Una Cierta Mirada
Por
Tres candidatas de tronío y una vicepresidenta en ciernes
Álvarez de Toledo, Arrimadas y Monasterio muestran una densidad política de la que carecen Casado, Rivera y Abascal. Montero será la candidata para ocupar una vicepresidencia del Gobierno
En esta campaña de hombres, las estrellas verdaderas son las mujeres. Mientras los líderes principales se regatean entre sí, se provocan y se escabullen, se intercambian baladronadas mientras escurren el bulto y exhiben una colección completa de insuficiencias y mediocridades, sus coronelas brillan con luz propia.
Emergen en la derecha tres figuras femeninas muy diferentes entre sí, pero todas más capaces y valiosas que sus jefes. Piensan mejor, se expresan mejor y resultan menos postizas —y por eso mismo, más eficaces—. Cayetana Álvarez de Toledo, Inés Arrimadas y Rocío Monasterio muestran una densidad política de la que carecen los triviales Casado, Rivera y Abascal.
La señora Álvarez es fría como un témpano y dura como el diamante con el que se afilan los cuchillos. Se coincida o no con sus ideas, su arquitectura intelectual es imponente para lo que se estila en la actual política española. Sus convicciones son tan rocosas como temible su forma de defenderlas. Es difícil no seguirla cuando, con precisión de cirujano, desguaza al nacionalismo —a todos ellos, incluido el de Vox— como una ideología esencialmente reaccionaria y un cáncer para la democracia. Su riesgo, como el de todos los que se saben intelectualmente superiores, es que la soberbia se apodere del personaje y hunda a la persona. Algo así le sucedió en el último debate.
Arrimadas es la Juana de Arco de la derecha española. Todo lo que en Rivera aparece como liviano y casquivano adquiere en ella el aroma épico de la resistencia frente al totalitarismo nacionalista, el arrojo político y personal y una firmeza a prueba de bombas. No tardaremos en preguntarnos quién es el que sale en las fotos junto a Inés. Puede que ella no disponga del bagaje conceptual de Cayetana pero, a cambio, la supera de largo en empatía y espesor emocional.
Rocío Monasterio es menos conocida, pero atención a ella. Sostiene ideas parecidas a las de Abascal, pero las expone con más serenidad y, sobre todo, con más orden. Donde él pone alboroto verbal (reflejo del mental), ella ofrece un discurso sobrio y claro, sin florituras pero perfectamente articulado. Claramente la separan de su jefe muchas horas de lectura y unos cuantos peldaños de madurez personal.
Esperemos a ver cómo se desenvuelven en el exigente escenario del Congreso si, como parece probable, a sus partidos les toca estar en la oposición. Salvo que les corten las alas, pronto eclipsarán a sus respectivos caporales y será más peligroso enfrentarse a ellas que a cualquiera de ellos.
Por el otro lado del cuadro, aparece Irene Montero. En este caso, no puede decirse que su estatura política supere a la de Pablo Iglesias, aunque tampoco despierta la animadversión que este suscita —especialmente en sus propias filas—. Pero es la sucesora presentida y, probablemente, convenida de antemano. Los asuntos de familia se resuelven en familia.
Si los números dan para ello, Podemos exigirá sentarse en el Consejo de Ministros. Cuanto peor sea su resultado, más imperativo será para ellos entrar en el Gobierno; y ya han aprendido lo que significa dejar suelto a Sánchez. En tal caso, Montero será la candidata obvia para ocupar una vicepresidencia del Gobierno. No tan poderosa como Soraya Sáenz de Santamaría ni tan desparramada como Carmen Calvo, pero sí una centuriona efectiva de la porción de poder que consiga Podemos, que funcionará en la práctica como un Gobierno dentro del Gobierno.
En el PSOE no hay caso: todo empieza y termina en Sánchez. Y el mundo nacionalista es cosa de hombres, como el coñac y como todo lo añejo.
En esta campaña de hombres, las estrellas verdaderas son las mujeres. Mientras los líderes principales se regatean entre sí, se provocan y se escabullen, se intercambian baladronadas mientras escurren el bulto y exhiben una colección completa de insuficiencias y mediocridades, sus coronelas brillan con luz propia.