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La parisién: la trampa que sus socios preparan a Sánchez
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Ignacio Varela

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La parisién: la trampa que sus socios preparan a Sánchez

La jugarreta que Podemos, ERC y Bildu le hicieron al PSOE​ sobre el trámite de su proposición para paliar el fiasco del solo sí es si fue una parisién de libro

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Jorge Zapata)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Jorge Zapata)
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En la jerga castiza de los jugadores de cartas, la parisién es un ardid mediante el que tres de los cuatro jugadores de una mesa se apañan entre sí para hacer perder al cuarto y repartirse las ganancias. La jugarreta que Podemos, ERC y Bildu le hicieron al PSOE sobre el trámite de su proposición para paliar el fiasco del solo sí es sí fue una parisién de libro. El llorado Rubalcaba, en su época de portavoz parlamentario, la habría visto venir de lejos. El pobre Patxi López, que nunca brilló por su perspicacia, se la comió hasta la bola.

Cuando quiso darse cuenta de lo que había sucedido, se vio asociado a la derecha del PP y Vox (que no tuvieron inconveniente en colaborar desde fuera en la maniobra, votando a favor de la propuesta socialista), con su moción de agenda rechazada y el debate preliminar de la ley-remiendo postergado hasta el 7 de marzo (que resulta ser, qué casualidad, la víspera del 8). “Nos vemos en la calle”, fue el mensaje implícito que Iglesias y Montero (Irene), con la connivencia de Junqueras y Otegi, enviaron a Sánchez al fijar el debate en fecha tan enojosa.

La cifra de agresores sexuales beneficiados por la chapucera ley del solo sí es sí viene creciendo a razón de unos 100 casos por semana. Si se mantiene el ritmo, cuando llegue el momento de abordar en el Congreso la proposición socialista, podríamos estar por encima de las 700 reducciones de pena y unas cuantas más de 50 excarcelaciones prematuras; y quiera la providencia que, mientras tanto, a alguno de los liberados no se le ocurra repetir la fechoría.

En la sesión del día 7, solo se tratará de una toma en consideración para dar paso al procedimiento ordinario, primero en la comisión y después en el pleno y en el Senado. En ella, puede reproducirse la situación: los socialistas colgados de la derecha y la banda de los tres (UP, ERC, Bildu) haciéndole ascos a la iniciativa monclovita, copando la calle al día siguiente y esperando el momento de las enmiendas para apretar los tornillos al PSOE, de tal forma que: a) el texto resultante se parezca más al original de Irene Montero que al zurcido improvisado por el comando Bolaños, o b) el PSOE tenga que salvar su contrarreforma del Código Penal apoyándose en el PP, con la bronca consiguiente de la grada izquierda y el jolgorio sarcástico de la derecha.

Foto: La madre de la menor violada por su abuelo paterno. (Cedida)

“Si sale cara, pierdes tú y si sale cruz, gano yo”: el trilero Sánchez está recibiendo una ración indigesta de su receta favorita, suministrada por sus supuestos compañeros de viaje, en vísperas de una cita electoral (la del 28 de mayo) en la que se lo juega todo.

Todo cambió al percibirse que la factura social del solo sí es sí la está pagando sobre todos el presidente del Gobierno, por mucho que haga por escaquearse. También será él quien reciba el correctivo por la ley trans, que ocho de cada 10 votantes socialistas no comprenden en absoluto. Por el contrario, las extravagancias legislativas insuflan vida a Irene Montero y le permiten gallear ante su clientela original, frente a una Yolanda Díaz que cada día se hace más vaporosa.

Foto: La ministra de Igualdad, Irene Montero. (Cordón Press)

El deterioro de las coaliciones políticas pasa por tres fases. En el inicio, se trabaja conjuntamente sobre los espacios de acuerdo. Después, aparecen los desacuerdos y desencuentros y se trata de gestionarlos de la forma menos dañina posible. En la fase terminal, se busca ya agudizar y airear los disensos, incluso provocarlos deliberadamente. En ese punto están actualmente los actores principales del Frankenstein.

