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Al presidente no le gusta que lo estorben
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Al presidente no le gusta que lo estorben

Se comprende que Sánchez eche de menos a Casado, pero lo menos inteligente que puede hacer es seguir actuando como si el de enfrente fuera Casado

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Nuñez Feijóo. (EFE/Pool/David Corral)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Nuñez Feijóo. (EFE/Pool/David Corral)
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Finalmente, va a resultar que a Alberto Núñez Feijóo le vendrá bien no estar en el Congreso, porque así se librará de ponerse perdido todas las semanas con el alud de basura pestilente que los miércoles a las nueve inunda la Cámara Baja. Y puede ser que a Sánchez también le venga bien que sus encuentros parlamentarios con el nuevo líder de la oposición se limiten a una vez al mes, porque se ve venir lo mucho que le costará tomarle la medida al astuto gallego que, por su parte, se la tiene tomada a él desde hace tiempo.

Es normal que los miércoles por la mañana, cuando las emisoras de radio y televisión conectan con el Congreso, el personal se apresure a cambiar de canal, especialmente si hay niños en casa (digo yo que los partidarios de prohibir la pornografía podrían empezar por ahí). Paradójicamente, podría suceder que cuando, una vez al mes, toque sesión de control en el Senado, suban las audiencias.

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Se comprende que Sánchez eche de menos a Casado, pero lo menos inteligente que puede hacer es seguir actuando como si el de enfrente fuera Casado. Lo menos que puede decirse del intercambio de ayer en el Senado es que el equipo de Génova trabajó la ocasión mejor que el de la Moncloa. Feijóo traía preparado un discurso a la medida de la circunstancia y del rival y a Sánchez los suyos le metieron en la carpeta el mismo producto de siempre; así que uno aportó la novedad y el otro la rutina.

En los 15 minutos que duró el cruce, ninguno de los dos deslumbró a nadie ni dijo nada que no hubiera dicho antes. Pero por algún motivo cuya explicación desbordaría los límites de este artículo, Feijóo se las arregla para que su plática adquiera el aspecto de un argumento, mientras cada palabra que Sánchez emite parece extraída de un argumentario. Cuando se escucha a uno detrás del otro es cuando más se nota la diferencia: es como tomar tortilla de patatas de sartén o precongelada.

El líder de la oposición llegó a la cita con el atuendo que debe llevarse a este tipo de microfunciones parlamentarias, destinadas no tanto a quienes las siguen en directo sino a quienes se enterarán de ellas por lo que les cuenten: un tema único del que hablar, una idea que conecte con el personal y un par de frases para alimentar los titulares. Buen trabajo, menos sería poco y más demasiado.

El tema, obviamente, es la economía. En concreto, la economía de las familias. Ya pueden ponerle todo tipo de cebos, que no le apartarán de ese camino: salvo que suceda una hecatombe universal —y es de temer que, en el horizonte divisable, lo más parecido a eso que puede venir vendrá precisamente por el lado de la economía—, de aquí a las elecciones nada ni nadie conseguirá que el líder de la oposición deje de golpear una y otra vez por ese lado, que es la ceja abierta por la que se desangra el Gobierno de Sánchez. Lo es doblemente: porque la realidad le ha desmontado el escenario entero sobre el que pensaba cabalgar triunfante hasta las elecciones y porque el estereotipo social juega en su contra: pasarán los años y la sociedad seguirá asociando la derecha con la eficacia económica y la izquierda con la eficacia social.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)

La idea no puede ser más simple y, por ello, más eficaz: si las familias se empobrecen por culpa de la inflación y al Gobierno le sobra el dinero gracias a la inflación, lo lógico es que el Gobierno devuelva una parte del dinero que previamente extrajo del bolsillo de las familias para aliviar los apuros de estas. Más allá del rigor económico del argumento, no me negarán que la imagen de un Gobierno llenando sus arcas gracias a la escalada de los precios que arruina a las familias es imbatible, sobre todo si la explica un señor que parece cualquier cosa menos un populista.

Las frases para recordar —a cuál más venenosa— están hoy en todas las crónicas: “gobernar no es lo mismo que resistir”, “yo no he venido aquí a insultarle” y “usted tiene una oposición de Estado, lo que no tiene son socios de Estado”. Lo dicho, un traje a la medida.

El problema que tienen los polarizadores es que para que el plan les funcione necesitan tener enfrente a otro polarizador que acepte el duelo

En su primera pieza, Sánchez hizo una de aliño, repitiendo por enésima vez la consabida lista de logros gubernamentales que ya solo entusiasman a los incondicionales, recitada como algunos camareros recitan la carta a las 11 de la noche tras haber atendido 200 mesas. En la segunda, tuvo que flotar aferrándose al catálogo doctrinal de la casa: Vox y la ultraderecha, la violencia machista, el CGPJ, la revalorización de las pensiones con el IPC —que persiste en prometer sabiendo que no le dejarán hacerlo— y todo el catálogo de dicotomías tramposas que saca a relucir cuando siente que pisa terreno inseguro: “En definitiva, yo soy el progreso y usted el retroceso”. Lo mismo que le soltaba a Casado, con una diferencia: ahora es él quien suelta tópicos como una metralleta mientras el otro al menos habla pausado.

El problema que tienen los polarizadores es que para que el plan les funcione necesitan tener enfrente a otro polarizador que acepte el duelo en los términos salvajes que ellos proponen. Cuando les hurtan la presa y les plantean un juego convencional sometido a reglas, se desconciertan y no saben cómo seguir. En el fondo, es lo que le sucedió a Trump con Biden. En la sesión de ayer resultaba en cierto modo tierno contemplar a Sánchez esforzándose en comportarse como un caballero para estar a la altura del interlocutor: sea usted bienvenido, señoría por aquí, señoría por allá… Hasta que no pudo resistirlo y le salió lo que lleva en el alma: “¡Lo único que ustedes hacen es estorbar, estorbar y estorbar!”. Y es que, a estas alturas, toda España sabe que lo que más encabrona a este presidente es que alguien lo estorbe.

Finalmente, va a resultar que a Alberto Núñez Feijóo le vendrá bien no estar en el Congreso, porque así se librará de ponerse perdido todas las semanas con el alud de basura pestilente que los miércoles a las nueve inunda la Cámara Baja. Y puede ser que a Sánchez también le venga bien que sus encuentros parlamentarios con el nuevo líder de la oposición se limiten a una vez al mes, porque se ve venir lo mucho que le costará tomarle la medida al astuto gallego que, por su parte, se la tiene tomada a él desde hace tiempo.

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