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Otegi en TVE: entrevista con un terrorista en paro
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Otegi en TVE: entrevista con un terrorista en paro

Tras escucharlo, quedan pocas dudas de que no estamos precisamente ante un hombre de paz sino, más bien, ante un terrorista en paro —o si lo prefieren, en excedencia permanente—

Foto: El presentador de 'La noche en 24 horas', Marc Sala, y Arnaldo Otegi, en la entrevista de TVE.
El presentador de 'La noche en 24 horas', Marc Sala, y Arnaldo Otegi, en la entrevista de TVE.

La polvareda levantada por la entrevista a Arnaldo Otegi en el canal de noticias de TVE forma parte de esta fase histérica de la política española, en la que los aspavientos siempre superan a los vientos. El Sinn Féin jamás apareció en la BBC mientras el IRA asesinaba; pero, tras el final del terrorismo, Gerry Adams ha sido un asiduo en la televisión británica. Una cosa es dar voz al brazo político de una organización terrorista en activo y otra entrevistar a un dirigente político si tiene interés informativo. En este momento, es evidente que lo tiene, por mucho que se deteste al personaje y a lo que representa.

La entrevista fue interesante, clarificadora y saludable. Si fuera cierto, como se ha insinuado, que alguien buscaba blanquear a Otegi y a su partido, se logró el efecto opuesto. Más que un lavado de cara, el faccioso se propinó un baño de betún. Tras escucharlo, quedan pocas dudas de que no estamos precisamente ante un hombre de paz sino, más bien, ante un terrorista en paro —o si lo prefieren, en excedencia permanente—.

Cuando dice lo que piensa, Otegi se delata. Cuando miente (lo que hace en abundancia), resulta patético. Y casi siempre, lo más significativo es lo que omite o esquiva. Por ejemplo, se las arregló durante 40 minutos para no pronunciar la palabra terrorismo (su repertorio de eufemismos es inagotable).

Foto: El presentador de 'La noche en 24 horas', Marc Sala, y Arnaldo Otegi, en la entrevista de TVE.

Muchos antiguos miembros de ETA abandonaron un día las armas y renegaron del terrorismo. Unos, como Mario Onaindía, Teo Uriarte o Kepa Aulestia, dedicaron el resto de sus vidas a denunciar la violencia y defender la democracia. A Yoyes, ya se sabe, la ejecutaron por desertora. Asesinos sanguinarios y jefes de asesinos como Txelis, Urrusolo, Pikabea, Guisasola y muchos más cumplieron sus penas, admitieron el horror de sus crímenes, se alejaron de ETA y desaparecieron para siempre de la vida pública.

No es el caso de Arnaldo Otegui. En su día militante activo de ETA (aunque él lo niega, como también Adams negó siempre haber pertenecido al IRA); después portavoz de Herri Batasuna, marioneta política de la organización terrorista; interlocutor de parte (que no intermediario) en las negociaciones para el final de la violencia, y hoy al frente de Bildu, tratando de compatibilizar la política institucional con su condición de depositario y albacea de una herencia siniestra.

Durante la entrevista, Otegi fue fiel a sí mismo cuando explicó en una sola frase el motivo por el que ETA dejó de matar: “Nuestra estrategia política ya no necesitaba la violencia armada para conseguir sus objetivos”. Para Otegi, matar o no matar siempre fue una cuestión de estrategia. Según esa versión, se prescindió del crimen cuando dejó de resultar políticamente funcional y se convirtió más bien en un estorbo. Ni un asomo de reproche moral, nada que ver con los principios. Otra cosa es que ya nunca pueda volver a ejercer de matarife o portavoz de matarifes y que ahora viva mejor componiendo investiduras.

Otegi fijó claramente el límite de su remordimiento: “Lo lamento si generamos a las víctimas más dolor del necesario o del que teníamos derecho a hacer”. Es como el verdugo que se disculpa por pasarse de dosis en la cámara de gas o en la silla eléctrica. Me pregunto cuánto sería, en su opinión, el dolor necesario o el que tenían derecho a producir. ¿Quizás una docena menos de muertos? ¿O, ya que apeló varias veces a su trabajo como portavoz de HB, algún insulto y escupitajo menos sobre los cadáveres y sus familias?

