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Por qué Iglesias dice coalición y Sánchez colaboración
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Por qué Iglesias dice coalición y Sánchez colaboración

Si Sánchez hubiera albergado la menor intención de atraer a Cs, habría formulado la muy sensata propuesta de un acuerdo de gobierno socialdemócrata-liberal sostenido por 180 diputados

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (Inma Mesa | PSOE)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (Inma Mesa | PSOE)

Tras el resultado de las elecciones generales, Pedro Sánchez se fijó tres propósitos. El primero, prioritario por encima de cualquier otro, amarrar su investidura, “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”. El segundo, no entregar a Pablo Iglesias un Gobierno de coalición. El tercero, no depender de los votos de los independentistas salvo que fuera estrictamente necesario (parece que, finalmente, lo será).

El líder socialista supo desde el primer instante que ni por asomo contaría con el PP o con Ciudadanos. Tanta pomposa llamada a la responsabilidad de no bloquear la investidura —ayer mismo lo repitió en Bruselas— esconde un doble ejercicio de cinismo. Exige ahora lo que hace tres años negó cerrilmente (hasta conducir al país al borde de una crisis institucional insoluble y provocar una carnicería en su partido). Además, sabe de sobra que Casado y, aún más, Rivera cometerían suicidio si le abrieran las puertas del poder.

Si Sánchez hubiera albergado la menor intención de atraer a Ciudadanos, habría formulado la muy sensata propuesta de un acuerdo de gobierno socialdemócrata-liberal sostenido por 180 diputados. Ello sí habría colocado a Albert Rivera en una posición endiablada. Si aceptaba, abjuraría de toda su estrategia y de su sobreactuado discurso desde que decidió mutar la naturaleza de su partido. Si lo rechazaba, quedaría retratado ante Europa entera como un consumado irresponsable. Un liberal del siglo XXI no rechaza esa fórmula cuando la alternativa es el radical-populismo de izquierdas.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada al Consejo Europeo en Bruselas. (Reuters)

Pero Sánchez eligió el juego tramposo de reclamar la abstención patriótica de la derecha para armar un Gobierno con Podemos y nacionalistas diversos. El hecho de que una buena porción de opinadores haya picado ese anzuelo no disminuye la absurdidad del planteamiento, de finalidad meramente propagandística.

La preocupación de Sánchez no es construir una mayoría operativa de gobierno, sino ganar la investidura. Por eso admite cualquier combinación de votos, desde la confortable pero inverosímil abstención de la derecha hasta la mucho más probable y problemática de que Junqueras, Otegi o ambos decidan emular a Valls y franquearle el paso a cambio de nada, haciéndole cargar con ese peso durante toda la legislatura.

Lo único imprescindible es el apoyo de los 42 diputados que controla Pablo Iglesias. Sin eso, no hay nada que hacer. Y aquí viene el segundo problema: cómo obligar a Podemos a respaldarle sin ceder a la exigencia de un Gobierno de coalición.

Gobernar en coalición no es lo mismo que nombrar ministros de otro partido. Es compartir el poder, es cogobernar: una coalición crea un vínculo de mutua dependencia que entrega al socio la llave de la casa (no invitado, sino copropietario) y la capacidad de derribar al Gobierno desde dentro.

Admite cualquier combinación de votos, desde la confortable pero inverosímil abstención de la derecha hasta la mucho más probable de Junqueras

No creo que Sánchez tenga demasiados problemas para nombrar uno o varios ministros próximos a Podemos. Con dos condiciones: que quede claro que es únicamente él quien los pone y los quita, y que no haya en la práctica un minigobierno dentro del Gobierno, con doble disciplina.

Este presidente no puede sentar a Pablo Iglesias —ni siquiera a Irene Montero— en el Consejo de Ministros porque, una vez nombrados, ya no podría cesarlos sin poner en crisis la coalición y, con ella, la legislatura. Serían ministros blindados, con poder de veto sobre todas las decisiones del Gobierno. Esa es la ley de las coaliciones en el mundo entero.

