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Podemos y Vox, el fracaso electoral de los dos populismos
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Podemos y Vox, el fracaso electoral de los dos populismos

En términos numéricos, ambos retrocedieron claramente respecto a las generales. En términos políticos, el balance del 26-M los dejó prácticamente desaparecidos en varios territorios

Foto: Pablo Iglesias y Santiago Abascal, en un montaje de El Confidencial.
Pablo Iglesias y Santiago Abascal, en un montaje de El Confidencial.

Enredados en el juego de los pactos y contrapactos, se nos pasó por alto el hecho políticamente más relevante de la triple elección del 26 de mayo, que fue el fracaso de las dos versiones del populismo, Vox y Podemos.

En términos numéricos, ambos retrocedieron claramente respecto a las generales, que ya les fueron mal. En términos políticos, el balance de la doble cita electoral de esta primavera los dejó prácticamente desaparecidos en varios territorios y reducidos a una función subalterna en sus respectivos espacios, sin otro papel que el de acompañantes menores de las mayorías de gobierno del PP o del PSOE.

Sus resultados en las europeas —teóricamente, terreno abonado para los populismos— fueron raquíticos: 10% para Podemos, 6% para Vox y nueve diputados para ambos sobre los 54 electos.

Foto: La candidata de Podemos a la Comunidad de Madrid, Isa Serra (c), comparece en el Teatro Goya de Madrid durante la noche electoral. (EFE)

Cada uno a su manera, los tres partidos del bloque constitucional sacan algo positivo de las elecciones. Sobre todo el PSOE de Sánchez, que se garantiza el Gobierno nacional para lo que dure la legislatura, conserva o extiende su poder territorial y adquiere el liderazgo de la declinante socialdemocracia europea.

Dentro de la desgracia, el PP sigue teniendo mucho fuste. Con 20.000 concejales y si los pactos autonómicos le salen bien, podría conservar una cuota importante de poder: Galicia, Castilla y León, Madrid, Andalucía y Murcia representan el 45% de la población, de la superficie del país y del PIB nacional. Su mayor problema será pasar toda una legislatura con un grupo parlamentario tan escaso de efectivos como de calidad, y con un liderazgo prendido con alfileres.

A los dos partidos populistas, por el contrario, solo les queda una colección de dudas

Ciudadanos es el único que siempre crece. Ahora puede acceder a muchos gobiernos locales y autonómicos a los que renunció hace cuatro años, competir por el liderazgo de la oposición y brillar en el Parlamento Europeo en compañía de los renacidos partidos liberales, con el liderazgo de Macron. Y, de paso, dedicarse a construir un partido de verdad.

A los dos partidos populistas, por el contrario, solo les queda una colección de dudas. Me gustaría pensar que algo en la sociedad española nos vacuna de ese fenómeno global, pero me temo que, en este caso, el fracaso se debe a sus propios errores. Los partidos populistas, con su visión monocromática del mundo, ofrecen certezas a sus clientelas. Podemos y Vox las han mareado hasta desorientarlas por completo.

Iglesias eligió el momento inadecuado para todas sus caracterizaciones e interpretó todas ellas con histrionismo delatador

Pablo Iglesias es el hombre de las mil caras. Nadie ha interpretado tantos personajes diferentes como él en tan poco tiempo. En solo cuatro años, hemos visto al incendiario agitador de masas y al hombre de orden que da lecciones de urbanidad en los debates, el antisocialista furibundo y el socialdemócrata admirador de Zapatero, el leninista y el peronista, el enemigo del poder y el que exigió para sí todos los ministerios del poder, el defensor de la nación y el cómplice de todos los separatismos, el asambleísta libertario y el 'apparátchik' implacable de las purgas internas, el que saboteó la primera investidura de Sánchez y el que acarreó votos para la segunda, el que decretó la defunción del régimen del 78 y el que se pasó una campaña electoral recitando artículos de la Constitución. Eligió el momento inadecuado para todas sus caracterizaciones e interpretó todas ellas con histrionismo delatador. En medio de todo ello, Galapagar como icono de un inquisidor de pega y el espectro de Errejón como amenaza de un liderazgo alternativo y como testimonio vivo de su fracaso como dirigente partidario.

No es de extrañar que los seguidores de Podemos ya no sepan para quién ni para qué se les pide el voto. Podemos se diseñó para barrer del mapa al caduco Partido Socialista. Ahora, su líder implora un ministerio en el Gobierno de Pedro Sánchez. Pero hasta en eso se advierte el peligro. Él sabe que no hay forma más efectiva de poner un Gobierno en crisis que desde un asiento en el Consejo de Ministros. Y Sánchez sabe que a Iglesias sería fácil nombrarlo, pero mucho más problemático cesarlo.

placeholder Pedro Sánchez, junto a Pablo Iglesias, en la Moncloa. (Reuters)
Pedro Sánchez, junto a Pablo Iglesias, en la Moncloa. (Reuters)

Nadie imagina al ministro Iglesias como un leal y disciplinado colaborador de su presidente. Él mismo dice que quiere entrar en el Gobierno “para empujar y para controlar”. Sospecho que alguien como Sánchez no elige a sus ministros para que lo empujen y lo controlen, más bien para que luzcan lo justo y no estorben.

Finalmente, Podemos ha quedado completamente sucursalizado por el partido al que quiso destruir. Solo se espera de él que suministre al PSOE los apoyos que necesita para gobernar. Lo peor es que hacerlo o no ni siquiera es ya una opción real. Se cuenta con sus votos como se cuenta con que al tocar el timbre aparecerá el mayordomo.

En cuanto Abascal dé la cara en debates de verdad, se verán las limitaciones que le impidieron pasar de la tercera división durante dos décadas

Vox es un producto que nació de las entrañas del Partido Popular. Sus dirigentes son de extrema derecha, pero ellos saben que la mayoría de sus votantes no lo son: simplemente, son votantes cabreados del PP que solo esperan que alguien les dé un buen motivo para regresar. De hecho, ya comenzaron a hacerlo en la elección del 26 de mayo.

La alternativa de Vox es clara y difícil: o se asienta como la rama española de la internacional nacionalpopulista y se alinea decididamente con los Salvini, Le Pen y compañía en la tarea de dinamitar la Unión Europea, o está destinado a conformarse con ser un 'tea party' castizo de corto vuelo. En cuanto Abascal tenga que dar la cara en debates de verdad —en las campañas, hizo todo por escaquearse—, quedarán al desnudo las limitaciones que le impidieron pasar de la tercera división durante dos décadas intentando medrar en el aparato del PP.

Vox jugó en las generales a desatar artificialmente expectativas desmesuradas, confiando en que estas arrastrarían el voto. Frustrado el experimento, su campaña de mayo fue un desastre sin paliativos. Entre otras razones, porque desaparecieron por ensalmo las oscuras colaboraciones y financiaciones de las que había disfrutado hasta entonces. En España, como en el resto de Europa, hay demanda social de un partido populista de extrema derecha; pero este no será el que dirige Abascal, que se infló demasiado deprisa y solo ha tardado dos meses en desinflarse.

Podemos y Vox nacieron con la misión fundacional de liquidar al PSOE y al PP. Tras estas elecciones, en el mejor de los casos, serán su complemento, la segunda marca del PSOE por la izquierda y la del PP por la derecha. Ya se sabe: si no puedes matar al elefante, súbete a él.

Enredados en el juego de los pactos y contrapactos, se nos pasó por alto el hecho políticamente más relevante de la triple elección del 26 de mayo, que fue el fracaso de las dos versiones del populismo, Vox y Podemos.

Vox Pedro Sánchez Santiago Abascal