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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Vox enseña el camino a Iglesias

Monasterio tendrá cogidos por el cuello a Díaz Ayuso y Aguado. Y preserva su libertad de defender su ideario al completo sin que nadie pueda reprocharle el incumplimiento de un pacto

Foto: La candidata del PP a presidir la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (i), la candidata de Vox, Rocío Monasterio (c), y el líder de Ciudadanos en Madrid, Ignacio Aguado. (EFE)
La candidata del PP a presidir la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (i), la candidata de Vox, Rocío Monasterio (c), y el líder de Ciudadanos en Madrid, Ignacio Aguado. (EFE)

Si la derecha no hubiera amarrado el poder en la Comunidad de Madrid, se habría desatado una ira luciferina en su electorado. Cuando se plantea una confrontación a vida o muerte entre dos bloques políticos, se exterminan los matices y se clausuran las fronteras, los vencedores no están autorizados a renunciar al territorio conquistado por melindres y remilgos.

Las elecciones en España han vuelto a ser brutalmente dicotómicas. Bloque contra bloque, una lucha de todo en todo. Cataluña señaló el camino: independentistas contra constitucionalistas, con una trinchera en medio sembrada de minas, alambradas eléctricas y perros policía. El modelo se consagró en Andalucía. Su exportación a toda España se la debemos principalmente a Pedro Sánchez y Albert Rivera. Ellos reventaron el espacio de la centralidad.

Desde que se convocó la doble cita electoral de esta primavera, quedaron claros los términos de la competición: allí donde los tres partidos de la derecha sumaran escaños suficientes, tendrían que formar un Gobierno o exponerse a una represalia feroz de sus votantes. Allí donde la izquierda tuviera un escaño más —recurriendo a cualquier apoyo nacionalista—, ninguna excusa sería buena para no hacerse con el botín. Esa lógica feroz está detrás de lo ocurrido en Navarra. Y si en algún lugar está vigente es en Madrid, escenario privilegiado del brutalismo político hasta que Cataluña le arrebató ese dudoso honor.

Acuerdo de gobierno en la Comunidad de Madrid de PP y Ciudadanos con Vox

El PP, Ciudadanos y Vox supieron que estaban condenados a entenderse en Madrid en la noche del 26 de mayo. Todo lo ocurrido entre ellos desde entonces ha sido un rigodón con final anunciado, un puro ritual de apareamiento. Cuando Rivera subió a sus tropas al carro de la derecha pura y dura y voló los puentes, se quedó sin margen de retroceso para experimentos transversales. Antes lo había hecho Sánchez convirtiendo la alianza con Podemos y la convergencia con todos los nacionalismos (incluidos los insurreccionales) en el único eje de la estrategia del PSOE.

La solución madrileña es funcional y permite a los tres partidos salvar la cara. Vox instaura con sus votos a Díaz Ayuso como presidenta y a Aguado como vicepresidente. No exige nada a cambio, salvo la aprobación verbal de un papel tan vaporoso que casi podría firmarlo cualquier persona sensata. Pero a la vez se excluye voluntariamente de la mayoría parlamentaria de gobierno, no hace suyo el programa común de PP y Ciudadanos (aunque estos sí pagan el tributo de aceptar sus condiciones) y se dispone a cobrar sus votos futuros a precio de pelo de elefante. Basta con que Vox se abstenga en cualquier votación (por ejemplo, los presupuestos) para que el Gobierno quede en minoría frente a la izquierda. Monasterio tendrá cogidos por el cuello a Díaz Ayuso y Aguado durante toda la legislatura. Y preserva su libertad de defender su ideario al completo sin que nadie pueda reprocharle el incumplimiento de un pacto.

Es probable que ese sea también el único camino transitable para Iglesias para salir del aquelarre de la izquierda tras la no investidura de Sánchez. La vía del Gobierno de coalición quedó abrasada. La del pacto de legislatura sin ministros de Podemos sería una derrota catastrófica para Iglesias después de todo lo ocurrido. Y exponerse a la cólera de la izquierda social en noviembre es una temeridad para ambos, diga lo que diga el comisario político que dirige el CIS.

