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Castilla y León es la herencia, Feijóo la oportunidad
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Ignacio Varela

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Castilla y León es la herencia, Feijóo la oportunidad

Si Feijóo es consecuente con su propia doctrina, su llegada a Génova abre una oportunidad real de desbloquear España y empezar a reconstruir el espacio calcinado de la centralidad

Foto: El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Lavandeira jr)
El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Lavandeira jr)
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No coincido con mi compañero —y sin embargo, amigo— Rubén Amón en que el pacto de gobierno entre el PP y Vox en Castilla sea el pecado original de la era Feijóo; más bien habría que considerarlo un fruto terminal de la era Casado. Este acuerdo es resultado directo del penúltimo de los dislates encadenados que condujeron al PP, en defensa propia, a defenestrar a su líder fallido. Del mal, el menos, dice el refrán: puestos a pagar el peaje autoimpuesto, es preferible pasar el trance antes de proclamar a Feijóo presidente del Partido Popular. Su contador debe empezar a correr el 3 de abril, no antes. Es lo justo y, además, lo que conviene al interés general.

Ya se encargará la propaganda sanchista de hacer cargar al presidente de Galicia con los números rojos de un negocio en que él no tuvo nada que ver. Lo que resulte de esta coalición inédita, para bien o para mal (yo también temo que será para mal), habrá que facturárselo a quien decidió forzar una convocatoria electoral imprudente y extemporánea, confiando en los cantos de sirena que prometían resultados estratosféricos y fantasiosos. La realidad nos enseña cada día que hay problemas cuya única solución es no crearlos.

Foto: Feijóo presenta en la sede del pp los cerca de 55.000 avales que respaldan su candidatura para presidir el partido popular

El resultado del 13-F solo dejó tres caminos abiertos. El bueno lo cortó Sánchez de raíz: que el PSOE habilitara la investidura de Mañueco y después condicionara su acción de gobierno desde una oposición sensata. El malo, el que se vio venir desde que se precipitaron las elecciones, es el que se ha producido: dar paso a la única mayoría viable en ese Parlamento. El pésimo sería provocar una repetición de las elecciones. Esa sería la forma más segura de ver a Vox no con 13, sino con 20 escaños y una abstención superior al 50%.

Hace unos meses se difundió un 'podcast' en el que Alberto Núñez Feijóo conversó durante cerca de una hora con Felipe González. Tiene el máximo interés escucharlo ahora, cuando uno de los dos interlocutores se dispone a convertirse en líder de la oposición y candidato a la presidencia del Gobierno.

Ambos emiten el mismo diagnóstico: la polarización que contamina la política española conduce el país a la parálisis y entrega el timón a las fuerzas extremistas alejadas de la Constitución, cuando no abiertamente hostiles a ella. Desde que se sabotearon deliberadamente las vías de concertación en el territorio de la centralidad, estamos abocados a uno de estos dos desastres: o los parlamentos son incapaces de encontrar fórmulas viables de gobierno, o los dos grandes partidos se hacen a sí mismos rehenes de sus respectivos flancos extremos —lo que, a su vez, bloquea permanentemente cualquier decisión o reforma que requiera consensos amplios—. El resultado es el atasco nacional y el deterioro de la democracia. Frankenstein o Godzilla: en el nuevo ciclo electoral, lo que sucede ya en España y va a suceder en Castilla y León se reproducirá en todos los demás territorios (salvo los de hegemonía nacionalista) para terminar de arruinar la década.

Foto: El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Lavandeira)

González y Núñez Feijóo se muestran claramente partidarios de deshacer el nudo por el único método que ven practicable: primero, restablecer el diálogo (“a carajo sacado”, dice Feijóo) entre el PSOE y el PP sobre las cuestiones sustanciales del país. Segundo, establecer el criterio de que el partido más votado (más bien el que tenga mayor representación parlamentaria) asuma la tarea de gobierno y el otro no le impida el acceso a ella.

