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El vómito revanchista de Ayuso, ¿sirve para algo?
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El vómito revanchista de Ayuso, ¿sirve para algo?

Ayuso podría haber formulado en la Junta Directiva Nacional una crítica política seria y de fondo a los errores de la dirección anterior. Pero lo que hizo fue lanzar un vómito histérico y revanchista

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/Javier Lizón)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/Javier Lizón)
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No he votado nunca al Partido Popular y es improbable que lo haga en el futuro porque, a partir de cierta edad, hay barreras biográficas que no resulta fácil traspasar. Pero ello no me impide sostener que es un objetivo de interés nacional que exista una alternativa efectiva y verosímil al Gobierno sanchista. Efectiva y verosímil quiere decir que tenga probabilidades ciertas de derrotarlo en las urnas y abrir paso a la alternancia democrática en el poder.

Aún más de interés nacional —incluso de interés global— es que quien represente esa alternativa sea un partido liberal-conservador enraizado en la democracia representativa y comprometido con la Constitución, y no la franquicia hispánica del conglomerado mundial nacionalpopulista. Ya sé, ha quedado claro como el cristal, que ese sería el escenario ideal para Sánchez y sus aliados actuales, pero no lo sería en absoluto para la convivencia en España ni para la achacosa salud de la democracia en Europa. Una votación en la que 35 millones de españoles adultos se vieran compelidos a elegir entre Pedro Sánchez —con su cohorte de amistades tóxicas— y Santiago Abascal como únicos candidatos viables a la presidencia del Gobierno sería la cicuta que nos falta para que la política de este país se haga definitivamente irrespirable.

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado, a su llegada a la reunión de la Junta Directiva Nacional. (EFE/Javier Lizón)

Pues bien, lo que se está jugando en estas semanas es precisamente la viabilidad de esa alternativa. Y no está en absoluto asegurada: después de la catastrófica gestión política de Pablo Casado, en este momento el Partido Popular está más cerca de ser rebasado por Vox que de alcanzar y superar al PSOE. Más próximo a la tercera posición que a la primera. La encuesta de IMOP Insights para El Confidencial (que no es ni de lejos la más pesimista para el PP de las que se están difundiendo) lo deja claro: con un Congreso como el que resultaría de esta estimación, Sánchez tendría la investidura al alcance de la mano y cualquier candidato del PP —no digamos uno de Vox— estaría abocado a la derrota.

Nadie lo habría dicho al empezar el otoño, cuando el PP llegó a tener una expectativa de voto que lo aproximaba al 30% y le daba una ventaja de 20 escaños sobre el PSOE y 68 diputados más que Vox. Desde entonces, un encadenamiento increíble de desatinos ha conducido a la situación actual. Entre el final de octubre y el final de febrero el PP ha extraviado cerca de un millón y medio de votantes, y con razón: se embarcó voluntariamente en unas elecciones absurdas, se provocó una guerra civil interna y, finalmente, ha terminado decapitando en la plaza pública al líder que no debió elegir para refugiarse en los brazos del que dejó su partido en la estacada cuando más se le necesitaba.

En realidad, Casado ha perecido políticamente víctima de un mal muy característico en los dirigentes de su generación: la embriaguez de la victoria fácil. La misma clase de embriaguez inmadura que llevó al retiro a gentes como Albert Rivera y Pablo Iglesias. A Casado le cayó el mando del partido en una tómbola y no se le ocurrió cosa mejor que practicar un genocidio interno, sacrificando toneladas de capital humano valioso por puro afán de apurar hasta las heces la copa del poder. Con los políticos del PP en edad útil de servicio público que Pablo y Teodoro enviaron al destierro, podrían formarse dos o tres consejos de ministros de buen nivel. Con el grupo parlamentario que seleccionó siguiendo criterios estrictos de adhesión incondicional, su sucesor tendrá problemas para encontrar portavoces capaces de poner en aprietos a los ministros de Sánchez. Es un episodio más del proceso de selección regresiva de la especie que sufre la política española desde que comenzó el siglo.

