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CIS: declive independentista, resurrección del PSC y hundimiento de Ciudadanos
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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CIS: declive independentista, resurrección del PSC y hundimiento de Ciudadanos

El mayor interés de esta encuesta aparece cuando se compara con la que realizó el CIS inmediatamente antes de las elecciones de 2017

Foto: El ministro de Sanidad, Salvador Illa. (EFE)
El ministro de Sanidad, Salvador Illa. (EFE)
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Cuando se pone en el microscopio la encuesta preelectoral del CIS en Cataluña, se comprende el agudo interés de los independentistas —especialmente de ERC— por aplazar las elecciones. De hecho, parece que hicieron un mal negocio precipitando una convocatoria que la mayoría de los catalanes, incluidos sus votantes, consideran extemporánea y prescindible. Ahora lo saben, pero probablemente ya sea tarde para enmendar el error.

El mayor interés de esta encuesta aparece cuando se compara con la que realizó el CIS inmediatamente antes de las elecciones de 2017: la metodología es muy similar y muchas preguntas se repiten, lo que permite establecer comparaciones fiables y también confirmar los sesgos habituales, que suelen favorecer a la izquierda sobre la derecha y al bloque no nacionalista sobre el nacionalista.

Foto: El vicepresidente del Govern en funciones de presidente, Pere Aragonès (d), y el ministro de Sanidad, Salvador Illa. (EFE)

Una estimación alternativa, respetando los datos de origen y corrigiendo esos sesgos, daría al PSC un 21,5%, a ERC un 19,6%, a JxCAT un 18,2% (que, sumado al 1,2% del PDeCAT, hablaría de un empate virtual entre independentistas), a Ciudadanos un 12%, un 7,5% para los comunes, un 6,4% para la CUP y, finalmente, un empate entre el PP y Vox en torno al 5,5%.

Aun con esa corrección, el bloque independentista (ERC, JxCAT y CUP) sumaría un lánguido 44,2%, tres puntos menos que hace tres años. Necesitaría la contribución del partido de Iglesias y Colau para superar el mítico 50% y obtener una mayoría —que ya no sería por la independencia, sino por la autodeterminación—.

Esa es la primera mala noticia, pero no la única. La siguiente es que la gestión (?) del Govern de este periodo obtiene una valoración social mucho más pobre que la de la legislatura anterior. Y —quizá lo más trascendente— que se presagia una caída en picado de la participación.

En 2017, el 84% de los encuestados aseguraba que votaría con toda seguridad (lo hizo el 80%). Ahora, esa cifra es mucho más modesta: solo el 67% asegura su presencia en las urnas —con permiso del virus—. Pero hay un dato aún más revelador:

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Entre esa masa de ciudadanos desinteresados por esta votación, están el 41% de los votantes de JxCAT, el 49% de los de ERC y el 55% de los de la CUP. Por si fuera poco, la mitad de los que votaron a partidos independentistas en 2017 dice ahora que la pandemia tendrá un peso relevante en su decisión de voto, siendo así que solo el 25% de ellos aprueba la actuación pandémica del Govern y que un 59% (¡de los indepes!) reclama una gestión compartida entre el Gobierno de España y el de la Generalitat.

Aún más impactante es la evolución en tres años de algunos indicadores ambientales clave sobre la efervescencia independentista:

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Aparentemente, tras la fiebre y el desengaño del 'procés', el suflé independentista baja de forma consistente. Y si algún partido está claramente en problemas como consecuencia de todo ello, es ERC, para quien se acumulan las malas noticias:

A pesar de ser el partido favorito para ganar (el 46% aún pronostica su victoria), su electorado se muestra apático y melancólico. Le interesan poco estas elecciones, no le entusiasma el Govern, le preocupa más el virus que la independencia y, sobre todo, añora a Junqueras y descree de su actual líder electoral. En 2017, los votantes republicanos puntuaban a Junqueras con un espléndido 8,1. A Pere Aragonès lo despachan con un modesto aprobado (6,1). Lo que es peor, solo el 29% de ellos señala a Aragonès como su presidente preferido (el 14% escogería antes a Laura Borràs y el 11% a Salvador Illa; y un sonoro 36% se desentiende de la pregunta).