Foto: Pedro Sánchez y Carmen Calvo, durante la sesión de investidura fallida. (EFE) Opinión

Es posible que la 'solución Monasterio' termine siendo la 'solución Iglesias'. Nada de quedar dos meses atrapado en una negociación imposible y sometido a la presión de varios imperios mediáticos monitorizados desde la Moncloa. Mejor romper el nudo gordiano con una decisión unilateral que perecer por asfixia.

Votos gratis para Sánchez en la investidura, y votos costosísimos para Sánchez durante el resto de la legislatura. Ya tienes el sillón y el colchón, ahora prepárate para buscarte la vida con 123 diputados y la derecha echada al monte. Así, Iglesias quedaría con las manos libres para reconstruir sin hipotecas su discurso radical-populista, poner a parir al Tribunal Supremo cuando salga la sentencia, esperar las vacas flacas económicas para levantar al sufriente pueblo contra el Gobierno traidor, confinar a Errejón en Madrid y, mientras tanto, tratar de recomponer un partido desarbolado por las defecciones y las escisiones.

Sánchez y Rivera se privaron a sí mismos de la posibilidad de establecer alianzas con los moderados desde que ellos mismos abandonaron la moderación. La confluencia de socialdemócratas y liberales, que sería obvia en cualquier país europeo, quedó arruinada cuando el jefe de los socialdemócratas y el de los liberales se subieron a un carro de combate y se convirtieron en caudillos ultras. Por muchas contorsiones que hagan para disimularlo, uno y otro han quedado prisioneros de sus tóxicos compañeros de viaje: Iglesias y Junqueras para uno, Abascal y Monasterio para el otro.

Sánchez y Rivera han quedado prisioneros de sus tóxicos compañeros de viaje: Iglesias y Junqueras para uno, Abascal y Monasterio para el otro

El PP de Casado ha salvado milagrosamente la coyuntura más peligrosa desde su fundación. Lo pasará mal para atravesar el desierto con 66 diputados. Pero Rivera le ha proporcionado un inesperado cinturón de seguridad, que empieza en Galicia y llega a Andalucía, pasando por Castilla y León, Madrid (ayuntamiento y comunidad) y Murcia. Solo le falta abrir la puerta para que regresen a casa la mayoría de quienes emigraron a Vox. La reacción ante los gobiernos socialistas enfeudados a Podemos y a los nacionalismos contribuirá a ello.

La aproximación de Ciudadanos a la súbita aparición de la extrema derecha en el espacio que aspira a liderar fue pudibunda al principio, pero ya va perdiendo todo recato. En Andalucía, Vox era para Marín “ese partido del que usted me habla”. En Madrid, veremos a Aguado dirigirse al bicho respetuosamente y por su nombre, convalidar sus demandas desde la tribuna y agradecerle el servicio prestado. Mientras, Ciudadanos debe a Vox tres vicepresidencias autonómicas y la vicealcaldía de Madrid, entre otras bagatelas. No tardaremos mucho en ver a Ciudadanos compartiendo un Gobierno con Vox —si antes el PP no se come al partido de Abascal—.

Cs debe a Vox tres vicepresidencias autonómicas y la vicealcaldía de Madrid, entre otras bagatelas

En 2015, la izquierda superó a la derecha por tres puntos en Madrid. Esa fue su ocasión, pero el 4% improductivo de IU impidió gobernar a Gabilondo. Ahora la derecha ha aventajado a la izquierda por esos mismos tres puntos. Por ello, seguirá en la Puerta del Sol el partido con tres presidentes contaminados por la corrupción y el cuarto ejerciendo de tránsfuga. A eso conduce apostar por la maldición política que en Argentina llaman 'la grieta'.

Al menos, en Madrid nos han ahorrado el bochorno de que Díaz Ayuso y Aguado le pidieran a Gabilondo y Errejón la abstención para hacer el resto del camino con Vox.

Si la derecha no hubiera amarrado el poder en la Comunidad de Madrid, se habría desatado una ira luciferina en su electorado. Cuando se plantea una confrontación a vida o muerte entre dos bloques políticos, se exterminan los matices y se clausuran las fronteras, los vencedores no están autorizados a renunciar al territorio conquistado por melindres y remilgos.

Pedro Sánchez Vox Ciudadanos Rocío Monasterio