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El último recurso de Sánchez: siempre nos quedará Rufián
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El último recurso de Sánchez: siempre nos quedará Rufián

Las palabras de Rufián (dictadas desde Soto del Real) tras verse con Lastra son claras para quien sepa leer. Un mensaje tranquilizador: “No vamos a bloquear nada, no hay líneas rojas”

Foto: Gabriel Rufián. (Raúl Arias)
Gabriel Rufián. (Raúl Arias)

El PSOE de Pedro Sánchez obtuvo en las elecciones generales de 2019 exactamente lo mismo que el PP de Rajoy en las de 2015: el 28,7% de los votos y 123 escaños. La gran diferencia está en la gestión que cada uno de ellos hizo de su resultado: Rajoy ni siquiera se atrevió a presentarse a la investidura y Sánchez se viene comportando con la arrogancia de quien hubiera obtenido mayoría absoluta.

Él siempre tiene a mano una frase redonda para cada ocasión. Hace cuatro años, hizo célebre el “no es no”, y ahora ha clavado lo de “o gobierna el PSOE, o gobierna el PSOE”. Traducido, contiene un desafío al Parlamento: señores, vengo con un encargo del Rey. Ustedes verán cómo se las arreglan para hacerme presidente. No es mi problema, es el suyo. A mí en el fondo me da igual porque, una vez investido, no habrá forma de echarme con una moción de censura. Será un contrato de cuatro años sin cláusula de rescisión.

Foto: El rey Felipe VI recibe en la Zarzuela a Pedro Sánchez, con el que terminó este 6 de junio su ronda de consultas. (Reuters)

El calculado amontonamiento de citas electorales sirvió para suministrar a Sánchez un instrumento que obsesiona a 'ese-consultor-del-que-usted-me habla': el control del calendario. Adelantó las generales para que el voto en ellas arrastrara a las territoriales, y dejó la investidura para el final para que los pactos municipales y autonómicos creen situaciones de hecho que despejen la investidura. Es cierto que Navarra ha enredado las cosas pero, para este PSOE de Sánchez, la euskaldunización de Navarra es asunto menor en comparación con el peso en oro de los seis votos del PNV en el Congreso.

En realidad, todo el juego de los pactos ha reproducido básicamente, 'mutatis mutandis', el mapa político que quedó establecido en la moción de censura y amartillado tras las elecciones de Andalucía. Dos bloques. A un lado, el PSOE con Podemos como socio cautivo y los nacionalistas como acompañantes incómodos pero funcionales. Al otro, las tres fuerzas de la derecha, con muchos remilgos para la galería por parte de Ciudadanos pero, finalmente, unidas por la causa nacional.

Ese juego bipolar arrojará en los territorios un balance globalmente favorable para la derecha. Allí donde no hay nacionalistas, la suma de PP, Ciudadanos y Vox tiende a imponerse a la de PSOE y Podemos; y la supuesta geometría variable que muchos esperaban de Rivera quedará acotadísima a casos excepcionales, como las capitales de Castilla-La Mancha.

Allí donde no hay nacionalistas, la suma de PP, Cs y Vox tiende a imponerse a la de PSOE y Podemos

En la investidura, Sánchez terminará recostado sobre los de siempre. Cualquiera que sea la forma definitiva de la alianza con Podemos, Iglesias no tiene margen para llevar hasta el final el pulso de negar sus 42 votos sin sufrir una rebelión a bordo. Téngase en cuenta que, a partir del sábado, habrá un ejército de concejales podemitas gobernando en los municipios bajo alcaldes socialistas. Ellos serán los más interesados en que su jefe no rompa la baraja por un ministerio de más o de menos.

Y si lo de Podemos no es suficiente, y ni siquiera con las aportaciones adicionales de PNV, Compromís y PRC, aún quedaría el comodín de ERC. Es obvio que el diseño ideal de Sánchez pasa por gobernar con Podemos fuera del Ejecutivo y sin depender de los independentistas. Pero no siempre se consigue todo lo que se quiere: por mucho que la cifra se hinche para hacerlos parecer muchos más, 123 diputados dan para lo que dan. Y qué diablos, la Moncloa bien vale 100 misas y está visto que Rivera y Casado también aprendieron la canción del 'no es no' y de ellos no hay nada que esperar.