Supongo que el líder socialista es consciente de que hay al menos dos asuntos esenciales en los que, antes o después, chocará con Podemos: el conflicto de Cataluña y la política económica si vienen mal dadas. Una cosa es gestionar esas discrepancias en el marco de una alianza parlamentaria y otra que estallen sobre la mesa del Consejo de Ministros. También debe prever que, por pura subsistencia, en algún momento de la legislatura Podemos —o lo que quede de él— sentirá la necesidad de tensionar la relación con el PSOE, amagando con la ruptura.

A partir de ahí, la oferta de una pedrea de subsecretarías para podemitas es solo una forma de marcar el territorio en la negociación. Y la sugerencia de Iglesias como secretario de Estado o algo parecido es simplemente una provocación.

Foto: Pedro Sánchez y el presidente aragonés en funciones, Javier Lambán, el pasado 13 de mayo en Zaragoza. (EFE)

Precisamente por todo lo anterior, la fórmula del Gobierno de coalición es esencial para Iglesias. Él mismo lo ha explicado: con Sánchez no sirve un acuerdo programático sin poder efectivo para imponer decisiones. Y eso solo lo tiene quien puede reventar el Gobierno desde dentro en cualquier momento.

Iglesias asume su condición de accionista minoritario, pero exige estar presente en el consejo de administración de esa sociedad con el estatus de los llamados 'consejeros dominicales'. Justamente lo que Sánchez no está dispuesto a concederle. Ambos han aprendido mucho durante el último año sobre su relación de poder.

La ventaja decisiva para el jefe del PSOE es que si el pulso llegara al punto límite, él no tendría problemas en su retaguardia, ya se ocupó de dejar a su partido completamente domeñado. Iglesias, por el contrario, tendría asegurado un motín en sus diezmadas filas ante la perspectiva de lanzarse al abismo.

En ese contexto, ¿qué papel juegan los pactos autonómicos y municipales? Prácticamente ninguno. En España, los códigos de negociación del poder territorial son muy distintos de los del poder nacional. Esos códigos los dominan el PSOE y el PP, mientras Podemos y Ciudadanos aún tienen dificultades para manejarse con ellos. Felipe González se hartó de hacer pactos municipales con los comunistas y jamás les permitió asomarse siquiera al Gobierno de España.

La ventaja decisiva para el jefe del PSOE es que, si el pulso llegara al punto límite, él no tendría problemas en su retaguardia

¿De verdad cree Iglesias que sus pactos territoriales con el PSOE fortalecen su posición negociadora ante Sánchez? Más bien al contrario: están sirviendo para confirmar su condición de partido subalterno dentro del bloque de la izquierda. Centenares de alcaldes socialistas y varios presidentes autonómicos elegidos con el apoyo de Podemos; prácticamente ninguno a la inversa.

Algo parecido sucede en la derecha. Ciudadanos, que venía a comerse al PP, cada vez se parece más a una sucursal. El tránsito del bipartidismo al bibloquismo ha puesto los cosas fáciles a los dos grandes: les ha bastado con imponer su hegemonía dentro de su bloque (20.000 concejales del PP por 2.000 de Ciudadanos) y dictar las condiciones en la cesión a los socios menores de pequeñas parcelas de poder.

Parece mentira que Iglesias y Rivera olvidaran tan pronto que lo que dio jaque al bipartidismo en 2015 fue el desafío transversal por uno y otro lado. Encerrándose en los bloques tradicionales, ellos mismos se han metido en las habitaciones destinadas al servicio.

Sánchez, magnánimamente, lo llama “colaboración”.

Tras el resultado de las elecciones generales, Pedro Sánchez se fijó tres propósitos. El primero, prioritario por encima de cualquier otro, amarrar su investidura, “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”. El segundo, no entregar a Pablo Iglesias un Gobierno de coalición. El tercero, no depender de los votos de los independentistas salvo que fuera estrictamente necesario (parece que, finalmente, lo será).

Pedro Sánchez Ciudadanos