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El regocijo de que te violen
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El regocijo de que te violen

Si una mujer ve venir a tres hombres, el temor ya está ahí. Y si la rodean, la intimidación existe antes de que nadie pronuncie una palabra

Foto: Concentración en Pamplona contra la sentencia de La Manada. (EFE)
Concentración en Pamplona contra la sentencia de La Manada. (EFE)

En una noche de sanfermines, cinco individuos se encuentran con una chica que, probablemente ebria, accede a acompañarlos. En cierto momento, la introducen en un pequeño habitáculo dentro de un portal, la rodean y, tras quitarle la ropa, la penetran repetidamente por todos los orificios de su cuerpo, le roban el teléfono y abandonan el lugar.

El testimonio de la denunciante, la relación de hechos probados de la sentencia e incluso el voto particular del magistrado discrepante coinciden básicamente en este relato. Se disiente en la interpretación de los hechos, no en los hechos mismos. Así pues, la diferencia no está en los ojos, sino en las mentes.

Muchos -y casi todas- creemos estar ante una violación. Los dos magistrados que redactaron la sentencia observan un acto sexual no consentido -lo que lo convierte en un abuso-, pero sin intimidación o violencia. Por su parte, el magistrado González solo ve en esos hechos (que no niega) “una cruda y desinhibida relación sexual entre cinco varones y una mujer, en un ambiente de jolgorio y regocijo en todos ellos”.

Esas tres interpretaciones tan distintas de un mismo suceso son el reflejo de códigos culturales e ideológicos contrapuestos entre sí

Esas tres interpretaciones tan distintas de un mismo suceso son el reflejo de códigos culturales e ideológicos contrapuestos entre sí, cada uno de ellos válido para quien lo alberga. El derecho no es una ciencia, sino la expresión normativa de los valores socialmente dominantes en cada lugar y en cada momento histórico. Por eso la Constitución dice que “la Justicia emana del pueblo” y encarga la tarea de legislar a quienes lo representan. Y la Justicia, diga lo que diga el refrán, afortunadamente no es ciega. Tiene ojos, percibe la realidad y evoluciona con ella, aunque no siempre de manera uniforme y casi nunca al mismo ritmo.

Cuando el desfase entre los códigos sociales y los legales o judiciales se hace estridente en un caso que toca el nervio moral más sensible de nuestra época, sucede lo que ha sucedido con la sentencia de la manada: una convulsión colectiva tan inédita como saludable.

Quien presente esto como la defensa de una justicia popular que pasaría por encima de la ley o con la pretensión de que la calle -o los medios, o las redes sociales- deban instituirse en tribunales de facto que se imponen a los de iure comete, como mínimo, una manipulación bastarda. Tan pernicioso es el populismo antijudicial de algunos como la petrificación corporativa de la justicia que defienden otros.

Tan pernicioso es el populismo antijudicial de algunos como la petrificación corporativa de la justicia que defienden otros

Ha costado llegar hasta aquí, pero en la tercera década del siglo XXI muchos –y casi todas- creemos que cualquier relación sexual no consentida por ambas partes es una agresión contra la soberanía de cada ser humano sobre su cuerpo. Queremos sustituir el principio de que “donde no hay un no puede haber un sí” por su contrario: lo que no es un sí –un sí libre-, debe ser tomado como un no. Y deseamos que eso se lleve a la ley y se convierta en doctrina judicial.

Obviamente, ni el Código Penal establece con claridad suficiente ese criterio ni los magistrados de Pamplona lo comparten. Los jueces Cobo y Fernandino entienden que se puede imponer a una mujer sexo no consentido sin violentarla o intimidarla. ¿Cómo? Según el articulo 181, eso sucede cuando la víctima está privada de sentido o con su voluntad anulada por el efecto de alguna droga. Es decir, que en este caso han reconocido abuso únicamente porque la chica estaba borracha. Si hubiera estado sobria la sentencia habría sido absolutoria, puesto que, según esos dos jueces, nadie la intimidó.

Foto: Rafael Catalá, ministro de Justicia. (EFE)

Lo del juez Rodríguez es distinto. Quizá su elaboradísimo voto particular sea técnicamente más coherente que la sentencia de sus colegas, que huele a apaño. Pero hay muchas formas de argumentar que no se aprecia delito sin necesidad de ensañarse sádicamente con la presunta víctima. El diccionario define regocijo como “intensa alegría o júbilo”. ¿De verdad cree Rodríguez que eso sintió la chica aquella noche en aquel portal de Pamplona? Porque si lo cree, quien tiene un problema es él.

Esto del consentimiento y la intimidación, lejos de ser un mero asunto de técnica jurídica, encierra una cuestión ideológica esencial. Si una mujer ha de negarse expresamente a obedecer las órdenes o resistirse físicamente a que usen su cuerpo cinco matones dispuestos a ello, eso supone obligarla a poner en peligro su vida para demostrar que su voluntad se ha violado. Algo que jamás me exigiría a mí ese mismo tribunal si denunciara y demostrara que varios individuos me rodearon para que les entregara la cartera. En tal caso, mi no resistencia se tomaría como la prudencia elemental de una persona sensata. Pero tratándose de mujeres y de sexo, la cosa cambia: ya se sabe que hay mucha pelandusca que disfruta con estas cosas. Es ese doble rasero lo que subleva a las mujeres, con mucha razón.

En esta sociedad que se considera civilizada, la mitad de la población siente miedo varias veces al día en todos los días de su vida

A los hombres nos cuesta entender que para las mujeres la intimidación no es algo excepcional, sino pura cotidianeidad. Si yo voy caminando de noche por una calle solitaria y veo venir a tres mujeres, no siento ninguna inquietud. Si una mujer ve venir a tres hombres, el temor ya está ahí. Y si la rodean, la intimidación existe antes de que nadie pronuncie una palabra. Para un hombre haciendo autostop, que le pare una mujer y le abra la puerta de su coche es una oportunidad, cuando no una invitación; para ellas, subirse al coche de un desconocido es un riesgo. Podría poner mil ejemplos más. En esta sociedad que se considera civilizada, la mitad de la población siente miedo varias veces al día en todos los días de su vida.

En 2016, la policía española conoció 11.000 casos de presuntos delitos contra la libertad sexual. Solo hubo 6.300 detenidos, y solo 2.700 condenas. Tres de cada cuatro denuncias se extraviaron por el camino. En ese mismo año, en Francia, en Alemania y en Reino Unido hubo más de 20.000 sentencias por esos delitos. ¿es que allí hay muchos más violadores o es que las leyes son más claras y la justicia más eficiente?

Foto: Una reunión de la Subcomisión del Congreso que ha puesto las bases para el Pacto de Estado. (EFE)

El Parlamento y el Tribunal Supremo tienen una ocasión magnífica para clarificar lo que ahora está oscuro, y de paso sincronizar sus relojes con la conciencia social de nuestro tiempo. No hay muchas causas capaces de unir a todo lo que hay entre Irene Montero y Ana Botín.

Sí, este es el segundo capítulo del 8 de marzo, y vendrán muchos más porque esto ya es imparable. Que a nadie le extrañe mientras jueces como el señor Rodríguez sientan la vocación de dedicar 250 páginas a explayarse sobre el regocijo de que te violen.

En una noche de sanfermines, cinco individuos se encuentran con una chica que, probablemente ebria, accede a acompañarlos. En cierto momento, la introducen en un pequeño habitáculo dentro de un portal, la rodean y, tras quitarle la ropa, la penetran repetidamente por todos los orificios de su cuerpo, le roban el teléfono y abandonan el lugar.

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