorista, el control de la seguridad en los aeropuertos es un servicio que deba estar en manos de una empresa privada, como las cafeterías, o una tarea que corresponde necesariamente a la policía).
Barcelona ha sido también escenario primigenio y principal de la burbuja turística, que es una manifestación más de otro de los problemas globales de nuestro tiempo: los flujos masivos de personas a través de las fronteras, sean en forma de movimientos migratorios o de oleadas turísticas. Lo que también tiene impacto sobre la seguridad y aumenta el peligro terrorista. En todo caso, algo que no puede solucionarse con ordenanzas municipales.
Y después, el atentado. Aquí sí que no hay desconexión que te proteja. Este terrorismo suicida de nuestra época solo tiene una medicina: unidad institucional, cooperación internacional y coordinación de los servicios de información. Aunque no lo reconozca, seguro que ante la amenaza terrorista a Puigdemont le tranquiliza saber que puede contar con la ayuda de los servicios de seguridad del Estado, con la información del CNI y con el amparo de la comunidad internacional a través del gobierno español.
Por favor, reordenen sus prioridades. En septiembre viene la Diada, que pretenderán masiva; y después, un extenso programa de movilizaciones, con cientos de miles de personas respaldando elreferéndum secesionista. Me parece legítimo. Pero en esta situación, la primera obligación de un gobernante no es agitar, sino explicar a los ciudadanos cómo se va a proteger su seguridad cuando salgan a la calle a ejercer su derecho de manifestación.
Por decirlo en términos freudianos, el 'procés' representa (para sus promotores) el principio de placer y todo lo demás el principio de realidad. Ojalá Puigdemont y los que lo acompañan se instalen definitivamente en el segundo, porque este atentado no puede ser ni será un paréntesis para regresar a la ensoñación.
Nada sirve de consuelo por las vidas perdidas y las malheridas en el crimen terrorista de Las Ramblas. Pero dentro del horror, estremece pensar en lo que pudo haber sucedido si el plan de los asesinos hubiera tenido éxito. Esta vez se pretendía un atentado parecido al 11-S de Nueva York o al 11-M de Madrid: centenares de muertos y miles de heridos, probablemente acompañados por el derrumbamiento de algún edificio de gran valor simbólico. Si estamos conmocionados por esta matanza, piensen cómo podríamos estar.