“Yo no me he alegrado nunca por el sufrimiento de una víctima”, explicó. Lo dicho, la lógica del verdugo: compréndanlo, no era nada personal, solo una cuestión de estrategia. El discurso es de un cinismo que estremece.

Por eso fue vana la insistencia de los periodistas en instarle a que mostrara condena, arrepentimiento o pidiera alguna clase de perdón. Para él, “este tema del perdón es muy discutible”. Además, empeñarse a estas alturas en esclarecer los 300 atentados pendientes es “humillar a una de las partes” (la de los pistoleros).

Otegi ha encontrado una forma original de describir la derrota de ETA. Para él, consistió en “hacer desaparecer la violencia armada de la ecuación política vasca”. Todo muy profesional, como ven. El caso es que el tipo se atribuye el mérito: durante el programa alardeó varias veces de haber sido el artífice del cambio en la ecuación. Con ello, proclamó, “hemos hecho una gran aportación a la convivencia”. Le faltó postularse para el premio Nobel de la Paz.

Esa es la parte del discurso en la que al cinismo del malhechor se añade la falsificación de los hechos. La verdad histórica es que la derrota y extinción de ETA fue el resultado exitoso de una compleja operación de Estado, sostenida durante años, consistente en desarticular operativamente a la banda y, a la vez, asfixiar a su sucursal política.

Llegó un momento en que ETA no mataba más simplemente porque no podía. Rubalcaba se lo había dicho: "O las bombas, o los votos"

Llegó un momento en que ETA no mataba más simplemente porque no podía: todos sus comandos estaban controlados y agujereados por la policía, y ellos lo sabían. Mientras, sus presos caían en el abandono y la desesperanza y sus antiguos apoyos sociales se convertían en rechazo y hostilidad. Rubalcaba se lo había dicho: “O las bombas, o los votos”, y los puso en situación de quedarse sin ambas cosas. Finalmente, gentes como Otegi tuvieron que reclamar a los de las bombas que capitularan para salvar algo de los votos. Lo que lograron rescatar de la quema hoy se llama EH-Bildu.

En cuanto a sus planes inmediatos, explicó así lo de Navarra: “Comprendo que sería difícil que el PSN se sentara con nosotros en términos públicos, pero agradeceríamos que bajen el diapasón. Aquí se sabe que todo el mundo habla con todo el mundo, y que con nosotros hay que contar”.

Respecto a la investidura de Sánchez, confirmó el pacto de sangre con ERC en el Congreso y repitió la fórmula de Rufián: ni bloqueo ni cheque en blanco. Luego lo explicó mejor: “Abrir una ventana de oportunidad a la gente que quiere hacer políticas sociales avanzadas y resolver los problemas de Euskadi y de Cataluña en términos de diálogo, acuerdo y negociación”. La frase me sonó como transcrita de una rueda de prensa de Carmen Calvo, quizás es que soy demasiado suspicaz.

En todo caso, sospecho que la entrevista no ayudó precisamente a tranquilizar al personal respecto a la presencia de Bildu en las próximas mayorías parlamentarias de Chivite en Navarra y de Sánchez en España.

La polvareda levantada por la entrevista a Arnaldo Otegi en el canal de noticias de TVE forma parte de esta fase histérica de la política española, en la que los aspavientos siempre superan a los vientos. El Sinn Féin jamás apareció en la BBC mientras el IRA asesinaba; pero, tras el final del terrorismo, Gerry Adams ha sido un asiduo en la televisión británica. Una cosa es dar voz al brazo político de una organización terrorista en activo y otra entrevistar a un dirigente político si tiene interés informativo. En este momento, es evidente que lo tiene, por mucho que se deteste al personaje y a lo que representa.

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