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La cuestión lingüística: ¿se trata de educación o de la patria?
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La cuestión lingüística: ¿se trata de educación o de la patria?

No deja de ser chocante que se defienda el derecho de los padres a decidir sobre la formación de sus hijos en todos los aspectos… excepto en el más básico, que es la lengua

Foto: Jóvenes pegan pancartas en una escuela catalana. (Reuters)
Jóvenes pegan pancartas en una escuela catalana. (Reuters)

Hay muchas formas de abordar la cuestión lingüística en la educación en Cataluña. La peor de ellas es prender fuego a un debate altamente combustible porque las encuestas nos tienen asustados. Este problema es demasiado serio y demasiado explosivo para dejar que jugueteen con él asesores de comunicación y especuladores demoscópicos.

El Gobierno jamás habría provocado esta polémica si no sintiera la urgencia de defenderse de la invasión por Ciudadanos de su espacio electoral. Pertenece al mismo género de reacción que aprovecharse del caso Diana Quer y similares atizando el debate sobre la prisión permanente revisable (eufemismo de la cadena perpetua). Una forma atolondrada de agitar el gallinero para espantar al zorro. Me temo que para salvar al PP del declive electoral se va necesitar algo más que el manido recurso de excitar los instintos primarios de su clientela tradicional.

Foto: El presidente Javier Lambán, acompañado del dirigente aragonés Carlos Pérez Anadón, este 17 de febrero en Aranjuez. (EFE)

El problema de fondo es complejo donde los haya. Duran i Lleida suele repetir que el nacionalismo catalán no tiene, como otros, una base étnica, ni racial ni religiosa: su raíz y su razón de ser son fundamentalmente culturales y lingüísticas. En consecuencia, afirma, hay que tratar ese tema con extrema mesura, porque se está tocando la fibra más profunda y sensible. Tiene razón, siempre que se exija la misma prudencia a todas las partes. Y en la historia reciente de esta cuestión, la cautela ha sobrado en el Estado y ha brillado por su ausencia en los gobiernos nacionalistas de la Generalitat —en todos, incluido el tripartito—.

La lógico es que en una sociedad oficialmente bilingüe la educación lo sea también. No puede sostenerse que se trate a una lengua oficial como una de las antiguas 'marías', despachándola con un par de clases a la semana. Eso, además, choca con la realidad social de Cataluña: el propio Centre d'Estudis d'Opinió (el CIS catalán) nos ofrece el autorretrato perfecto de una sociedad lingüísticamente mestiza:

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Si el sistema educativo rompe ese equilibrio natural, es que estamos ante una operación, sostenida durante años, orientada a trasformar progresivamente a un colectivo legal y espontáneamente bilingüe en monolingüe, utilizando la escuela como herramienta. No es un problema de origen social que la política deba resolver, sino lo contrario: un venenoso conflicto político programadamente inoculado en la sociedad desde el poder.

Espero que algún día se explique el alcance del inquietante término 'inmersión' aplicado a la política educativa. Pero no deja de ser chocante que se defienda el derecho de los padres a decidir sobre la formación de sus hijos en todos los aspectos… excepto en el más básico de todos, que es la lengua.

Otra cosa es la legalidad y la oportunidad de la iniciativa del Gobierno. Ya he dicho que, a mi juicio, su motivación inmediata es bastarda y torpemente electoral. Aparentemente, tienen razón quienes sostienen que es abusivo prevalerse de una circunstancia excepcional y transitoria como la aplicación del 155 para cambiar el modelo educativo en Cataluña; máxime cuando se sabe que en cuanto se solucione el quilombo de la investidura, el Gobierno nacionalista tardará cinco minutos en revertir esa decisión.

Otra cosa es la legalidad y la oportunidad de la iniciativa del Gobierno. A mi juicio, su motivación inmediata es bastarda y torpemente electoral

Pero aparentemente (en la política española ya todo es apariencia) también tiene razón el Gobierno cuando explica que el 155 fue necesario precisamente porque en Cataluña no se respetaba la ley ni se obedecían las sentencias del Tribunal Constitucional. Y la medida que ahora se propone no contiene un cambio legal del marco educativo vigente en Cataluña, sino una actuación administrativa para cumplir un mandato del alto tribunal sistemáticamente ignorado por los sucesivos gobiernos de la Generalitat. No hacerlo, sostiene Moncloa, sería reincidir en el desacato, y ahora seríamos nosotros los responsables.

Todos esos enfoques son pertinentes. Lo asombroso es que casi nadie ponga el foco en la dimensión más trascendente, que es la académica. Estamos ante una gigantesca batalla política, legal, electoral, identitaria. Pero apenas se habla de quienes deberían ser los máximos protagonistas del debate, los jóvenes escolares de Cataluña; interesa poco o nada dilucidar qué modelo lingüístico sería mejor para su formación, su enriquecimiento personal y su capacitación para el futuro.

Además del catalán y el español, está el inglés. Cada uno puede desear que sus hijos usen más o menos una de las dos lenguas oficiales, y en eso es determinante lo que escuchen en sus casas. Pero no conozco a nadie dispuesto a renunciar a que se expresen perfectamente en la que ya es lengua franca en el mundo entero, y eso solo se logra si el idioma inglés es tan vehicular en los colegios como el que más. No soy experto en la materia pero, precisamente por ello, me interesa mucho la opinión de los pedagogos sobre las ventajas e inconvenientes de que un niño sea educado simultáneamente en tres idiomas. Por lo que conozco, la cuestión no es precisamente pacífica entre los educadores.

Lo asombroso es que casi nadie ponga el foco en la dimensión más trascendente, que es la académica

Aquí no están principalmente en juego el ser y la esencia de Cataluña o de España, o una guerra de competencias entre administraciones, o la conquista de un espacio electoral, o la autoridad política de un Gobierno. Todo eso debería palidecer ante lo único nuclear, que es dar la mejor formación posible a las personas cuya edad les impide elegir por sí mismas, que sería lo ideal.

Estoy hasta el gorro de discusiones de política educativa en las que importa todo menos los educandos, de sesudos textos sobre política sanitaria en los que nunca se habla de los enfermos ('usuarios' los llaman), de diseños urbanísticos en los que parecen no existir los urbanitas… En definitiva, de políticos que fingen hablar de nosotros pero, en realidad, cualquiera que sea el tema de conversación, solo hablan de ellos y entre ellos.

Si yo viviera en Cataluña y tuviera que decidir sobre la educación de mis hijos, pensaría únicamente en su mejor futuro; y me importaría un higo si tal medida del Gobierno central es un insulto a la identidad nacional de Cataluña o si la sospechosa política de inmersión lingüística de los nacionalistas debilita la unidad de España. Quizá por eso nunca seré un buen patriota.

Hay muchas formas de abordar la cuestión lingüística en la educación en Cataluña. La peor de ellas es prender fuego a un debate altamente combustible porque las encuestas nos tienen asustados. Este problema es demasiado serio y demasiado explosivo para dejar que jugueteen con él asesores de comunicación y especuladores demoscópicos.