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Mariano el intrépido o la independencia que duró tres horas
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Mariano el intrépido o la independencia que duró tres horas

La independencia de Cataluña duró tres horas: las que transcurrieron desde que Forcadell leyó el resultado de una votación chapucera y vergonzante en un Parlament semivacío

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tras el Consejo de Ministros en la Moncloa. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tras el Consejo de Ministros en la Moncloa. (Reuters)

La independencia de Cataluña duró tres horas: las que transcurrieron desde que Forcadell leyó el resultado de una votación chapucera y vergonzante en un Parlament semivacío hasta que Mariano Rajoy, para asombro de todos, ejecutó el movimiento más arriesgado de su carrera política –y, probablemente, lo más audaz que se ha visto en la política española desde los tiempos de Adolfo Suárez– .

En el enloquecido túrmix del día anterior, Carles Puigdemont quedó desnudo como el patético pelele que siempre fue: incapaz de dirigir a los suyos, de alcanzar un acuerdo y sostenerlo, negociador de su impunidad judicial y la de sus compadres a cambio de entregar el 'procés', asustadizo ante los primeros gritos de traidor en la calle, interlocutor fiable para nadie (que se lo pregunten a Urkullu). El jueves, la autoridad política y moral del ya 'expresident' quedó hecha un guiñapo y el movimiento independentista virtualmente descabezado.

placeholder Fuegos artificiales, 'senyeres' y 'estelades' en la plaza de Sant Jaume tras la votación de la independencia. (Reuters)
Fuegos artificiales, 'senyeres' y 'estelades' en la plaza de Sant Jaume tras la votación de la independencia. (Reuters)

A partir de ahí, todo fue sucediendo según lo previsto: sesión del Senado para aprobar el 155 y, en paralelo, sesión del Parlament para votar la independencia. Se cumplió la liturgia callejera de la DUI, incluido el arriado de la bandera española en Sant Jaume; aunque era una euforia de cartón piedra, porque los mismos que daban la bienvenida a la república sabían que estaban en la víspera de regresar a la preautonomía. En realidad, fue una DUI melancólica, como melancólico fue el trámite en el Senado de un 155 que nadie quería y que nos adentraba en un desfiladero escarpado e ignoto del que solo cabía esperar amarguras.

Resignados los unos a su melancólica alegría fingida y los otros a nuestra melancólica depresión revestida de firmeza democrática, todo cambió cuando Rajoy, el intrépido, pateó el tablero en los dos últimos minutos de su comparecencia tras el Consejo de Ministros.

La jugada es de una simpleza y de una lógica apabullantes. Nos hemos hartado de señalar las dificultades que conlleva la aplicación del 155

“Hoy he disuelto el Parlamento de Cataluña y el próximo 21 de diciembre se celebrarán elecciones autonómicas en esa comunidad autónoma”. Veinte palabras que alteran por completo el marco de este conflicto, desmontan análisis de laboratorio, desarbolan estrategias y obligan a reconsiderar de una vez todos los tópicos e ideas prefabricadas sobre el pelaje político de Rajoy.

Nadie puede decir que lo vio venir. Sin embargo, la jugada es de una simpleza y de una lógica apabullantes. Nos hemos hartado de señalar las enormes dificultades que conlleva la aplicación del 155 sobre el terreno. Sostener una prolongada intervención del Gobierno sobre la administración catalana, en un entorno hostil, era a la vez incierto y potencialmente destructivo. Nada garantizaba que esa intervención llegara a ser plenamente efectiva; y aunque lo fuera, el desgaste resultaría difícil de soportar. En el mejor de los casos, la capacidad del Estado para imponer su autoridad estaría cuestionada cada día. En el peor, se crearía una dualidad de poderes con tendencia a cronificarse, el camino de la 'ulsterización'.

Había, pues, que reducir al mínimo imprescindible el tiempo de exposición al efecto abrasivo de la intervención. Un 155 quirúrgico, pero rápido (cuanto más tiempo permaneciera abierta la herida, mayor el peligro de infección mortal). ¿La solución? Si un gobierno y un parlamento se han sublevado, lo que corresponde es quitarlos de en medio y sustituirlos cuanto antes por otro gobierno y otro parlamento. Y la única forma de hacer eso en una democracia es mediante elecciones.