Es complicada la tarea que aguarda a Alberto Núñez Feijóo, porque tiene que recuperar un partido que se ha lesionado seriamente a sí mismo y hacerlo atendiendo a dos frentes. El PP no podrá ganar las elecciones si no logra arrebatar al PSOE una porción importante del actual voto huérfano (el que Sánchez aspira a convertir en cautivo por la vía de favorecer una confrontación binaria con la extrema derecha), pero tampoco podrá hacerlo, o lo hará con hipotecas inasumibles para un partido del centro derecha europeísta, si no logra contener el ascenso de Vox.

Foto: El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Brais Lorenzo)

Por usar un símil del ciclismo, el presidente de Galicia ha demostrado ser un extraordinario llaneador y excelente contrarrelojista; pero están por comprobarse sus virtudes como escalador en la alta montaña; y lo que el PP afrontará en los próximos meses es una sucesión de puertacos de los que en el Tour se consideran 'fuera de categoría'.

Es sabido que Sánchez siempre propone el mismo tipo de lucha política: a navaja y sin reglas. Dentro y fuera del PSOE, todo el que aceptó ese envite está hoy en el camposanto. Quizás el secreto sea, como hizo Biden frente a Trump, ofrecer un contramodelo. Feijóo jamás derrotará a Sánchez ni a Abascal en el espacio de la brutalización política. Su única opción es poner en pie un proyecto creíble de gobierno que conecte a la vez con el estado de ánimo de la mayoría social y con lo que el país objetivamente necesita. No es (nunca lo ha sido) una cuestión de centrismo, sino de centralidad.

Foto: José Luis Martínez-Almeida y Andrea Levy, en el pleno extraordinario por el caso de espionaje. (EFE/Javier Lizón)

No podrá hacerlo sin recurrir a todos los recursos humanos de su partido: los hoy activos y también los prejubilados antes de tiempo. Muy especialmente, necesitará hacer la escalada con la ayuda de sus dos principales líderes territoriales, Isabel Díaz Ayuso y Moreno Bonilla. No creo que tenga muchos problemas con el segundo (que responde a su mismo biotipo), pero sí con la primera.

Ayuso podría haber formulado en la Junta Directiva Nacional una crítica política seria y de fondo a los errores de la dirección anterior. Pero lo que hizo fue lanzar un vómito histérico y revanchista para exhibir su triunfo en una batalla personal que nadie ha comprendido, paseando la cabeza de su enemigo y pidiendo que continúe el derramamiento de sangre interno. Es decir, mostró claros síntomas de esa clase de embriaguez suicida que, por algún motivo, afecta a casi todos los políticos de su inconsistente generación.

No es la prioridad del PP restablecer el honor mancillado de Ayuso, ni creo que esta ayude a la tarea con soflamas personalistas y estresantes

No es la prioridad del Partido Popular ni del nuevo líder restablecer el honor mancillado de su estrella madrileña, ni creo que esta ayude a la tarea con soflamas personalistas y estresantes. Si Ayuso está dispuesta a pedalear lealmente y poner su demostrada capacidad de demarraje (de la que carece Feijóo, que pertenece más bien al género diésel) al servicio del equipo, prestará un servicio a su partido y al país. Si se deja deslumbrar por sí misma, estará cavando su propia tumba política. Porque todas las estrellas se apagan, a veces de repente.

No he votado nunca al Partido Popular y es improbable que lo haga en el futuro porque, a partir de cierta edad, hay barreras biográficas que no resulta fácil traspasar. Pero ello no me impide sostener que es un objetivo de interés nacional que exista una alternativa efectiva y verosímil al Gobierno sanchista. Efectiva y verosímil quiere decir que tenga probabilidades ciertas de derrotarlo en las urnas y abrir paso a la alternancia democrática en el poder.

Partido Popular (PP) Isabel Díaz Ayuso
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