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Ser patriota y/o ser idiota
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Ser patriota y/o ser idiota

Los censores que nos invaden no están dispuestos a permitir ciertas libertades. Ignoro si son más o menos patriotas; lo que son es rematadamente idiotas, además de ignorantes y paletos

Foto: Varias personas ondean banderas de España. (EFE)
Varias personas ondean banderas de España. (EFE)
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Como nos faltan asuntos importantes sobre los que debatir, en España nos inventamos todas las semanas dos o tres polémicas envenenadas para exhibir ante el mundo la estulticia cerril de nuestra actual conversación pública (representada, en su grado máximo, los miércoles por la mañana en el Congreso de los Diputados, en sesiones de política gore no aptas para menores ni para estómagos delicados).

Esta semana, nos hemos enredado, por ejemplo, en la peliaguda cuestión de si hay que vacunar o no a los jugadores de la Selección española de fútbol. Una controversia intempestiva por tardía: lo más probable es que, cuando la vacuna actúe, el equipo esté de vuelta y los futbolistas de vacaciones. Lo ridículo de ese debate es que lo que interesa no es proteger la salud de un grupo de deportistas y de todos los que interactúen con ellos en la Eurocopa, sino defender el honor patrio (según el aturdido ministro del ramo) o repudiar a la Selección española por el hecho de serlo (según la berrea nacionalista).

Aún más grotesco es el alboroto en la Comunidad Valenciana —repicado ruidosamente por los medios nacionales— a cuenta de un examen de selectividad. Al parecer, en la prueba de lengua castellana se pidió un comentario de texto sobre un buen artículo de Vicente Vallés; y, a continuación, un ejercicio de redacción sobre el patriotismo. No sobre el patriotismo español o de cualquier otro lugar. No una proclama ideológica o una toma de posición en el gallinero español, sino una exposición libre de lo que a cada alumno le suscita un concepto tan polisémico como el que más.

Foto: Víctor Lapuente. Opinión

Así relatado, solo se me ocurre constatar el buen sentido pedagógico de quien planteó el ejercicio. Además de criterio literario (Vicente Vallés maneja un castellano excelente), el examinador sabía bien lo que buscaba: comprobar la capacidad del estudiante de construir una exposición articulada y lingüísticamente correcta sobre un tema que admite múltiples enfoques: reflexivo, sentimental, ideológico (¿por qué no?), evocativo, crítico… Para eso, el patriotismo es tan adecuado como lo habrían sido la libertad, la justicia, la solidaridad, el poder o cualquier otra de las categorías con que nos socializamos.

La inevitable horda de Torquemadas de la nueva Inquisición se ha enfurecido, que es siempre lo suyo. Inmediatamente, han levantado una doble imputación. Al examinador, por ser un sospechoso agente de Vox nostálgico del franquismo o un insensato dispuesto a intoxicar las mentes juveniles con ideas políticas tan perniciosas como el patriotismo. Y a los correctores del examen, por la presunción de que repartirían aprobados o suspensos según su coincidencia ideológica con la exposición del alumno (que es, sin duda, lo que harían los acusadores).

Los profesores —¡profesores!— que abominan de este examen por su supuesta carga política me recuerdan los tiempos en que el curso de Historia de España siempre acababa antes de entrar en el siglo XX. Sus socios complementarios son los que reescriben la historia y redibujan los mapas para que la gente sea de su pueblo y solo de su pueblo.

Foto: El historiador José Luis Villacañas

¿Es de derechas el patriotismo? La Revolución francesa y todos los movimientos ciudadanos que derrocaron el absolutismo monárquico se hicieron en su nombre. Las revoluciones anticoloniales fueron explosiones patrióticas. En la España del siglo XIX, los pensadores y políticos del liberalismo progresista preñaron también su discurso de retórica patriótica. A la generación del 98 le obsesionaba la idea de España, y se rebelaba contra su decadencia. En cuanto a la República y la Guerra Civil, remito al ensayo de Santos Juliá sobre “las patrias de Manuel Azaña” o a los discursos de los líderes republicanos de la época. La Pasionaria regresó a España diciendo “estoy contenta porque regreso a mi patria”.

El concepto del patriotismo constitucional, que impregna todo el texto de nuestra Constitución, lo desarrolló Jurgen Habermas —un pensador de origen marxista— y lo difundió en España Gregorio Peces-Barba. Y viniendo al presente, el político español actual que más obscenamente ha abusado de la palabra 'patria' se llama Pablo Iglesias, acompañado por todos los dirigentes del nacionalismo más o menos secesionista. 'Patria o muerte' (menuda estupidez) es el lema de la dictadura castrista.

Con la idea de la patria y el sentimiento patriótico se ha podido justificar lo más sublime y lo más monstruoso. Levantamientos populares, movimientos de liberación, revoluciones, dictaduras militares, guerras, genocidios, actos terroristas, regímenes totalitarios y corruptos, pero también grandes conquistas democráticas. Franco secuestró España y llenó la patria y sus símbolos de mierda que, es cierto, aún apesta. Pero la Transición fue un acto enorme de patriotismo. Y, para muchos, lo más cercano al sentimiento patriótico fue el gol de Iniesta en Sudáfrica.

Foto: Banderas esteladas, fotografiadas durante una manifestación en Barcelona. (EFE) Opinión
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Existe el patriotismo de partido, que es el que practican, en su versión más colérica, los inquisidores del siglo XXI. Pero también hay un patriotismo puramente romántico, que nace del cariño al lugar en el que uno nació y vive y del sentimiento de comunidad, y que carece de toda connotación política (algo muy distinto del nacionalismo, que sí es intrínsecamente reaccionario y solo respira mientras encuentra un enemigo al que combatir). O un patriotismo poético y radicalmente personal. El verso “mi patria eres tú”, como declaración de amor a otra persona, es de los más repetidos en la historia de la literatura:

Tú, que tan dulcemente besas

que el cielo bocabajo se volcaba

y que no sabía de quién ya la lengua,

de quién la saliva, de puro sabrosa y templada,

tú eres mis leyes

y mi dios

y mis padres

y mi patria.

(Agustín García Calvo)

Los estudiantes valencianos podían hablar de cualquiera de estas cosas, o de lo que se les ocurriera. Podían presentar una reflexión sesuda, una soflama política, un texto rabiosamente subjetivo y personal, un recuerdo o una esperanza. Podían hablar del mundo entero, de su país o de cualquier otro país, de su región —o nación o como diablos quisieran llamarla—, de su pueblo, de su familia o del amor de su vida. Solo se les pedía que lo hicieran en un lenguaje correcto y comprensible. Pero los censores que nos invaden (que, además, qué coincidencia, suelen ser también asesinos de la gramática) no están dispuestos a permitir ciertas libertades. Ignoro si son más o menos patriotas; lo que son es rematadamente idiotas, además de ignorantes y paletos.

Como nos faltan asuntos importantes sobre los que debatir, en España nos inventamos todas las semanas dos o tres polémicas envenenadas para exhibir ante el mundo la estulticia cerril de nuestra actual conversación pública (representada, en su grado máximo, los miércoles por la mañana en el Congreso de los Diputados, en sesiones de política gore no aptas para menores ni para estómagos delicados).

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