No hay un solo gabinete de estrategia (da igual que se trate de un partido político, un sindicato, una gran empresa, una multinacional o una embajada extranjera) que no esté contemplando seriamente un probable cambio de Gobierno en España. Todos sin excepción juegan con dos hipótesis: que Sánchez consiga recomponer una mayoría caleidoscópica para permanecer en el poder o que sea reemplazado por Feijóo, con mayor o menor grado de dependencia de Vox.

El problema para Sánchez es que el segundo supuesto gana peso y verosimilitud cada día que pasa, y ello induce a todos los actores a tomar posiciones preventivas y aquilatar sus planes para cuando se produzca el relevo. Entre quienes hacen ese análisis están también, naturalmente, sus actuales aliados, cada vez más inclinados a prepararse para revivir contra Feijóo en lugar de malvivir junto a un Sánchez al que por momentos se le va poniendo cara de perdedor.

En cualquier caso, para la banda de los tres, la hoja de ruta no tiene pérdida. Los nacionalistas son conscientes de que, en esta legislatura, ya han sacado todo lo que se podía sacar. Las cesiones ulteriores tendrán que esperar al próximo periodo sanchista, si es que llega a producirse. Toda España sabe que, por muy lejos que lleguen ahora los encontronazos y hasta las ofensas, si Sánchez obrara el milagro de obtener un resultado que le permitiera aspirar a una nueva investidura, tendría que apoyarse necesariamente en los mismos aliados. Cuando cercenas cualquier vía de concertación en el espacio de la centralidad y, a la vez, abandonas el proyecto de una mayoría autónoma, conviertes a tus socios de hoy en tus carceleros para siempre. Así pues, en este tiempo de tribulación golpear a Sánchez de forma inclemente no tiene ningún riesgo de futuro para sus socios: saben que carece de autonomía para prescindir de ellos, tanto hoy como mañana.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de control al Gobierno este miércoles. (EFE/J. J. Guillén)

También es sabido que el PSOE metaboliza muy mal sus pérdidas del poder. Cuando eso le sucede, pasa primero por una fase depresiva, luego experimenta convulsiones iconoclastas en su interior y padece una larga convalecencia de desorientación espacio-temporal, que siempre deja secuelas.

Eso abre un mundo de oportunidades para los socios radicales que lo acompañaron hasta ahora. Si Sánchez gana, volverán a tenerlo cogido por el cuello. Si pierde, el Podemos insurgente de Iglesias podrá renacer de sus cenizas agitando la calle contra “el Gobierno de la derecha y la ultraderecha”; los independentistas catalanes intentarán prender de nuevo la mecha de la rauxa y del procés, y Bildu avanzará desde la radicalidad en su designio de disputar al PNV la hegemonía del nacionalismo vasco.

Foto: La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez (c), y la ministra de Sanidad, Carolina Darias (d). (EFE/J.J. Guillén)

Una doble batalla se desarrolla simultáneamente en la izquierda: la de intentar repetir la actual mayoría y la de prepararse a la vez para conducir una oposición de tierra quemada contra el previsible Gobierno de la derecha. La banda de los tres vive muy bien con Sánchez en la Moncloa; pero, si vienen mal dadas, todos ellos estarán en mejores condiciones de prosperar políticamente luchando a machete contra Feijóo que un PSOE aturdido por la derrota y despojado previamente de la mayor parte de su poder territorial.

Así pues, la parisién no es una anécdota, sino parte de una estrategia. El 29 de mayo se pondrán unas cuantas cartas sobre la mesa y todo empezará a verse más claro.

En la jerga castiza de los jugadores de cartas, la parisién es un ardid mediante el que tres de los cuatro jugadores de una mesa se apañan entre sí para hacer perder al cuarto y repartirse las ganancias. La jugarreta que Podemos, ERC y Bildu le hicieron al PSOE sobre el trámite de su proposición para paliar el fiasco del solo sí es sí fue una parisién de libro. El llorado Rubalcaba, en su época de portavoz parlamentario, la habría visto venir de lejos. El pobre Patxi López, que nunca brilló por su perspicacia, se la comió hasta la bola.

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