Foto: Pedro Sánchez, con su mujer y José Luis Ábalos, Carmen Calvo, Adriana Lastra y Cristina Narbona, en la noche del 28-A en Ferraz. (EFE)

Las palabras de Rufián (dictadas desde Soto del Real) tras verse con Lastra son claras para quien sepa leer. Un mensaje tranquilizador: “No vamos a bloquear nada, no hay líneas rojas”. Un elogio a su interlocutora: “Da gusto hablar con el PSOE de Adriana Lastra, el de la moción de censura”. Una dura advertencia a Iglesias: “Hablar de nuevas elecciones es irresponsable, sus resultados no dan para exigir ministerios”. Y la clave de todo, una declaración de intenciones: “Venimos a hacer política porque queremos ser una fuerza crucial para la gobernabilidad”. ¿Para la gobernabilidad de Cataluña? No, para la de España. Verde y con asas.

ERC quiere jugar un papel activo en este Parlamento. Quiere demostrar autonomía y liberarse de una vez de la tutela de los de Puigdemont. Ve cerca la presidencia de la Generalitat y es muy consciente de que jamás encontrará en Moncloa un interlocutor más amoldable que Sánchez. Necesita que este le deba algo, aunque sea a su pesar.

ERC se abre a no bloquear la investidura de Sánchez

Por eso, si llega el caso, no tendrá inconveniente en hacer a Sánchez lo mismo que Valls quiere hacer a Colau: regalarle la votación a cambio de nada —salvo, quizás, una vaga promesa de diálogo—. Entregarle la presidencia aunque, aparentemente, sea contra la voluntad del obsequiado: 15 abstenciones no expresamente pedidas, pero que, de un solo golpe, lo resolverían todo para el candidato. Lo dicho, aparecer como 'la fuerza crucial'.

Sánchez recibirá el inevitable regalo —no puede prohibir las abstenciones— con tanto alivio interior como displicencia en el gesto, subrayando que no hay detrás ninguna negociación, ni deuda ni compromiso. Y probablemente será cierto: de momento, ninguno de los dos lo necesita. Además, ya cuenta ERC con que Casado y Rivera se pasarán la legislatura entera recordando a Sánchez a quién debe su investidura. Así que esta será una deuda no contraída, pero políticamente efectiva.

Foto: La portavoz del PSOE en el Congreso, Adriana Lastra, al inicio de su reunión con el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, para negociar la investidura de Pedro Sánchez. (EFE)

De este modo, tras tanta fanfarria, Sánchez volverá al punto de partida: con unos cuantos diputados más pero ligado a Podemos (con coalición o sin ella), en deuda con Junqueras y con la derecha practicando una oposición de tierra quemada. Los problemas estructurales del país que requieren acuerdos transversales (es decir, todos) seguirán atascados. Pero él tendrá la tranquilidad de saber que, pase lo que pase, al menos en cuatro años, no tendrá que cambiar el colchón. De eso se trató desde el principio.

Ah, y no crean ni por un segundo las bravuconadas oficialistas sobre repetir las elecciones si los demás no se doblegan. Sánchez teme a las segundas elecciones tanto como el que más. Con razón, porque la plebe encabronada es impredecible y la cornada puede caerle a cualquiera. Por eso, si todo falla, siempre nos quedará Rufián.

El PSOE de Pedro Sánchez obtuvo en las elecciones generales de 2019 exactamente lo mismo que el PP de Rajoy en las de 2015: el 28,7% de los votos y 123 escaños. La gran diferencia está en la gestión que cada uno de ellos hizo de su resultado: Rajoy ni siquiera se atrevió a presentarse a la investidura y Sánchez se viene comportando con la arrogancia de quien hubiera obtenido mayoría absoluta.

Pedro Sánchez Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Gabriel Rufián