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El pecado original del Gobierno Sánchez: redención o castigo eterno
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El pecado original del Gobierno Sánchez: redención o castigo eterno

Para salir con bien de este envite, necesita que se den, al menos, una cierta lealtad de las fuerzas que lo han llevado al Gobierno y dejar habilitado algún espacio de entendimiento con el PP

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez, promete su cargo ante el Rey. (EFE)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, promete su cargo ante el Rey. (EFE)

Cualquiera que lleve algunos años estudiando a la opinión pública sabe que la mayoría coincide en detestar que el destino político de España se ponga de forma recurrente en manos de los partidos nacionalistas.

Esto es muy anterior al 'procés', a Pedro Sánchez e incluso a Rajoy (si es que existe algo anterior a Rajoy). Forma parte de la imagen de marca de la era bipartidista. Así es como muchos lo perciben desde tiempo inmemorial: los dos grandes partidos se disputan el poder. Cuando uno de ellos dos gana la mayoría absoluta, gobierna con el rodillo. Cuando ninguno la consigue, se llama a los nacionalistas para que ejerzan de árbitros a cambio de un jugosísimo botín. No solo se les reconoce el derecho de pernada en sus territorios, sino también la facultad de decidir sobre el país de todos.

Eso produce en la sociedad española una irritación profunda y, como ahora se dice, transversal. De hecho, puede que ahí se encuentre el secreto de la explosión electoral del partido de Rivera, que ha detectado esa tecla emocional y saca petróleo de ella tocándola sin cesar —últimamente, aporreándola sin pudor—.

Esto se soportó, mal que bien, mientras el trueque consistía en dinero y privilegios a cambio de gobernabilidad. Pero el umbral de tolerancia social ha sido totalmente rebasado desde que el precio del chantaje es la quiebra del Estado, y quien se presta a él juega con fuego.

Regresó el sabor de la vieja política al ver a los dos dinosaurios del bipartidismo, PP y PSOE, en puja desesperada por el tesoro de los cinco votos del PNV que darían el poder a Mariano o a Pedro. Los 'burukides' primero hicieron caja en el mostrador del PP votando los Presupuestos de Rajoy y después en el del PSOE entregando el Gobierno a Sánchez. Quizás un poco más obsceno de lo habitual, pero nada nuevo por ese lado.

Pero Sánchez necesitaba más para alcanzar la meta. Como le sobran el arrojo y la determinación que hace tiempo perdieron sus adversarios internos y externos, se lanzó a asaltar los cielos (toma nota, Pablo) improvisando en una semana una coalición del PSOE con la Confederación de Nacionalismos Ibéricos (el PNV y Bildu más todos los nacionalismos que habitan en las confluencias podemitas, más los separatistas catalanes que vienen de sublevarse contra el Estado). Así ha visto la luz el primer Gobierno europeo fruto de la alianza de la socialdemocracia con todas las corrientes del nacionalpopulismo.

El éxito no se discute. Con un solo golpe de audacia extrema, ha llevado a su partido del melancólico foso de las encuestas a un Gobierno monocolor

El éxito no se discute, y este triunfo táctico de Sánchez es espectacular. En una semana y con un solo golpe de audacia extrema, ha llevado a su partido del melancólico foso de las encuestas a un Gobierno monocolor que tendrá el único soporte asegurado de 84 diputados, que representan el 24% de la Cámara. De paso, ha obligado a sus rivales a pasar una temporada en talleres (PP), reconocer y expiar sus errores de marzo del 16 (Podemos) o perder la atención de los focos y el estrellato de la función (Ciudadanos). En términos de efectividad, no se puede pedir más.

No obstante, este Gobierno nace con el estigma de su alianza circunstancial con los secesionistas, que pesará como una losa sobre su desempeño y marca la línea principal que determinará si esta aventura está destinada a la gloria o a la condena.

Por el hecho de haber llegado al poder apoyándose en los partidos separatistas, la suerte del Gobierno Sánchez queda ligada a lo que suceda a partir de ahora en Cataluña. Nada pesará más que eso sobre el juicio que finalmente formule la sociedad española. Un juicio que será conclusivo y duradero.

Foto: Presupuestos 2018

Si, tras haber conseguido el apoyo de los independentistas, el nuevo Gobierno consigue controlar la pulsión insurreccional y comienza a reconducir el conflicto de Cataluña hacia la senda de una cierta racionalidad institucional, el pecado original del pacto impuro quedará redimido y obtendrá la absolución social y la legitimación política (la constitucional ya la tiene) de su abrupto nacimiento. Sería uno de esos logros que justifican todo el ejercicio de un Gobierno.

Pero si, por el contrario, el conflicto catalán se le va de las manos como a su antecesor, el poder recién recobrado de la Generalitat se revuelve de nuevo contra el Estado y retornan las provocaciones y los conatos de rebelión, no habrá perdón para este Gobierno, para su presidente ni para el partido que sustenta a ambos. En tal caso, la forma en que ha alcanzado su indiscutible triunfo de hoy sería la piedra que lo sepulte mañana. Y no habrá agenda social que pueda evitarlo.

La estrategia de asfixia controlada que Rivera ha aplicado a Rajoy será una broma al lado de la lenta tortura a la que Iglesias puede someter a Sánchez

El problema es que eso mismo lo saben también los demás. Y para salir con bien de este envite —no solo en lo que se refiere a Cataluña, sino a casi todo lo que tiene por delante— no le basta con tener acierto, suerte y el apoyo cerrado de su exigua tropa parlamentaria. Necesita que se den, al menos, otras dos condiciones políticas.

La primera, una cierta lealtad de las fuerzas que lo han llevado al Gobierno. De los nacionalistas, sí; pero sobre todo de Podemos. Para Iglesias, una cosa es amontonar diputados para echar a Rajoy y otra permitir que el PSOE se dispare electoralmente a su costa. Por eso su advertencia ha sido inequívoca: si compartimos el poder, seremos 156. Si no, te las arreglas con tus 84 y prepárate para lo peor. La estrategia de asfixia controlada que Rivera ha aplicado a Rajoy será una broma al lado de la lenta tortura a la que Iglesias puede someter a Sánchez si se pone a ello.

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, interviene en el debate de la moción de censura presentada por el PSOE. (EFE)

La segunda condición es dejar habilitado, en medio de la conflagración política que se avecina, algún espacio de entendimiento con un PP malherido y sediento de venganza. Por si hace falta, que la hará: tanto para hacer frente a posibles emergencias de Estado como para emprender algunas reformas que solo pueden avanzar por la vía del consenso. Los precedentes del PP en la oposición no invitan al optimismo, pero mayores milagros se han visto.

Lo de Ciudadanos es distinto. Desde hoy, sus 32 escaños vuelven a valer solo 32. Siguen teniendo la eficacia del discurso, que puede hasta incrementarse; pero, de momento, les han privado de la llave de la despensa y todos los cañones apuntan hacia ellos. Así que para seguir volando como hasta ahora, les toca recapitular y reconstruir el plan.

Cualquiera que lleve algunos años estudiando a la opinión pública sabe que la mayoría coincide en detestar que el destino político de España se ponga de forma recurrente en manos de los partidos nacionalistas.

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