No se trata de ir a gobiernos de gran coalición, ni siquiera a pactos de legislatura; se trataría simplemente de garantizar la investidura al candidato que haya ganado las elecciones. Ello, además de evitar situaciones de bloqueo institucional, permitiría también eludir los chantajes de los extremos (haciendo a estos, en palabras de Núñez Feijóo, “partidos ocasionales”). La diferencia es que Feijóo pretende hacerlo reformando la legislación electoral y González, más realista, se remite a una “regla no escrita” que se haga operativa en la práctica.

No creo que este sea un planteamiento utópico. Si en Génova y en Moncloa se hacen cálculos realistas, quizás ambos descubran que esa puede ser la vía más interesante para sus propias aspiraciones.

Foto: El presidente del Gobierno y secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez (2d), durante el comité federal del PSOE. (EFE/Emilio Naranjo)

Si Feijóo no desea que el quilombo de Castilla y León se le repita en Andalucía y después en todas las comunidades autónomas y ayuntamientos hasta presentarse a las elecciones generales esposado por Abascal, la mejor baza que tiene es apostarlo todo a obtener un escaño más que el PSOE y que entre en acción, con carácter general, la cláusula del partido más votado. Ello le obligaría a gobernar en minoría en muchos territorios y también, eventualmente, en España; pero, a cambio, lo liberaría del dogal de la extrema derecha. Lo que, a su vez, expandiría su crédito a clientelas que, por mucho que Sánchez les disguste, tienen vetado al PP mientras aparezca secuestrado por Vox.

En cuanto a Sánchez, podría ser que su completa carencia de principios resulte, por una vez, beneficiosa para el país. Él no se abrazó a Iglesias, Junqueras y Otegi por simpatía ideológica (un parámetro que desconoce), sino por un mero cálculo aritmético. La cosa era muy simple: la izquierda y la derecha empatan y los nacionalistas desempatan. Si consolidas la suma de la izquierda con los nacionalistas, tendrás asegurado el poder.

Foto: El presidente de la Xunta de Galicia y candidato a la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/David Fernández) Opinión
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Esto fue cierto hasta que dejó de serlo. Cualquier analista que no sea Tezanos confirmará que la probabilidad de que se reproduzca la actual 'mayoría de los presupuestos' es lejana, ya que la derecha ha tomado ventaja sobre la izquierda y los nacionalistas no la compensan. Sin embargo, es verosímil que el PSOE se mantenga como primer partido. Lo mismo rige para muchos territorios: que pregunten a García-Page, a Lambán o a Puig, por ejemplo, si prefieren jugarse el Gobierno tan solo a ser el partido más votado o a repetir la mayoría absoluta (en el primer caso) o intentar sumar con los restos del naufragio de Podemos (en los otros dos).

En las circunstancias actuales, el PSOE y el PP necesitan recuperar su autonomía estratégica respecto a los socios extremistas que los acogotan. Para hacerlo, se necesitan mutuamente sin necesidad de contraer matrimonio. La 'cláusula del más votado' es la mejor para España, pero también para ellos.

Si Feijóo es consecuente con su propia doctrina, su llegada a Génova abre una oportunidad real de desbloquear España y empezar a reconstruir el espacio calcinado de la centralidad. El pacto de Castilla y León no tiene por qué cargarse en su cuenta, pero los que vengan a continuación sí. Ciertamente, para ello es necesario que Sánchez se sume al concierto; pero en su caso es únicamente cuestión de números. Seguro que tiene cerca alguien que sabe hacerlos para que incluso él los comprenda.

No coincido con mi compañero —y sin embargo, amigo— Rubén Amón en que el pacto de gobierno entre el PP y Vox en Castilla sea el pecado original de la era Feijóo; más bien habría que considerarlo un fruto terminal de la era Casado. Este acuerdo es resultado directo del penúltimo de los dislates encadenados que condujeron al PP, en defensa propia, a defenestrar a su líder fallido. Del mal, el menos, dice el refrán: puestos a pagar el peaje autoimpuesto, es preferible pasar el trance antes de proclamar a Feijóo presidente del Partido Popular. Su contador debe empezar a correr el 3 de abril, no antes. Es lo justo y, además, lo que conviene al interés general.

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