Además, ERC traspasa votantes a todos los demás partidos de la izquierda: en saldos netos, 33.000 se pasarían al PSC, 20.000 a los comunes y 68.000 a la CUP, además de los 140.000 que aparecen como probables abstencionistas. Los apenas 6.000 que ganaría de JxCAT son un magro consuelo.

Si algún partido está claramente en problemas como consecuencia de todo ello, es ERC, para quien se acumulan las malas noticias

En estas condiciones, se explica el decreto chapucero de suspensión del 14-F. Se trata de ganar tiempo como sea a la espera del indulto que rehabilite a Junqueras, porque está claro que su suplente no vende una escoba.

Pasemos al otro lado del campo. ¿Funciona el 'efecto Illa'? Quizá no tan espectacularmente como se piensa, pero sí parece funcionar. Su impacto principal consiste en afianzar al electorado socialista y, al mejorar las previsiones, también sus ganas de votar. Por eso el PSC es el partido con mayor fidelidad de sus votantes y el que menos pierde hacia otros partidos También recibe (en realidad, recupera) un nutrido contingente de exvotantes de Arrimadas, pero, en mi opinión, esos ya habían regresado al redil antes del advenimiento de Illa.

Foto: Pere Aragonès. (EFE)

La gran ventaja relativa de Illa es comparativa. Todos los partidos han salido perdiendo con el cambio de candidato, excepto el PSC. Illa está claramente mejor que Iceta. Por el contrario: Aragonès está hoy infinitamente peor que Junqueras en 2017, Borràs (aunque sale mucho mejor librada que el vicepresidente en funciones) peor que Puigdemont, Carrizosa mucho peor que Arrimadas y la semidesconocida Jessica Albiach peor que Domènech. Tampoco Alejandro Fernández, sometido al acoso de Vox, mejora la posición de García Albiol en 2017.

Foto: Aspecto de la reunión semanal del Gobierno de la Generalitat en funciones. (EFE)

La consecuencia más visible es que se produce un intercambio de posiciones: el PSC sustituye a Ciudadanos como la fuerza más potente del espacio no nacionalista y Ciudadanos queda relegado a un lugar subalterno.

El tercer rasgo más destacado de la encuesta es el hundimiento del partido que dio la campanada hace tres años. Aun corrigiendo al alza la estimación del CIS (que lo subestimó entonces y creo que vuelve a hacerlo ahora), en el mejor de los casos retendría con apuros la mitad del porcentaje que entonces obtuvo. Como siempre ocurre cuando un partido se desangra, se convierte en un surtidor que centrifuga votantes en todas direcciones, lo que nutre a la abstención y a sus partidos vecinos.

Con la estimación del CIS, Ciudadanos estaría entregando la friolera de 138.000 votos al PSC, 82.000 al PP y ¡143.000 a Vox! Sumen los 230.000 que parecen inclinarse hacia la abstención y apreciarán la dimensión del naufragio. Puede que aquel resultado, fruto de un clima emocional irrepetible y del talento de Inés Arrimadas para captar lo que exigía el momento, tuviera mucho de artificialmente inflado. Pero como diría el maestro Boskov, “fútbol es fútbol y derrotas son derrotas”.

Cuando se pone en el microscopio la encuesta preelectoral del CIS en Cataluña, se comprende el agudo interés de los independentistas —especialmente de ERC— por aplazar las elecciones. De hecho, parece que hicieron un mal negocio precipitando una convocatoria que la mayoría de los catalanes, incluidos sus votantes, consideran extemporánea y prescindible. Ahora lo saben, pero probablemente ya sea tarde para enmendar el error.

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