Una Cierta Mirada
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Vox y las mujeres: un caso de extrema estupidez
Es un error mayúsculo, de los que se pagan durante mucho tiempo, que la condición esgrimida sea la derogación de las leyes que protegen a las mujeres de la violencia
A los partidos nuevos que emergen súbitamente les ocurre como a los recién nacidos: sus primeros movimientos se incorporan a su carné de identidad y los primeros errores se convierten en estigmas que los marcan de por vida. Podemos continúa pagando algunos de los disparates de sus rutilantes albores, como el de entronizar al chavismo como ejemplo de democracia avanzada.
Es lógico que Vox trate de hacer valer su apoyo al gobierno que formarán el PP y Ciudadanos en Andalucía. Igual que el partido de Rivera se pone guantes quirúrgicos para descontaminar el hecho objetivo de que Juan Marín será vicepresidente de Andalucía con los votos de un partido extremista y destituyente, los recién llegados al Parlamento se sienten obligados a exhibir su músculo poniendo condiciones para un respaldo que darán en todo caso.
Es un error mayúsculo, de los que se pagan durante mucho tiempo, que la condición esgrimida sea la derogación de las leyes que protegen a las mujeres de la violencia (presumo que se refieren a las normas aprobadas al respecto por el parlamento andaluz, con el voto favorable de sus próximos socios de mayoría).
Es un estupidez exigir eso porque, aun en el caso de que lo consiguieran –lo que no sucederá-, la Ley nacional permanecería en vigor en Andalucía y el Gobierno de la Junta estaría obligado a cumplirla en todos sus extremos. De hecho, no hay en las normas andaluzas ninguna garantía sustancial que no esté ya contemplada por la ley estatal.
Es un error mayúsculo que la condición esgrimida sea la derogación de las leyes que protegen a las mujeres de la violencia
Además, no bastaría con derogar esas leyes; habría que hacerlo también con el artículo 16 del Estatuto (“Las mujeres tienen derecho a una protección integral contra la violencia de género, que incluirá medidas preventivas, medidas asistenciales y ayudas públicas”). Lo que exige una mayoría de dos tercios que es imposible alcanzar. Así que, además de torpe y reaccionaria, la exigencia de Vox es inviable.
Es torpe plantearlo como condición 'sine qua non' porque se la comerán; y además de terminar mostrando más debilidad que fortaleza, proporcionan a PP y Cs una excelente oportunidad de exhibir autonomía, moderación y compromiso con las víctimas de la violencia machista.
Una cosa es escandalizar durante la campaña, siguiendo el modelo exitoso de Trump y Bolsonaro, y otra hacer pivotar una negociación de poder sobre una exigencia que ni siquiera será tomada en consideración, dejando al chantajista en situación desairada.
Se dirá que la bravata tiene intención propagandística, destinada a satisfacer a aquella parte de la sociedad que recela de las llamadas “políticas de género” (horrible jerigonza que designa a las medidas que impulsan la igualdad entre sexos y protegen específicamente los derechos de las mujeres). Pero si es así han errado el tiro, porque hasta los más encarnizados adversarios de la llamada “discriminación positiva” se detienen ante la evidencia de las mujeres agredidas y asesinadas por el cavernario instinto de posesión.
Mucha gente lamenta los supuestos excesos del feminismo y de las políticas públicas que lo promueven. Pero no he escuchado a ningún ser civilizado, hombre o mujer, reclamar que se deje de combatir la violencia contra las mujeres; y si alguno íntimamente lo deseara, se cuida de expresarlo en voz alta, porque es de esas cosas que no pueden explicarse en el siglo XXI sin ser visto como un cafre.
Resulta paradójico que el partido aparentemente más defensor de los principios sacrosantos de la ley y el orden levante la bandera de la impunidad de una de las más detestables formas de criminalidad. La coherencia con sus principios debería llevarlos más bien a reclamar penas más duras contra los delincuentes.
Este movimiento voxístico es también desastroso como operación de marketing. Porque no ataca al feminismo, sino a las mujeres. Todas ellas, jóvenes o mayores, feministas o no, conocen lo que es pasar miedo al atravesar una calle oscura. Todas se saben víctimas potenciales. Podrán discrepar de muchas otras piezas del arsenal de políticas igualitarias, pero ninguna que esté en sus cabales, ni siquiera si vota a Vox, agradecería que se retiraran las medidas que combaten la barbarie machista.
Cunde entre los opinadores una mitificación papanatas de la habilidad táctica y propagandística de los populismos, a los que se atribuye un olfato privilegiado para detectar corrientes profundas de opinión y hallar pasiones oscuras que anidan en el cuerpo social, esperando que alguien las transforme en producto político. Con frecuencia es así, pero no siempre. A veces la cagan como el que más, y esta es una de ellas. Se mire como se mire, no hay razón ideológica, ni táctica, ni de comunicación que haga pensar que Vox obtendrá ventaja alguna de este disparate.
Es posible que Abascal especule con dar un apoyo a plazos: abstención en la primera votación y voto favorable en la segunda
A Santiago Abascal, que no es precisamente un genio de la política florentina, se le transparentan las intenciones. Escenificará, entre rugidos y golpes de pecho, todo el ritual gorilesco previo al apareamiento. Convertirá el voto de su partido en el protagonista absoluto del proceso negociador y de la investidura. Incluso es posible que especule con dar un apoyo a plazos: abstención en la primera votación –para que quede claro que Moreno y Marín no son nada sin él- y voto favorable en la segunda.
Pero por el camino podrían saltar sorpresas. Si en el período de consultas Moreno Bonilla sólo fuera capaz de acreditar el apoyo de 47 diputados (los 26 del PP y los 21 de Ciudadanos) y Susana Díaz pudiera afirmar que dispone de 50 (los 33 del PSOE y los 17 de Adelante Andalucía), la presidenta del Parlamento no tendría otra decisión presentable que proponer a la socialista como primera candidata a la investidura. Sería para perder, por supuesto. Pero por distintas razones, Díaz (abiertamente) y Rivera (discretamente) brindarían por el gambito.
Y si la negociación se emponzoñara más de lo previsto y por culpa de Vox se desembocara en una repetición de elecciones, no sería fácil explicar que la siniestra causa del siniestro fue eliminar la ley de violencia contra las mujeres, que a muchos votantes (y a casi todas las votantes) de Vox les parece perfectamente razonable.
John Churton Collins aconsejaba no tomar como maldad lo que puede ser explicado como estupidez. También la estupidez puede ser extrema
Puesto a buscar pretextos para poner precio a su voto, hay en el Estatuto andaluz (copiado del catalán en su mayor parte) multitud de aspectos cuya impugnación sería mucho más gratificante para una clientela como la de Vox. Sin ir más lejos, el artículo 1, que define a Andalucía como una nacionalidad histórica.
John Churton Collins aconsejaba no tomar como maldad lo que puede ser explicado como estupidez. También la estupidez, cono la derecha y la izquierda, puede ser extrema. Es el caso.
A los partidos nuevos que emergen súbitamente les ocurre como a los recién nacidos: sus primeros movimientos se incorporan a su carné de identidad y los primeros errores se convierten en estigmas que los marcan de por vida. Podemos continúa pagando algunos de los disparates de sus rutilantes albores, como el de entronizar al chavismo como ejemplo de democracia avanzada.