Rajoy ha convocado las elecciones que Puigdemont estuvo a punto de convocar el día anterior y no se atrevió o no le dejaron hacerlo. Las elecciones que le reclamaban Rivera y Sánchez mientras él se hacía el remolón. Las que muchos considerábamos inviables por el seguro boicot de los independentistas.

Es difícil de imaginar que los que hoy han declarado la independencia reconozcan esta convocatoria como legítima. Pero pueden pasar tres cosas…

Pueden boicotearlas y no participar en ellas. En ese caso competirán solo los partidos constitucionalistas (con la duda estratégica de Colau) y la participación será previsiblemente baja. Se cuestionará con razón su representatividad. Pero en la práctica, en enero habrá una Generalitat leal. Los rebeldes de hoy seguirán atizando el conflicto en la calle, pero estarán fuera de la instituciones y sin poder manejar los 50.000 millones de los presupuestos para financiar la insurrección. Se acabó el chollo de ser a la vez sistema y antisistema.

placeholder Carles Puigdemont (c) junto a Oriol Junqueras y Carme Forcadell en el Parlament. (EFE)
Carles Puigdemont (c) junto a Oriol Junqueras y Carme Forcadell en el Parlament. (EFE)

Es suministrarles una dosis de su propia medicina. Si se puede declarar la independencia con el 40% de los votos e ignorando a medio país, también se puede elegir a un parlamento de esa manera. Además, ¿no habíamos quedado en que votar nunca puede ser malo?

Pueden resignarse y participar en las elecciones con la esperanza de ganarlas. Pero ello supondría, política y moralmente, renunciar a todo lo que han dicho y hecho en estos años –singularmente, desde el 6 de septiembre–. Aceptar el marco y las reglas de juego del 'invasor'. Tras semejante claudicación, dudo mucho de que sea posible volver a embarcar a dos millones de personas en una nueva aventura hacia el disparate.

Sí, pueden ganar. Pero siempre les resultará más difícil conseguirlo sin la regadera del poder para manipular campañas y comprar voluntades.

Que nadie piense que esta solución posee propiedades mágicas. El conflicto de fondo estará lejos de haberse arreglado. Requerirá años

Y también pueden dividirse: que unos decidan participar y otros no. En tal caso, bingo. Los que participen tendrán un lugar confortable en el espacio de la legalidad institucional y los que se queden fuera, a pasar frío.

Que nadie piense que esta solución posee propiedades mágicas. El conflicto de fondo estará lejos de haberse arreglado. Eso va a requerir años de trabajo inteligente y paciente: los presidentes que sucedan a Rajoy seguirán teniendo el problema de Cataluña en el primer lugar de sus preocupaciones. Por supuesto, en algún momento habrá que volver a unas elecciones normales, convocadas por un Gobierno de Cataluña, al amparo del Estatuto y no del 155 y con el reconocimiento y la participación libre de todas las fuerzas políticas.

Pero mientras eso llega, este recurso de excepción puede ser lo más funcional para salir con bien, por el momento, del embrollo gigantesco en el que estamos metidos.

Una vez convocadas estas elecciones, que salieran mal sería una catástrofe irreversible. Llamo salir mal a que de aquí al 21-D se convierta en un caos

También es el más exigente en el corto plazo. Y el más arriesgado. Porque una vez convocadas estas elecciones, que salieran mal sería una catástrofe irreversible. Llamo salir mal a que el proceso de aquí al 21 de diciembre se convierta en un caos ingobernable. Eso puede ocurrir, de hecho fuerzas muy poderosas se volcarán para que ocurra.

Evitarlo exige que el Gobierno se haga inmediatamente con todos los resortes de poder efectivo. Solo así se podrá garantizar un proceso electoral ordenado y a salvo de sabotajes. Un 155 gradual, como algunos pedían, pero con la graduación invertida: de más a menos.

Esta vez, Mariano se ha jugado el resto. Por una vez, parece que se propone hacer que la faena esté a la altura del peligro del toro, que es máximo. Contengan la respiración; pero mientras tanto, ayuden, coño, por la cuenta que nos trae.

La independencia de Cataluña duró tres horas: las que transcurrieron desde que Forcadell leyó el resultado de una votación chapucera y vergonzante en un Parlament semivacío hasta que Mariano Rajoy, para asombro de todos, ejecutó el movimiento más arriesgado de su carrera política –y, probablemente, lo más audaz que se ha visto en la política española desde los tiempos de Adolfo Suárez– .

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